21/6/12

El Benjamin Button de Río Tercero

Pablo Prigioni, pretendido por New York Knicks, podría convertirse a sus 35 años en el rookie más veterano en la historia de la NBA



Decía Pablo Picasso, que supo sorberle todo el jugo a la vida desde todos los puntos de vista, que cuando alguien le decía que era demasiado viejo para hacer algo, procuraba hacerlo enseguida. Otros no tienen tanta prisa. Algunos disfrutan el trayecto al que se supone que es su destino final. Y de repente, cuando menos lo esperan, aparece ante sus ojos la oportunidad que creían ya perdida. A Pablo Prigioni le ha sucedido cuando ya enfilaba el camino a las cocheras. El tren que para la mayoría pasa en los años mozos, al timonel argentino le ha sorprendido cuando enfilaba lo que muchos entendían como los últimos coletazos de una carrera marcada por ese espíritu ambicioso y combativo que lo ha mantenido siempre en primera línea de fuego. Cumplidos ya los 35, al base argentino se le han abierto las puertas de la NBA. Y aunque todavía no existe una oferta firme de los Knicks sobre la mesa (las franquicias de la competición norteamericana no pueden negociar oficialmente con los agentes libres hasta el 1 de julio ni firmar con ellos hasta el 11 ningún contrato), hay posibilidades de que en unos meses cambie la taquilla del vestuario del Buesa Arena, donde siempre ha ejercido como capitán general, por una en el Madison Square Garden, para convertirse en el novato más veterano que debuta en la NBA desde que, en 1976, adquirió su actual formato tras sumarse los principales equipos de la ABA. El Benjamin Button de Río Tercero, que ha acabado por convertirse en pieza fundamental de un Caja Laboral al que llegó con el cartel de jugador en la recta final de su carrera, está preparado para volver a dinamitar los pronósticos. Tiene en su mano la oportunidad de seguir haciendo historia.

Prigioni, que lo ha ganado casi todo en el baloncesto desde que cruzó el charcó en el verano de 1999, todavía tiene sed de aventura. Quiere más. Como cualquier niño que se calza por vez primera unas zapatillas de baloncesto, soñó algún día con pisar el parqué del Garden, con jugar en Los Ángeles, con tener la oportunidad de medirse con los mejores de los mejores. Y al final podría llegarle. Poco le ha importado a los Knicks lo que marca su carné de identidad, que dice poco de un tipo que en mayo cumplirá los 36. De hecho, la franquicia neoyorquina, que ve en él un tutor de lujo para moldear al fenómeno Jeremy Lin, tiene muy claro lo que está buscando en el mercado. Prigioni aparece en su lista de futuribles como la alternativa al verdadero objetivo, que no es otro que el eterno Steve Nash, tres años mayor que él. Si finalmente se frustra la opción de la estrella de los Suns, el argentino inscribirá con tinta indeleble su nombre en los almanaques de una competición en la que ningún jugador ha portado la etiqueta de rookie a una edad tan avanzada.

Un debut con ¡¡¡46 años!!!

Sólo existen dos casos en la historia del baloncesto norteamericano que podrían poner en duda esa condición de novato más anciano que ostentaría Prigioni. Pero los norteamericanos no los tienen en cuenta porque se remontan a los primeros años de la NBA, que se fundó como competición en 1946, y los jugadores en cuestión ya contaban con dilatada experiencia profesional en las ligas que le dieron origen. Uno de ellos, además, ni siquiera era jugador. Nat Hickey, que había hecho carrera en la BAA y la NBL desde finales de la década de los años 20, era el entrenador de los Providence Steamrollers en la campaña 1948/1949. En enero, sólo dos días antes de cumplir los ¡¡¡46 años!!!, decidió inscribirse como jugador para disputar un partido y tratar de ayudar a un equipo que cerró la temporada con un pésimo bagaje de victorias (4-25). El otro referente en cuanto a longevidad en un debut es Charley Shipp, que disputó su primer partido NBA con 36 años. El base se estrenó con los Waterloo Hawks en la campaña 1949/1950, aunque también este caso se coge con alfileres porque no había parado de jugar en la NBL desde 1937. Además, Shipp, en la que ya era su última temporada en activo, dirigía a los Hawks dentro y fuera de la cancha, puesto que también ejercía como entrenador del equipo.

