20/7/11

La paradoja de la extinción

El nuevo acuerdo normativo alcanzado entre clubes, FEB y jugadores entraña un riesgo mucho mayor que la eliminación de fronteras para el jugador español, amenazado ahora desde las categorías de formación




Me he visto obligado, contra mi voluntad, a escribir unas líneas desde el paradisiaco rincón del mundo en el que me había recluido para huir del agitado debate diario que rodea en las últimas semanas al mundo del baloncesto. La ocasión lo merece. Estamos de luto. Los grandes defensores del jugador nacional, los que tanto han porfiado por evitar su extinción, por garantizar su presencia en la ACB, han acabado por convertirse en sus verdugos definitivos. El acuerdo al que han llegado todas las partes sobre el nuevo marco de contratación que regirá la competición doméstica supone una condena en toda regla para el jugador español, a mi juicio mucho más injusta de lo que habría supuesto la medida que, a estas alturas de la historia, muchos defendíamos como necesaria: la apertura total de fronteras. La imposición de la figura de los canteranos, jugadores formados en equipos españoles, implica no ya una amenaza evidente para que los nacionales puedan hacerse con un hueco en las plantillas ACB, sino algo mucho más inquietante: abre la puerta a que promesas foráneas, jugadores captados de diferentes partes del planeta, copen incluso las fichas de los conjuntos de formación. Y eso sí que puede suponer de verdad un drama para el baloncesto estatal, desde el prisma de todos aquellos que apoyaban las políticas arancelarias.

Los clubes que han liderado la rebelión y ahora trabajan en la hoja de ruta que guiará al baloncesto patrio deben asumir la medida durante los primeros años de aplicación. Eso es verdad. Ahora mismo en sus canteras disponen sólo de algunas perlas extranjeras, que con esta nueva normativa multiplican su cotización, pero a la larga van a cambiar mucho las cosas: se va a imponer un nuevo modelo en la estructura de base. Y no será, desde luego, beneficiosa para los defensores a ultranza del producto nacional, entre los que jamás me he incluido, pues de sobra es sabido que en este rincón de reflexiones se ha defendido siempre cualquier medida que pueda suponer un alivio para la peliaguda situación que atraviesa el baloncesto, no sólo en España, sino a nivel continental. En un futuro más o menos próximo, pese a esta normativa, podemos encontrarnos equipos de la ACB sin  españoles, pero el principal problema será que al menos cuatro o cinco de ellos habrán sido moldeados en las canteras de los clubes españoles, quitando espacio a chavales que habrán perdido su oportunidad.

Una medida con doble filo

¿Es este nuevo marco de contratación un recurso válido para enderezar el rumbo de un deporte en descomposición, que con el paso de los años ha ido perdiendo en atractivo tanto para el espectador objetivo como para los patrocinadores? El tiempo lo dirá. Insisto en que, a mi juicio, tocaba plantearse muy en serio la eliminación de cualquier limitación geográfica, y a la larga esta nueva normativa encubre la supresión de los cupos, si bien con un dañino añadido: acaba con ellos de facto también en las categorías inferiores. Y esto sí puede considerarse como un golpe letal para los jugadores españoles, que en los últimos años han visto reducido su espacio en los conjuntos infantiles, cadetes y juveniles en favor de exultantes físicos, casi siempre desprovistos de formación técnica o táctica de base, que los clubes han ido pescando en los caladeros de países con menos tradición baloncestística.

La irrupción en las categorías inferiores de jugadores provenientes de países con menor peso en el panorama internacional se ha dejado notar, y mucho, durante los últimos ejercicios en los torneos estatales. Hace bien poco, durante el pasado mes de junio, seguí el desarrollo del Campeonato de España cadete que se celebró en Aragón y que a la postre volvió a evidenciar la influencia que puede devengar en la competición, y más aún en el desarrollo del resto de sus compañeros y rivales, la presencia de chavales de portentosa presencia física, casi siempre africanos (muchas veces con dudosas o sospechosas credenciales sobre su nacimiento). Si los clubes comienzan a plagar las plantillas de sus equipos de formación de promesas foráneas, la situación sí puede tornarse de verdad peligrosa para el producto nacional.

Este nuevo marco, ante todo, va a incentivar la pesca en alta mar, la búsqueda de perlas lejos de nuestras fronteras. Cualquier cosa que brille, un simple físico prometedor, puede convertirse en un obstáculo en un futuro próximo para los chavales que sueñan con jugar algún día en la ACB, vestir la camiseta de la selección o convertirse en estrellas del basket continental. La obligación de cubrir esas cuatro fichas de canteranos en las plantillas de once jugadores (o cinco en las de doce) va a servir como excusa y justificación para centrar todos los esfuerzos de los cazatalentos en mercados aún emergentes. Presumo que África, los países de la Europa del Este, Brasil u otros lugares donde el baloncesto aún carece de estructuras sólidas, van a convertirse en destino preferente para los ojeadores de los equipos ACB. Ahí los van a enviar en busca de púberes promesas los que tanto alboroto han montado para proteger, según sus propias palabras, al jugador español, que ahora queda condenado de base, casi de nacimiento. Los clubes están en su derecho, y no deberían recibir reproche alguno por adaptar su modus operandi al nuevo hábitat que le abre este acuerdo. Aunque adivino que aquellos que ahora mismo celebran el pacto como un éxito no tardarán en verbalizar su fracaso a través de censuras que entonces no vendrán a cuento.

Ni qué decir tiene que a todos nos encantaría que la medida resultara un espaldarazo para que los jugadores españoles tengan asegurado un espacio en el futuro en los equipos de la ACB. Más bien se me antoja todo lo contrario. Ya hemos hablado en este blog de las injusticias que se han amparado estos últimos años en nombre de los cupos (os dejo el link del post en el que se trató ese asunto). Han sido muchos los jugadores de escaso talento que, forzados los clubes por la normativa vigente, han sacado tajada salarial. En la ACB había jugadores que tenían sitio por su lugar de nacimiento, no por su capacidad o potencial, y era éste un asunto que los clubes querían atajar de raíz. La nueva norma ayuda a aplacarlo, aunque para que se consume definitivamente el cambio de modelo deberán transcurrir unos años, en los que veremos hasta qué punto resulta contraproducente para los intereses de algunos el acuerdo que ha arrojado el último sínodo entre equipos, baloncestistas y responsables federativos.