Al margen de estos dos episodios cogidos por alfileres, casi descartados por todos, no existe jugador que pudiera hacer sombra a esa condición de rookie senil que podría adquirir Prigioni. La mayor parte de los analistas norteamericanos incluso comparten ciertas dudas en torno al considerado novato más veterano de la historia de la NBA, puesto que también contaba con cierta experiencia previa en alguna de las competiciones paralelas que se disputaban en Estados Unidos en la primera mitad del siglo XX. En cualquier caso, Ben Goldfaden, que se disputó con 33 años dos partidos con los Washington Capitols en 1946 pudo presumir en vida de ser considerado por la mayoría como el más longevo en estrenarse en la mejor liga del mundo. La diferencia entre este y los dos citados anteriormente estriba básicamente en que Goldfaden contaba con experiencia en la ABL, y no en la NBL o la BAA, las consideradas como pioneras reales de la NBA.

Una oportunidad postrera para el 'Magic' francés

A partir de ahí, la mayor parte de los rookies más veteranos han sido casi siempre jugadores extranjeros que, como Prigioni, contaban con un lustroso palmarés en competiciones de otros países antes de saltar el charco. No es nada nuevo. Puede darse con jugadores españoles, como Jorge Garbajosa, que contaba con 28 años cuando se estrenó con los Raptors, o Juan Carlos Navarro, 27 cuando probó suerte con los Grizzlies, en una nómina que en todo caso encabeza el exjugador del Valencia Basket Antoine Rigaudeau. El jugador galo, al que cuando comenzó su carrera en el Cholet bautizaron como el Magic Blanco, pero que nunca llegó a satisfacer todas las expectativas depositadas en él, se estrenó con los Mavericks apenas dos meses antes de celebrar su trigésimo segundo cumpleaños. No tuvo mucho recorrido. En Dallas sólo jugó 11 partidos (1,5 puntos, 0,7 rebotes y 0,5 asistencias por cita) antes de ser traspasado, en verano de 2003, a los Golden State Warriors, donde no llegó siquiera a debutar.


Otro argentino, también exbaskonista y amigo de Prigioni, entró no hace tanto en las posiciones altas de la lista. Fabricio Oberto, también de vocación NBA tardía, se estrenó con los Spurs a los 30. Otros jugadores que hicieron el camino desde el Buesa Arena fueron un poco más precoces. Luis Scola firmó con los Rockets a los 27; Tiago Splitter se marchó a otra franquicia texana, los Spurs, a los 25; la misma edad que tenía Arvydas Macijauskas cuando abandonó el viejo TAU para fichar por los Hornets. José Manuel Calderón, en las filas baskonistas desde los 13 años, atendió la llamada de los Raptors una década después, sin haber cumplido aún los 24, mientras que Andrés Nocioni se marchó a los Bulls cuando aún le restaban unos meses para llegar a los 25.


Sin duda, esa parece la edad idónea, el punto justo de maduración para probar fortuna en la NBA, aunque algunos, como Mirza Teletovic, que en septiembre hará los 27 y parece encaminado a acabar en los renovados y relucientes Nets de Brooklyn, decidan esperar más. Erazem Lorbek, a quien se señala como futuro compañero de Splitter en San Antonio, entraría a sus 28 años a formar parte de la lista de los más rookies más veteranos, en la que también se encuentra otro ilustre trotamundos como Sarunas Jasikevicius, que había alcanzado los 29 cuando debutó con los Pacers, su primer equipo en la competición norteamericana. O incluso una leyenda como Arvydas Sabonis, de quien habría sido curioso saber dónde se encontraba su techo de no haber llegado ya a los 30 y con demasiado kilometraje en las rodillas. Sin embargo, nadie se acerca a Prigioni. Incluso por esto parece querer competir. Y ganar.

¿La recta final?

El tipo que se marchó al Madrid a buscar títulos, para luego volver con las manos vacías a Vitoria, el tipo que se enemistó con la grada del Buesa Arena tildando a la afición azulgrana de mediocre, para luego volver a metérsela en el bolsillo con su capacidad para sostener a un equipo desmoronado, se ha ganado el derecho a disfrutar de una bola extra. Josean Querejeta no tuvo reparos en reconocer cuando el Caja Laboral quedó eliminado en las semifinales de la ACB que le encantaría que el timonel de Río Tercero siguiera una campaña más en el equipo vitoriano. El entorno del jugador, a través de su agente, se manifestó en la misma línea. Pero nadie contaba con los Knicks. Había interés por ambas partes, y lo seguirá habiendo si se frustra su posible asalto a la NBA, esa posibilidad de convertirse en el abuelo de los novatos.

En un par de semanas se desvelará si el argentino puede disfrutar de este tren que ya nadie, ni él, esperaba o si por el contrario prolonga un año más su estancia en Vitoria. Lo que parece claro es que sería de estúpidos pensar que, pese a su edad, escoja el camino que escoja la próxima será su última campaña en la élite. Devoto de su físico, hasta el punto de que esta campaña ha sido capaz de superar la media hora sobre el parqué por partido, Prigioni ha evidenciado que aún le queda cuerda para rato. Como Benjamin Button, parece cada día más joven. Y más si acaba por marcharse a una competición en la que no son pocos los jugadores que prolongan sus carreras hasta límites insospechados, como a lo largo de los años han hecho estrellas de la talla de Kevin Willis (44), Robert Parish (43), Kareem Abdul-Jabaar (42), Dikembe Mutombo (42), Bob Cousy (41), John Stockton (41), Karl Malone (41), Michael Jordan (40), Ricky Mahorn (40), James El Chino Edwards (40), Cliff Robinson (40), Charles Oakley (40) o los aún activos Grant Hill (39), Jason Kidd (39), Steve Nash (38), Marcus Camby (38), Derek Fisher (37), Ray Allen (36) o Kevin Garnett (36). Con estos precedentes y su insaciable apetito competitivo, Prigioni podría tomarse sin agobios su periodo de adaptación. Quién sabe. Quizá el Benjamin Button de Río Tercero pueda plantearse el reto de batir otra marca de longevidad. Pero esa es otra historia y todo esto, por el momento, sólo el cuento de la lechera.

11/6/12

Orgullo verde

Los Celtics del 'Big Three', seguramente el equipo más duro de la última década, murieron como han vivido, derramando hasta la última gota de sangre sobre la cancha del American Airlines Arena de Miami, donde se despidieron para siempre


Si hace unos meses hubiera contratado los servicios de un adivino y en su bola de cristal hubiera vislumbrado que acabaría reservando unas líneas de este rincón de reflexiones para alabar a los Celtics del Big Three, me lo habría tomado a broma y habría concluido, como puedo hacer sin necesidad de dar ese paso, que todo eso de la adivinación son simples milongas y me estaban tratando de timar. Y sin embargo, aquí estoy, todavía con la resaca que me ha dejado una serie mágica, de tintes heroicos, y la sensación de que ese grupo de tipos orgullosos, competidores irredentos, se nos ha marchado para siempre. Los añoraremos, seguro. Los añoraremos incluso aquellos que los sufrimos, con el corazón púrpura y oro pisoteado.

Los Celtics de Garnett, Pierce y Allen, los Celtics de Pierce, Allen y Garnett, o de Allen, Garnett y Pierce, porque no me atrevería a conceder más galones a uno que al resto, todos tuvieron su tiempo, su momento, su partido, han marcado época en la NBA. No sólo por los resultados, o por el número de títulos o finales disputadas, sino sobre todo por ese espíritu irreductible, inasequible al desaliento, a dar una pulgada por perdida, que los ha convertido en seguramente el equipo más duro, mental y competitivamente hablando, de la última década. He repudiado a los Celtics como rivales desde que tengo uso de razón baloncestística. Mis primeros recuerdos de la NBA, borrosos, incluyen aquel quinteto mítico que conformaban Dennis Johnson, Danny Ainge, Larry Bird, Kevin McHale y Robert Parish. Pero no fueron ellos quienes fijaron los cimientos de esa esencia orgullosa que siempre ha teñido de un verde militar el corazón de los jugadores que se enfundaban la camiseta de la franquicia más laureada de la NBA. Eso vino antes. O quizá siempre estuvo ahí, bajo el parqué del Garden. Ese alma soberbia, vanidosa, arrogante y colectiva la compartieron y la moldearon leyendas como Bill Russell, Bob Cousy, Dave Cowens o el eterno boss Red Auerbach. Pero desde luego, el trío de jugadores que se reunió para buscar un último milagro la noche del sábado en el American Airlines Arena de Miami ha sabido portar con orgullo esa pesada y lustrosa herencia.

Decía Víctor Hugo que "el sufrir merece respeto, mientras que el someterse es despreciable". Si es así, pocos jugadores en la liga merecen ser más respetados que estos tres. Desde el principio de sus carreras hasta el último suspiro del séptimo partido de la Final de la Conferencia Este en el que el presente tuvo que sudar sangre para echar a un lado al pasado.

La respuesta a veintidós años de sequía

Allen (36), Garnett (36) y Pierce (34) se reunieron en Boston en verano de 2007. Parecían la respuesta a la larga travesía por el desierto que habían padecido los Celtics en la década de los noventa y comienzos del nuevo milenio. Y lo fueron. Han ganado sólo un anillo, es cierto, en 2008, pero también han logrado poner fin a la época más larga que ha conocido la franquicia sin catar títulos. Habían transcurrido 22 años desde el último, el último también del Pájaro, que llegó en 1986. Con Doc Rivers, piedra angular de proyecto, tan verde y orgulloso de espíritu como sus peones, los Celtics superaron a los Lakers para conquistar el decimoséptimo campeonato de su historia. Ninguna otra franquicia en la competición estadounidense ha logrado tantas. La apuesta en los despachos de Danny Ainge, que renunció a importantes opciones de draft y sacrificó en traspasos a talentos con enorme proyección como Al Jefferson, Sebastian Telfair, Ryan Gomes o Delonte West para reunir al Big Three había resultado un éxito. Por fin se exterminaba a los fantasmas de la ansiedad que vagaban por los pasillos del Garden.