Si lo que se busca es que la ACB recupere su brillo, recobre su atractivo, todos los implicados deberían pelear y remar en una misma dirección, no oponerse unos a otros como si a cada cual le interesara algo diferente. Los jugadores españoles tendrán sitio en la competición española, la segunda en atractivo por detrás de la NBA, porque tienen calidad, porque hay muchos viveros en nuestro país de los que manan continuamente elementos de gran talento. La prueba irrefutable de esta reflexión la aportan los resultados de la selección y, más aún, el hecho de que los mejores han conseguido saltar el charco para tomar parte en la liga estadounidense, donde nadie ausculta las nacionalidades ni la edad, donde sólo importa la valía.

Medianías a precio de oro

Lo decía Javier Imbroda hace bien poco: “No es de recibo que se paguen dinerales a medianías sólo porque sean españoles”. Y tenía más razón que un santo. Esos jugadores que han vivido al abrigo de la norma, que quizá no tenían sitio en la segunda mejor competición nacional del planeta, seguramente podrían haber hecho fortuna, como figuras destacadas, en torneos de menor brillo. Se me ocurren Portugal, Alemania, Francia… Cada cosa en su sitio. Según niveles. Pero no ha sido así. Y como suele decirse, la avaricia puede romper el saco.

El empeño de FEB y ABP por proteger a los jugadores nacionales puede haberles salido por la culata. Antes brotaban de las canteras de los clubes con más tradición jugadores excepcionales, como los Gasol, Calderón, Navarro, Rudy, Ricky -hombres con calidad para codearse con los mejores del planeta- otros de un gran nivel, dispuestos a convertirse en las estrellas de equipos de primer nivel del baloncesto continental o doméstico, y un último grupo que, aunque han hecho carrera en la ACB, quizá habrían hecho más bien al baloncesto nacional de haber cedido su espacio a otros, vinieran de donde vinieran, que seguramente habrían ayudado a elevar el nivel y mantener el interés de una liga todavía en declive. Ahora, con la nueva norma, tengo curiosidad por saber qué brotará de las categorías inferiores de los clubes españoles. Si se confirman mis temores, estos equipos se convertirán en bancos de pruebas, en contenedores donde transformar promesas foráneas en canteranos, para lo que bastará con hacer que permanezcan seis meses durante tres temporadas. En cualquier caso, aun así, algunos sabrán adaptar su visión para tratarlos como españoles y defender que puedan jugar en la selección. Y serán más o menos los mismos que siguen poniendo palos en las ruedas y obligando a establecer este tipo de limitaciones. Si no, al tiempo.

15/7/11

El experimento Batista


La marcha del poste charrúa, que apenas ha cumplido seis meses de los tres años y medio de contrato que firmó en enero, evidencian una realidad que en los últimos tiempos ha quedado clara: el Baskonia ha perdido el toque infalible para los fichajes


Esteban Batista ha supuesto el último paso en falso en el trayecto de un club poco habituado a los errores de planificación pero que en los últimos meses ha errado más que acertado con los fichajes. El uruguayo abandona el Baskonia cuando muchos piensan que ni siquiera ha disfrutado del tiempo suficiente como para exhibir su verdadera valía. Sin embargo, en el poco más de medio año que ha pasado desde su llegada a Vitoria, ha quedado claro que le queda excesivamente grande el papel que la directiva de Josean Querejeta la reservaba cuando decidió ficharle. Por mucho que se le pueda conceder la presunción de inocencia, asumir que todo lo que podía hacer era mejorar, la mitad de la temporada que ha disputado con el combinado azulgrana ha evidenciado el tremendo traspiés (tanto en el plano deportivo como, sobre todo, en el económico) que el Caja Laboral cometió al hacerse con sus servicios a comienzos de enero. A pesar de la habitual habilidad con la que Josean Querejeta se ha manejado para resolver su rescisión, con unas maniobras que minimizan el error financiero de la operación, la de Batista ha supuesto la última y definitiva evidencia del fracaso de las apuestas que el club gasteiztarra, tan instalado en el acierto permanente, ha cometido a lo largo del último año.

Al interior charrúa le han bastado tres decenas de partidos para ratificar la impresión de que jamás lograría cubrir el enorme vacío que el Baskonia ha padecido a lo largo de todo el ejercicio. Es más, ni siquiera ha aportado las suficientes garantías como para confiar en que fuera capaz de relevar al tipo que antes que él ya fracasó en ese empeño. Llegó para cubrir la inevitable marcha de Stanko Barac, quien a su vez agigantó la leyenda de sus predecesores, Tiago Splitter y Luis Scola, y ha fracasado. Los dos cincos que a finales de 2010 dominaban con holgura las estadísticas de valoración de la ACB, y que juntos menguaron sin remisión, han abandonado Vitoria con antelación y con idéntico destino. Ambos compartirán vestuario en Estambul. El pujante Anadolu Efes, principal animador del presente mercado estival, volverá a reunirlos. Habrá que ver si, como dicen algunos, tanto uno como el otro pueden rendir a un nivel superior con otro entrenador. Lo que está claro es que en el Baskonia, en el Baskonia de Ivanovic, habían perdido su espacio.

El incapaz sustituto del sustituto incapaz

El fracaso del experimento Batista resulta especialmente hiriente para Querejeta. Rara vez el club vitoriano efectúa desembolsos tan importantes como el que llevó a cabo para reclutar al que por entonces era la estrella del Fuenlabrada. Cabeza de ratón. El Baskonia llevaba tiempo detrás de él. Ante la perspectiva, asumida, de que Barac iba a marcharse este verano, la dirección deportiva lo tanteó ya durante el pasado verano. Recuerdo que hace poco más o menos un año, mientras apuraba sus últimos días de vacaciones en su Montevideo natal, desde donde debía partir junto a la selección uruguaya a disputar el Sudamericano, tuve una charla con él cuando todo el mundo daba por seguro que iba a recalar en el Caja Laboral (os dejo el artículo que publicamos). En realidad, ambas partes fijaban entonces un plan de ruta, cuyo destino final debía haberse producido ahora, con su fichaje tras la salida del croata, pero que se adelantó por exigencias del guión. Bien mirado, es posible que incluso ese cambio de planes, motivado por la indisimulable incapacidad del juego interior baskonista, haya ahorrado tiempo. Justo cuando debería haber llegado su momento, se ha convertido en material de desecho.

El principal peaje que deberá pagar ahora el Baskonia se mide básicamente en parámetros económicos. Ahí es donde de verdad ha fracasado esta sietemesina apuesta. Su salida del Fuenlabrada en plena competición -para la que resultó crucial la peliaguda situación financiera de la entidad del sur de Madrid- supuso ya en enero un mazazo letal a las arcas del equipo del Buesa Arena. Pero hacía falta. O se pensaba que hacía falta. La espantada de Marcus Haislip, el fichaje fantasma del cojo Pops Mensah-Bonsu y la falta de acuerdo con Florent Pietrus para que encadenara varios contratos de temporero en Vitoria dejaron el juego interior del conjunto azulgrana cogido con hilvanes. Si a eso se le unía el irregular rendimiento del plantel en general, resulta lógico comprender la avidez con la que la directiva acometió su contratación.

Lamentablemente, las expectativas quedaron muy por encima de la realidad. El de Batista supuso un error más y el equipo azulgrana acabó pagándolo con un (con cierta benevolencia) discreto epílogo de campaña. Estoy preparando un post en el que hablaré exclusivamente de las apuestas fallidas de los últimos tiempos, que son muchas y dolorosas para un club que se ha hecho grande precisamente gracias a su capacidad para atinar y aprovechar con excepcional acierto sus recursos, por lo que no me extenderé más sobre este asunto y lo dejaremos para más adelante.

Una inversión desatinada

Muchas han sido las conjeturas que se han hecho en torno a las cifras que han coronado su entrada y salida en el Baskonia. En enero se dijo que el Fuenlabrada, que quedaba deportivamente huérfano de su principal estandarte, iba a recibir una cantidad que oscilaba entre los 850.000 y 900.000 euros. No fue tanto. Se aproximó más al medio millón que al millón. Querejeta supo negociar las condiciones del traspaso con el club de origen y el poste charrúa y al final el acuerdo se plasmó con un contrato de larga duración (tres años y medio) que ahora mismo queda en agua de borrajas. En cualquier caso, no podrá defender esta vez el máximo dirigente baskonista el éxito de una operación que aún tiene algunos flecos abiertos.

Con la llegada de Dusko Savanovic y los dos inquilinos de la pintura del Caja Laboral, el Anadolu Efes se encuentra con un notable overbooking de jugadores interiores en el roster. Y uno de ellos, el prometedor pero aún embrionaria estrella Miroslav Raduljica, hace tiempo que gusta en el Buesa. Ahí puede radicar la llave de la salvación para un Querejeta que hasta el momento ha sabido lidiar con cierta habilidad estas situaciones aparentemente desfavorables. A Ivanovic le gusta mucho. Al club, más. Y en el conjunto turco, que este pasado año lo ha cedido al Alba Berlín, falta paciencia, sobran obligaciones de justificar los sonoros proyectos de los últimos años y de alcanzar la próxima Final Four, que se disputará en la ciudad a la que arribó el pirata de Espronceda, por lo que hace ya algunas semanas comenzaron a escucharse rumores sobre una nueva salida en préstamo. Su nombre sonó en las conversaciones que mantuvieron ambos clubes para el traspaso de Barac. Pero en ese momento el Baskonia necesitaba el dinero para continuar con la regeneración de la plantilla. Ahora, en una tesitura bien diferente, la opción gana peso.

Sea con la llegada de Raduljica o la de cualquier otro, lo que resulta una obviedad es que el equipo vitoriano debe reconstruir cuanto antes la base de su ahora esquelético juego interior. Con la marcha de Barac y Batista, Ivanovic dispone ahora mismo de tres hombres para cubrir esas posiciones, aunque el destino de Dejan Musli pasa por una cesión, siempre que el club y sus agentes sean capaces de encontrarle un hueco en algún equipo de cierto nivel en el que pueda gozar de minutos. Con Lampe y Teletovic, en cualquier caso, no basta. Deben llegar otros dos para asumir el trabajo de dos jugadores que pudieron haberse convertido en una pareja de referencia bajo los aros en el baloncesto continental pero que poco pudieron hacer para evitar el descalabro del pasado ejercicio. Batista, que venía de firmar números de estrella, cerró su participación con unos paupérrimos registros tanto en ACB (7 puntos y 4,6 rebotes) como en Euroliga (8,4 puntos y 6,3 rebotes). No sirvió como cola de ratón. El experimento Batista ha acabado apilado, junto a otros recientes ensayos, en el montón de los fracasos.

14/7/11

Baloncesto de dos velocidades


He asistido en los últimos días, en un inicio de vacaciones en el que he desconectado menos de lo debido, a un de nuevo enardecido debate en torno a la transformación que va a sufrir -o debería- la ACB tras el golpe de estado impulsado por los clubes para dar un giro de timón que rescate al baloncesto español de lo que parece una muerte segura. Y me duele reiterar que pocos son participantes de este foro abierto, en redes sociales y prensa, que se centran en los numerosos aspectos que deben cambiar para que este deporte recobre el interés que por unos u otros aspectos ha perdido con los años. Insisto en que el tema de los cupos, el marco de contratación, debe entenderse como un aspecto residual dentro del amplio catálogo de reformas pendientes. Se trata, ante todo, de dotar de atractivo a una competición que ha caído en el olvido para el gran público, de apostar de una vez por todas por el torneo, algo que, me temo, queda en un segundo plano para algunos de los padres de la rebelión. La noticia de que la Supercopa puede volver a celebrarse en Vitoria por segundo año consecutivo, una decisión que parece encaminada a garantizar la participación de un Caja Laboral que perdió sobre las canchas esta posibilidad, me ha llenado de perplejidad y, de algún modo, también de cierta preocupación.

Es evidente que como vitoriano y baskonista, aún más como periodista que cubre la información del conjunto alavés, acojo la noticia con un complacido egoísmo, pero al mismo tiempo como una triste confirmación de que algo falla en el sistema de competición y en la manera de aplicarlo para que al final siempre sean los mismos los que gozan de todas las opciones de título. Recuerdo el post que escribí cuando el cuadro azulgrana (que el próximo año volverá a lucir sus colores en la nueva camiseta) cayó eliminado en las semifinales de la ACB (Maneras de morir). Le he echado un ojo y he constatado dos cosas: que no me equivocaba al señalar que el Baskonia se desprendería de algunas piezas importantes durante el presente verano y que todos dábamos por hecho que se quedaría sin disputar la Supercopa por primera vez desde que se creó el torneo. Así se escribió en prensa, se dijo en radios y teles y se asumió en la calle. Sin embargo, ahora todo apunta a que Vitoria, a pesar de las obras de remodelación que mantendrán al equipo de Dusko Ivanovic en el exilio del multiusos de la plaza de toros hasta enero, será la sede por segundo año consecutivo. Algo inédito e inaudito, porque jamás se ha repetido sede y por el hecho de que, aunque vaya contra mis propios intereses, arroja la sospecha de que los grandes acaban siempre hallando resquicios legales a sus propias normas para acabar repartiéndose los trofeos.

La Supercopa nunca ha repetido sede

¿Por qué dimos todos por hecho que el monarca de la Supercopa se iba a quedar fuera del torneo? Porque con la normativa de la competición en la mano no existía más que una opción para que lo disputara. La única que quedaba al margen de los estrictos parámetros derivados de los resultados deportivos pasaba por que Vitoria acogiese el torneo y el Baskonia entrara en el mismo como anfitrión. Pero convergían dos circunstancias que invitaban a dar por descartada esta opción. Por un lado, la habitual rotación de los escenarios en los que se celebra el torneo, que como he dicho antes jamás ha tenido lugar dos veces seguidas en una misma ciudad. Desde que se estrenó la Supercopa, en 2004, seis ciudades han servido como sede.  el Martín Carpena, primer escenario, acogió también la edición de 2006. Al margen de Málaga, también Granada (2005), Bilbao (2007), Zaragoza (2008), Las Palmas (2009) y Vitoria, el pasado año, han albergado una competición que sólo ha conocido dos campeones, Barça y Baskonia, y en la que el conjunto vitoriano se ha revelado como el gran dominador, puesto que fue capaz de adjudicársela en cuatro ocasiones consecutivas. Ha sido, además, el único equipo que jamás ha faltado a la cita. Y por lo que parece, mantendrá esta condición, a pesar de que todos los factores apuntaban todo lo contrario.

Y es que no es sólo el hecho de que la ACB parecía dispuesta a evitar la repetición de escenario el único motivo que invitaba a preconizar que la competición oficial comenzaría para los pupilos de Dusko Ivanovic más tarde de lo acostumbrado. Existe otro factor de peso. El Buesa Arena se encuentra ahora mismo patas arriba. El pabellón de Zurbano está en pleno proceso de ampliación, en una faraónica intervención que transformará sus 9.800 localidades en 15.000, y son muchas las dudas que ha generado en la capital alavesa el recinto escogido para cobijar al cuadro azulgrana durante los todavía seis meses de exilio que le quedan por delante. El Baskonia disputará sus partidos en la moderna plaza de toros que, bajo el mandato del popular Alfonso Alonso y en el marco de una operación urbanística bastante cuestionada, se erigió como multiusos (el único uso que se le da es acoger las corridas que celebran durante las fiestas de La Blanca, en agosto) en una céntrica zona de la ciudad. Se trata de un recinto provisional, parcheado, en el que las instituciones están invirtiendo contrarreloj para que cumpla las mínimas condiciones exigidas para la celebración de partidos de baloncesto. Un proyecto que, por cierto, se ha tardado más de la cuenta en acometer y ahora, valga la paradoja, algunos piensan que les puede pillar el toro.

En este contexto, con la confluencia de dos factores a priori con tanto peso, resulta cuanto menos extraño que el Baskonia vaya a disputar la Supercopa. Pero si tuviera que poner dinero, y aunque aún no hay nada oficial, apostaría a que lo hará. Y eso me deja un extraño sabor de boca. Agridulce, como digo, porque me satisfaría que pudiera tener opciones de hacerse con el primer título de la temporada venidera pero también porque me arroja la sensación de que la concentración de poder que rige los designios del baloncesto español, y que debe definir el futuro próximo de este deporte, puede ser al mismo tiempo uno de sus principales puntos de desequilibrio.

Un baloncesto de dos (o tres) velocidades

El baloncesto español se ha convertido en un baloncesto de dos velocidades, o como mucho tres, donde los ricos son más ricos y los pobres cada vez más pobres. Y eso no es bueno. Sigo escuchando a muchos decir eso de que la ACB es la mejor liga del mundo por detrás de la NBA, y seguramente lo será, porque las demás tampoco hacen demasiado por evitarlo, pero ha perdido mucho atractivo, demasiado, en los últimos años. Echo mucho de menos la frescura de otras épocas, no tan lejanas, en las que había seis o siete equipos capaces de pelear por los trofeos. En aquellos años en los que un Taugrés con aires de grandeza peleaba por hacerse con un hueco en la élite, Madrid y Barça tenían más rivales. Hace no tanto, y en Vitoria se sufrió en primera persona, un modesto como el TDK fue capaz de hacerse con el título. La Penya y el Estu, dos históricos caídos en desgracia, aparecían como alternativas de poder y los burgueses de la clase media-alta, como en Unicaja y el Pamesa, merodeaban los títulos y las finales, los andaluces siempre con más suerte que los levantinos. Cada vez más todo eso parece un espejismo, un sueño distante, a pesar de que hay quien esgrime la clasificación del Bilbao Basket para la pasada final como una evidencia de que sucede todo lo contrario.

El éxito del conjunto vizcaíno, a mis ojos, fue más una casualidad -basada en un excelente rendimiento y en la culminación de un proyecto cocinado a fuego lento- que una muestra de la competitividad real de un torneo que, como el resto de las ligas nacionales europeas, comienza a verse tiranizada por las oligarquías. Por eso, aun celebrándolo, choca que cuando uno de los grandes puede perderse un torneo, milagrosamente los astros decidan conjugarse para hacerle un hueco, para brindarle una ocasión de ser aún mayor. Porque es ahí donde radican gran parte de los problemas de la ACB que ahora todo el mundo se empeña en resucitar, y que desde luego no revivirá porque jueguen tres o trece españoles en cada equipo.

Con invenciones como las licencias A de la Euroliga, los trienios u otros elementos que a algunos equipos les garantizan disputar cada año la Euroliga, lo que equivale a asegurarles notables ingresos por taquillas y publicidad, la brecha se hace cada vez mayor. Las dos velocidades quedan más a la luz. No podemos engañarnos al respecto. Hay unas normas para unos y otras para el resto. Y ya digo que en esta distribución de la tarta, cómo no, el club que preside Josean Querejeta queda siempre beneficiado, porque ya se sabe que el que parte y reparte rara vez sale perdiendo. El gran anhelo del máximo mandatario del Baskonia ha sido siempre la creación de una competición cerrada, un modelo similar al de la NBA, pero a la europea. A muchos quizá no les guste, y habrá quien ponga el grito en el cielo por el mero hecho de que se plantee, porque acabaría con la ACB, pero es posible que este malherido deporte, con torneos que registran sonrojantes datos de audiencias, tenga que buscar esa salida para subsistir. Si no es así, lo que no se entienden son las fórmulas mixtas, que haya equipos que sudan sangre para encontrar patrocinadores y otros que aunque quedasen fuera de los play off por el título saben que el año siguiente volverán a disputar la Euroliga y tendrán los ingresos asegurados. Es el momento de replantearse muchas cosas. Ahora mismo no todos juegan con las mismas reglas.

5/7/11

La cosa no va de cupos

El baloncesto español busca solución a la grave crisis de identidad y atractivo que padece mientras algunos centran el debate en la conservación de aranceles para evitar lo que ven como el primer paso hacia la extinción del jugador autóctono



La ACB se encuentra inmersa en un proceso de refundación que puede resultar crucial para el futuro del baloncesto, y no sólo en España, sino en toda Europa. El golpe de estado impulsado hace unas semanas por los clubes más poderosos con el fin de derrocar a los dirigentes del organismo que gestiona la competición ha abierto un sinfín de interrogantes cuyas respuestas definirán el camino a seguir en unos tiempos verdaderamente oscuros para este deporte. Los amantes del baloncesto aguardan con impaciencia la fórmula mágica que resuelva los padecimientos de un deporte despreciado por las televisiones, relegado por las audiencias e incapaz de concitar el interés de los patrocinadores. En un contexto desalentador, en el que muchos equipos se encuentran amenazados por las deudas que arrastran, el debate en torno al nuevo rumbo que debe seguir la ACB para recobrar su atractivo se ha centrado en exceso en la definición del nuevo marco de contratación, en la conveniencia de mantener o suprimir normativas proteccionistas para con los jugadores españoles. Sin embargo, hay otras muchas aristas en este poliédrico escenario que deberían estudiarse con mayor detenimiento, puesto que de ellas depende en mayor medida lo que nos espera a todos los que amamos este deporte.

Se puede estar más o menos de acuerdo con la necesidad de proteger el producto autóctono respecto de las apocalípticas invasiones que algunos predicen que podrían producirse en el caso de que se abrieran por completo las fronteras. Pero éste no va a ser el asunto que rescate al baloncesto español de las fauces del ostracismo que comienza a engullirlo. Los más escépticos recurren al ejemplo del fútbol, donde en un entorno globalizado al máximo la selección española ha cosechado los mayores éxitos de su historia. Otros se aferran al modelo de la NBA, patrón idóneo para muchas de las cuestiones a tratar. La competición estadounidense no examina los documentos de identidad de los jugadores que contratan los clubes que la componen. El que es bueno, tiene sitio, haya nacido en Oregon, California, Beijing o Guadalajara. Así de sencillo.


En el otro bando se posicionan todos aquellos que defienden el producto nacional como reclamo, como gran solución. No son pocos. En las últimas semanas he coleccionado opiniones que abogaban por mantener algún tipo de medida que garantice la presencia de jugadores "españoles" en las plantillas de la ACB. Es la misión que se han marcado los portavoces negociadores del sindicato de jugadores, que en nuestro país pasa por ser una organización que defiende los derechos de los profesionales nacidos aquí, no a todos los que están empleados por los clubes del torneo doméstico. Lo cual, por cierto, no carece de cierta ironía. ¿Qué se diría o escribiría si alguna de las centrales sindicales protegiera y velara exclusivamente por los derechos de los trabajadores españoles buscando medidas que dificultasen la igualdad de acceso a los puestos de trabajo de los inmigrantes? Mejor no responder a esta cuestión porque igual salía escaldado o demasiado sorprendido.


La bravuconada del señor Soler


El caso es que, al margen de la ABP (Asociación de Baloncestistas Profesionales), se han situado en este frente, cómo no, los dirigentes de la Federación Española de Baloncesto -con su presidente José Luis Sáez a la cabeza- y el nuevo secretario de Estado para el Deporte, Albert Soler, que pocos días después de que los clubes presentaran su propuesta para el nuevo marco de contratación llego a amenazar con la posibilidad de que se orquestaran medidas desde las instituciones para que la ACB se disputara sin extracomunitarios. La bravuconada del mes, y una evidencia palpable de escasa oportunidad política. Desde luego, posturas como ésta ayudan bien poco en la persecución de de soluciones para la desesperada búsqueda de identidad en la que se encuentra atrapado ahora mismo el baloncesto español.


Los proteccionistas consideran que la supresión de los famosos cupos, que establecen un mínimo de jugadores con pasaporte español (¡Ojo!, que no españoles) en los equipos, podría suponer la extinción definitiva del jugador nacional. Por un lado, lo dudo. Si la selección española ha alcanzado las cotas de éxito de los últimos años, desde luego no creo que haya sido por los aranceles fijados para que se dosifique la entrada de foráneos a la competición estatal. Así que esos miedos, al margen de aparentemente infundados, reflejan una completa falta de confianza en el trabajo de base que las distintas federaciones territoriales, los grandes clubes y los equipos modestos desempeñan desde hace mucho tiempo. Son miles los jóvenes que juegan, que hemos jugado, siempre con el sueño de llegar a debutar en la máxima categoría, dar el salto a la NBA o jugar en la selección, y la mayoría se queda (nos quedamos) por el camino. Pero unos pocos llegan. Los que lo merecen. Los mejores.


Un pequeño fleco del embrollo del basket español


El sistema de cupos o su eliminación es sólo, como digo, un pequeño fleco del tremendo embrollo que los dirigentes de los clubes, que han tomado el mando a través de una rebelión necesaria pero groseramente ejecutada, tienen ahora mismo entre manos. Sin embargo, este martes los directivos de los equipos, con Josean Querejeta como voz cantante, se sentarán en la mesa de negociación con los responsables de los jugadores. Y estoy convencido de que el tema en cuestión volverá a capitalizar la reunión. El baloncesto español, como el de la NBA, como otros muchos deportes, incluido el fútbol en realidad, se ha metido en un callejón sin salida. Los clubes garantizan a sus estrellas unos contratos que a la larga se antojan irreales, primero porque el impacto económico que generan los jugadores rara vez alcanza esas cifras y después, por supuesto, porque muchas veces se muestran incapaces de pagarlos. De eso va el lockout, de tratar que los clubes puedan ajustar los números, equilibrar las cuentas en un momento en el que ya se percibe con claridad que los gastos superan con creces a los ingresos, y en esa dirección deberían dirigirse los esfuerzos de los responsables de velar por la salud del baloncesto español, depreciado, deprimido, deficitario. No se puede plantear siquiera mantener un sistema en el que las instituciones públicas aparecen como el principal patrocinador de un elevadísimo porcentaje de los equipos.


Puede que estas reflexiones duelan, sobre todo a los jugadores. Pero es lo que hay. No se está hablando de poderosas multinacionales que pretenden ganar un poco más a costa de exprimir a sus trabajadores. Hablamos de entidades que, hoy por hoy, se encuentran muy lejos de resultar rentables en la mayoría de los casos. Y los cupos, aunque pueda resultar impopular, se han revelado más como una circunstancia que encarece el coste de la mano de obra de los equipos que como una garantía de supervivencia para los jugadores españoles o la selección, que como el resto de combinados nacionales seguiría manteniendo el nivel gracias a las grandes promesas que en los últimos años están pariendo las canteras de los clubes. Curiosamente en la mayor parte de los casos esas joyas salen de las categorías inferiores de escuadras que siguen considerando a los hombres de la casa como un sustento básico para su primera plantilla, no de los que tratan de sortear los cupos. Porque ésa es otra: no son pocos los que asumen la norma como una obligación, como una ley que invita a buscar la trampa con la que sortearla, y casi nunca como una oportunidad de potenciar a los jugadores nacionales. Esto nos brinda situaciones surrealistas e incomprensibles. Con todos los movimientos que ha habido estos dos últimos años en la casa blanca, ¿como sigue Sergi Vidal conservando una ficha en la plantilla del Madrid? ¿Qué pinta Ander García en el banquillo de uno de los mejores equipos del continente? ¿Dónde nacieron Fede Van Lacke, Rafa Hettsheimeir, Eulis Báez, Sitapha Savané, Caio Torres, Nikola Mirotic, Josh Fisher, Esteban Batista, Mamadou Samb, Paulo Prestes, Dmitry Flis o Brad Oleson, que juegan con pasaporte español?


Refuerzos extranjeros para la selección


Me da la impresión de que algunos quieren dejarse engañar. Y engañan al mismo tiempo. Leí el otro día en el twitter una frase que me dejó helado, pero que al mismo tiempo me inspiró para darle vueltas en la cabeza a este asunto. La firmaba José Luis Sáez, máximo responsable federativo, y por tanto, se supone que cabeza visible del baloncesto de este país. "Si te saludan en Oklahoma con un qué pasa tío es que es español", publicaba el andaluz en su cuenta de twitter. Paradigmático que uno de los mayores adalides de la defensa del jugador nacional quiera convencernos de que Serge Ibaka (si no se refería a él, que alguien me explique esta frase con otro significado) debe ser considerado como un jugador español. ¿De qué estamos hablando? ¿Se puede defender que la selección se potencia con refuerzos nacidos fuera de nuestras fronteras y que han recibido el pasaporte tras una escueta estancia en el país pero debe criminalizarse que los clubes, los que pagan los contratos, los que soportan el coste real de la competición, reclamen su derecho a reclutar jugadores sin detenerse a mirar su lugar de nacimiento?


No tengo nada contra el señor Sáez, más bien al contrario, creo que bajo su mando se han logrado cosas muy importantes desde un punto de vista de selecciones, pero considero que debería mantener unos criterios más coherentes a la hora de trasladar su mensaje. Activo usuario de las redes sociales, esta misma semana nos dejó otro mensaje que se refería a este asunto: "¿Cómo alguien pretende defender una liga de basket sin españoles?", lanzaba al aire la pregunta el presidente de la FEB. Yo le respondo con otra, a la gallega: ¿Quién defiende tal cosa? Todo esto va de conceder a los clubes una mayor libertad, amparada incluso por la normativa europea, para confeccionar sus plantillas y hacerlas más atractivas de cara al público. Si los hay de calidad, incluso una docena de jugadores españoles pueden componer el roster de cualquier equipo.  El problema actualmente es que no hay tantos buenos como para soportar el nivel de los principales equipos de la ACB, incrustados en la aristocracia europea. Y los pocos que hay, sacan tajada de la situación a la hora de negociarse el contrato.


Imbroda habla claro


Lo decía Javier Imbroda en una entrevista que publicamos en Diario de Noticias de Álava este fin de semana: "No podemos seguir pagando sueldos disparatados a auténticas medianías sólo porque sean españoles". Directo, duro, realista. El jugador español de nivel medio ha vivido en muchos casos por encima de sus posibilidades, de sus méritos, y los clubes se han hartado de esta situación. La supresión de los cupos no acabará con ellos, pero en muchos casos los reubicará donde deberían estar. La ACB, tras la NBA, parece ahora mismo la mejor competición nacional del planeta. Quizá no hay sitio para tantos jugadores nacionales, pero el nivel medio es superior al de muchos otros países. ¿Sería una desgracia que algunos de ellos tuvieran que emigrar a ganarse el pan, incluso muchos como estrellas, en otros países con torneos menos potentes? A mi juicio, no.


En cualquier caso, reitero que debería dejar de tratarse este tema para empezar a considerar otros de los que de verdad depende el futuro de nuestro baloncesto. El principal eje del galimatías reside en hallar fórmulas para incentivar las inversiones de los patrocinadores en este deporte y volver a presentar el baloncesto como un producto atractivo para el gran público. Y eso pasa por contar con los mejores jugadores posibles, nacidos en Jaén o en Mostar. El jugador español, como cualquier otro profesional, deberá demostrar que está cualificado para competir en igualdad de condiciones. A nivel de selección lo ha conseguido. Y me niego a creer que sea exclusivamente por la sobreprotección que se le ha concedido en la ACB.


En estos tiempos se está tratando la supervivencia del baloncesto como deporte de élite, más allá de los éxitos internacionales de la selección. Aun así, los ha habido, muchos, y no resultan garantía de nada. Mientras España sumaba un Mundial (2006), una plata olímpica en Pekín (2008) y dos metales más en los Eurobasket de 2007 (plata) y 2009 (oro), las audiencias de la ACB se desplomaban sin remisión. Mientras muchos medios ensalzaban y elevaban a los altares a determinados jugadores, el deporte en sí iba perdiendo presencia en periódicos, radios y televisiones, sobre todo de ámbito nacional. Los éxitos de la selección endulzan los veranos, pero el baloncesto se sostiene sobre la base de las competiciones que se disputan cada año durante meses. Y ahora mismo, aunque nos duela, sufren una crisis aguda que no se solucionará por mantener el sistema de cupos.

Os dejo el link a la entrevista de Javier Imbroda que publicábamos el lunes en Diario de Noticias de Álava. Habla bastante claro del tema.

3/7/11

La NBA echa la persiana


La falta de acuerdo entre jugadores y propietarios ha obligado a la NBA a decretar el lockout (o cierre patronal) que pone en peligro la disputa de la próxima temporada. Claves de un conflicto que algunos han aprovechado para expandir la idea errónea de que el basket europeo se inundará de estrellas de la competición estadounidense


Se cumplieron los pronósticos y el futuro de la próxima temporada de la NBA se encuentra ahora mismo en el aire. El tan comentado lockout, un término que ha alcanzado celebridad sin que muchos tuvieran claro de qué iba, ha comenzado como consecuencia de la falta de acuerdo entre los propietarios de los clubes y el sindicato de jugadores. Hartos de asumir todas las pérdidas y deseosos de obtener mayores porcentajes de la tarta de beneficios, los dueños de las franquicias han emprendido una cruzada que por el momento se ha resuelto con el tercer cierre patronal (hubo un cuarto sin apenas incidencia) en la historia de la competición norteamericana. Los clubes de la NBA echan la persiana. Hasta que no se alcance un acuerdo, ningún directivo ni trabajador de alguna de las 30 franquicias que componen el torneo puede ponerse en contacto con los jugadores, que a su vez tienen prohibido hacer uso de cualquier instalación de los equipos con los que tienen firmado el contrato. Algunos me han preguntado estos últimos días si se trata de una huelga de los jugadores por la ausencia de un acuerdo para la definición de los nuevos contratos. No, no es una huelga de los jugadores. El lockout, técnicamente, es un cierre empresarial; los clubes cesan su actividad hasta que se resuelva el asunto del reparto de la distribución de los ingresos en una competición en la que 22 de los 30 clubes han cerrado el ejercicio en números rojos.

Los propietarios de los equipos desvelan unas pérdidas que han superado los 300 millones de dólares a lo largo del pasado curso. Quieren modificar los porcentajes en el reparto de los beneficios de lo que genera el baloncesto estadounidense. Dejando a un lado otro tipo de aspectos, como las suculentas tajadas que los jugadores perciben de sus contratos publicitarios, la patronal pretende equilibrar una situación en la que está asumiendo todos los riesgos. Hasta el pasado 30 de junio, fecha en la que venció el último acuerdo, las estrellas tenían garantizado el cobro del 57% de los ingresos, mientras que los clubes percibían el 43% restante. La propuesta de los propietarios pasa por igualar los porcentajes, la mitad para cada parte, pero el sindicato de baloncestistas se cierra en banda y, por el momento, no ha pasado de conceder el 45,7% del pastel a los equipos. ¿El resultado? Fácil: el lockout. El problema es que hay mucho dinero en juego y ambas partes deben medir hasta dónde llega la dureza de unas posturas que a la larga pueden acabar perjudicando a todos, incluidos los aficionados.

La búsqueda del nuevo acuerdo colectivo se planteó desde un principio como la crónica de una muerte anunciada. A pesar de los numerosos encuentros que han mantenido ambas partes en Miami, Dallas y Nueva York desde el pasado 31 de mayo, la amenaza de cierre patronal tiñó de incertidumbre la competición durante meses. Hacía trece años que no se daba una situación similar. Aquella vez la liga quedó mutilada sin remedio. Apenas se disputaron medio centenar de partidos. Los tiras y aflojas se prolongaron más de lo esperado. El comisionado David Stern, máximo dirigente del torneo, tuvo que fijar una fecha tope para que se cerrara el pacto. Si no se alcanzaba antes del 7 de enero, la temporada quedaría suspendida. El día de Reyes quedó sellado. Aunque aquella campaña se recuerda aún como una de las más descafeinadas dentro de una de las etapas más insípidas de la NBA. Los Spurs de las twin towers se apoderaron del anillo en un ejercicio en el que la falta de acuerdo entre propietarios y jugadores fue comiéndose poco a poco la ilusión de los seguidores del baloncesto americano. Primero se suspendió la pretemporada, después la primera parte del calendario y finalmente el All Star. Entonces, como ahora, todo el mundo salió perdiendo.

Buscando información para completar este post me he topado entre los expertos de la prensa estadounidense con una variedad de posturas radical en lo que se refiere a la duración que puede llegar a tener este lockout. Nadie quiere que se repita lo de la campaña 1998-99. Sin embargo, las posturas se encuentran ahora mismo muy distantes. "Tratamos de evitar el cierre, pero lamentablemente no se ha podido llegar a un acuerdo", explicaba el exjugador de los Spurs Matt Bonner, uno de los representantes del sindicato presente en la reunión de urgencia que se llevó a cabo el jueves en el Hotel Omni de nueva York. La cosa, para la mayoría, tiene mala pinta. No podemos engañarnos. Ahora mismo todo apunta a un proceso de negociación largo y desesperante. Por el momento, el vicecomisionado de la NBA, Adam Silver, ya ha anunciado la suspensión de la tradicional Summer League de Las Vegas, que desde 2004 ha servido para que a principios de julio muchos jugadores sin plaza fija o meritorios de todos los rincones del planeta se hicieran un hueco en la competición norteamericana. De todos, sin duda este colectivo, el de los jugadores que carecen de contrato garantizado, volverá a ser uno de los más perjudicados.


Posturas optimistas y el precedente de 1995


En cualquier caso, también hay quien postula que la situación puede ofrecer un giro radical ante la evidencia de los números que presentan los propietarios, sobre todo tras un año en el que se ha demostrado que apenas ocho de los treinta equipos resultan rentables. Ahí está el caso de los Kings, cuyo cambio de ubicación como solución a sus miserias económicas ha generado mucho debate, u otros ejemplos tan recientes y contundentes como la compra de los Hornets por parte de la propia NBA o el traslado de los Thunder (antes Supersonics) de Seattle, donde no resultaban rentables, a Oklahoma City. Es precisamente esta latente crisis, más acuciada por el entorno económico global de los últimos años, lo que empuja a algunos a preconizar que el presente lockout se asemejará más al que se produjo en 1995 que al último. Si fuese de tal manera, no existen tantos argumentos para la alarma. Aquella vez el cierre patronal apenas se prolongó durante dos meses y medio -en concreto 74 días- y su afección al desarrollo de la competición resultó mínimo.


Uno de los asuntos que más me apetecía tratar cuando comencé a poner sobre papel las reflexiones que me generó la confirmación del inicio del lockout tiene que ver con las toneladas de ensoñaciones sin fundamento que algunos han querido convertir en realidades factibles. ¿Se van a inundar las ligas europeas de grandes estrellas de la NBA? Rotundamente no. Si nos remitimos al último caso, el de 1998, la experiencia invita a pensar que podrán contarse con los dedos de las manos las estrellas con cierto renombre que puedan aventurarse a cruzar el charco ante la posibilidad de que se suspenda de manera definitiva toda la temporada. Si acaso, como sucedió hace trece años, esta situación excepcional puede atraer al Viejo Continente a algunos agentes libres interesantes, rookies de segunda fila que sigan sin tener garantizada una plaza en ningún equipo de cara a la próxima campaña e incluso jugadores europeos con ganas de volver por un tiempo a sus orígenes. Pero teniendo en cuenta los parámetros económicos que rigen la competición americana y los tiempos de apreturas que padecen los clubes continentales, me atrevo a afirmar que la incidencia del cierre patronal en la composición de los principales clubes de Euroliga resultará poco menos que anecdótica. Por mucho que se quiera vender humo, el panorama parece mucho más complejo de lo que reflejan algunos titulares sobrados de sensacionalismo.

Salarios demasiado elevados y seguros prohibitivos

Tony Parker resumió con mucha claridad una situación que algunos medios están aprovechando para vender humo y generar falsas expectativas. "Ahora mismo creo que existe un 1% de posibilidades de que pueda jugar en Europa la próxima temporada. Ningún equipo puede permitirse el pago de mi seguro", se sinceró el base galo de los San Antonio Spurs. El resto de estrellas, incluidas muchas de las que han aparecido en rimbombantes artículos estivales, soportan una situación similar. Es muy complicado que los jugadores más destacados de la NBA puedan desembarcar en Europa aunque se prolongue el cierre patronal y se confirme la suspensión de parte de la competición. Si existe algún resquicio para imaginar un éxodo masivo que podría enriquecer relativamente el baloncesto continental habría que centrarlo en la opción de que cruzaran el charco agentes libres o jugadores de segunda fila, cuyos salarios garantizados no exigieran la contratación de pólizas prohibitivas. No obstante, si un club europeo recluta a un jugador con contrato en vigor, se quedaría sin él en el preciso momento en el que se reinstaurase la normalidad en la NBA. Dudo que cualquier equipo mínimamente serio quiera comprometer su proyecto de la próxima campaña reservando un amplio colchón salarial para fichar a una estrella que pudiera dejarle en la estacada a mitad del camino.

Si repasamos lo que aconteció hace trece años podemos hacernos a la idea de lo que realmente puede afectar el lockout al baloncesto europeo. Aquel año se produjo un cierto éxodo de novatos, entre los que destacaron sobre todo Dirk Nowitzki, que jugó algunos partidos con el Wurzburg de su corazón, y Michael Olowakandi, que defraudó (como después haría durante el resto de su carrera) tras aterrizar con el cartel de número uno del draft en la por entonces pujante Kinder Bolonia. The Kandi Man no llegó sólo. Otro rookie, el jovencísimo Rasho Nesterovic, aportó bastante más a aquel legendario plantel. En aquel lote de novatos exportados, y en la misma ciudad pero en el TeamSystem, también iba incluido un jugador que algunos años más tarde vestiría la camiseta del Baskonia. Andrew Betts, quincuagésima elección del draft del 98, tuvo la ocasión de compartir vestuario con Mario Jaric, Gianluca Basile, Arturas Karnisovas y Carlton Myers en un equipo en el que también recaló un ya veterano Vinnie del Negro, que aprovechó la ocasión para regresar al país de sus ancestros, donde ya había gozado de una experiencia previa en Treviso.

La repercusión del base de, entre otros, los Spurs o los Bucks en la Lega resultó ínfima. Apenas disputó cuatro partidos. Más o menos los mismos que Vlade Divac, a quien el lockout cazó como agente libre, en el Estrella Roja, y cuatro más de los que Sabonis pudo vestir de nuevo la elástica del Zalgiris, club al que volvió durante aquel parón pero con el que no llegó a jugar un solo minuto. En definitiva, que si la situación actual se asemeja un poco al último precedente conocido, algunos deberían dejar de lanzar globos sonda y olvidarse de difundir nombres de estrellas que en ningún caso, salvo operación inesperada de marketing, tienen previsto dejarse ver por los parqués del Viejo Continente.

Ya he comentado antes que, al margen de los salarios, los clubes que deseen pescar en este río revuelto para hacerse con alguna de las figuras de la NBA deberán contemplar el coste de los seguros que los equipos con los que tiene contrato suelen exigirles incluso cuando marchan a jugar con sus selecciones. Pese a todo, quien más quien menos se ha dejado querer. El último ha sido Andrei Kirilenko, que en declaraciones a la prensa rusa ha asegurado que le encantaría probar la experiencia de jugar en la ACB, según sus palabras "la mejor liga de Europa". El espigado alero que ha hecho carrera en los Jazz, sea como fuere, se encuentra ahora mismo en situación de agente libre. Así que la cosa cambia.

Gasol, Rudy y la amenaza de un año sabático

Por lo demás, aunque es cierto que jugadores como Pau Gasol o Rudy Fernández han satisfecho las pretensiones de muchos al afirmar que no les gustaría pasar un año en blanco y que Europa es una opción atractiva, convendría tomar en su contexto estas afirmaciones. Básicamente porque la cosa tiene que cambiar, y mucho, en los próximos meses. Si no se arregla la situación para noviembre, a algunos les entrarán las prisas. Toda vez que casi todos los jugadores de la NBA tienen su sueldo repartido entre los meses en los que se disputa la competición, no dejarán de cobrar nada hasta la fecha en la que supuestamente debería comenzar la temporada. Y eso puede tener sus efectos en la negociación con unos propietarios que, en cualquier caso, tampoco pueden permitirse el lujo de mantener cerrado el chiringuito mucho más tiempo. Cada día que pase será un día sin ingresos, un mazazo en una situación tan negativa como la que atraviesan.

El lockout ha tenido también su repercusión en los movimientos de mercado del Baskonia y, por extensión, en el futuro de Stanko Barac. El poste croata soñaba con poder cruzar el charco este verano para incorporarse a la disciplina de los Indiana Pacers. El cierre patronal, sin embargo, ha podido definir de una manera bien distinta su próxima residencia. A pesar de que la franquicia estadounidense, a través del mítico Larry Bird, su presidente, había mostrado gran interés por hacerse con los servicios del pívot del Caja Laboral, el cierre patronal ha frustrado una operación que en el Buesa Arena se aguardaba desde hace meses. Con ese pronóstico, y con la previsión de equilibrar las maltrechas cuentas gracias al traspaso de Barac a los Pacers, Josean Querejeta emprendió en enero el fichaje de Esteban Batista, a quien se consideraba su heredero en la pintura pero que ahora genera tantos interrogantes. Salvo sorpresa monumental, el croata no podrá debutar aún en la NBA, pero tampoco se quedará en Vitoria. El Efes Pilsen, club con el que las negociaciones están más que encauzadas, parece su siguiente destino.

Es sólo un efecto colateral más de este anunciado y desconocido cierre patronal, sobre el que espero haberos podido aportar algo de luz. Para que lo entendáis un poco mejor, os dejo un link a un artículo muy interesante de Steve Aschburner publicado en la web de la NBA en el que se explica en cinco puntos las claves del lockout. Espero que os aclare un poco las ideas.