El baloncesto, en todo caso, es un deporte de equipo. Juegan cinco, más los que salen desde el banquillo. Y está claro que esta historia no se podría haber escrito en ningún caso sin los secundarios, que en algunos casos acabaron copando el papel de protagonistas. Ahí estuvo el oficio del viejo Sam Cassell, o el de PJ Brown, el trabajo destajista de Posey y, sobre todo, la aportación de los otros dos pilares del quinteto, Kendrick Perkins, que va a tener la opción de ganar un segundo anillo que los Heat le han arrebatado a sus excompañeros, y Rondo, que ha acabado por asumir para sublimar los eternos valores célticos y se ha transformado en el gran referente del equipo. Para algunos, incluso, en el taca-taca en el que se sostenían sus veteranos compañeros. Para todos, sin duda, en el hombre sobre cuyas espaldas edificar el nuevo proyecto.

Una lucha eterna contra el paso del tiempo

Lo que está claro es que el del sábado fue el último partido que jugaron juntos Pierce, Garnett y Allen, que hace dos años se quedaron a una victoria del anillo ante los Lakers, esta vez reforzados, de Kobe, Bynum y Gasol. Su fin pudo haber llegado antes. A pocos días para que se cerraran los traspasos, Boston flirteó con la posibilidad de iniciar antes de tiempo la reconstrucción. Allen sonó para los Grizzlies; Pierce, para los Nets. Pero Danny Ainge, no podía ser otro, creyó que a este ejército de legionarios remendados aún le quedaba una batalla. Y vaya si le quedaba. Desde fuera, como hater, he gozado de esta última aventura del Big Three, el verdadero Big Three, en las eliminatorias por el título. No lo han tenido fácil para llegar hasta donde han llegado, hasta exigir que Lebron tuviera que mejorar sus prestaciones de MVP para poder mandarlos definitivamente a descansar.

Allen, Pierce y Garnett bailaron su última pieza juntos. Pero la bravura con la que pelearon hasta el final incrementa todavía más la leyenda de unos tipos a los que se echará en falta, como conjunto, en la NBA. KG y Allen acaban contrato con la franquicia de Massachusetts. The Big Ticket ya no está para liderar a ningún equipo, pero aún le queda clase para impartir unas lecciones de danza en el poste bajo. Y sobre todo, le sobra carácter. Leí el otro día unas declaraciones de Keyon Dooling en las que alababa su valor en el vestuario. El base suplente de los Celtics destacaba el enorme aprecio que le guardan todos aquellos que han compartido cambiador con él. "Pregúntale a quien quieras", desafiaba Dooling, que señalaba a Garnett como el "pegamento" que hace que todo el colectivo fluya unido. También es, desde luego, el monarca del trash talking y uno de los personajes más insoportables para cualquier rival al que se enfrente, pero observando un poco el devenir de estas eliminatorias por el título, su fuerza interior, sus declaraciones, su capacidad para levantar el ánimo a sus compañeros cuando vienen mal dadas, queda claro que las declaraciones de Dooling no marchan desencaminadas.

Allen ya no es el que era, está claro. Sus porcentajes han bajado, en parte porque padece una molestísima lesión en el tobillo que le ha obligado incluso a modificar su salto para caer sobre una sola pierna cuando realiza las suspensiones. Pero es baloncesto. Baloncesto en estado puro. Su mecánica de lanzamiento debería enseñarse a los niños. Las defensas rivales, todavía hoy, conocen ese instante de ansiedad que se da cuando Jesus Shuttlesworth sale con un poco de ventaja de los bloqueos. Los analistas estadounidenses ven en Pierce, el más joven de los tres, el capitán, al único que le queda contrato en vigor, más un activo de cara a los traspasos que un jugador válido para el nuevo proyecto verde. Puede que tengan razón. Pero sigue siendo capaz de enchufarla cuando llega el momento de la verdad, cuando hay que ganar un partido. Lebron puede atestiguarlo. Fue su última víctima. Aunque a la postre, no sirvió de nada. Porque estos tipos no entienden de méritos, sólo de resultados.

Se trata de ganar o perder. Y los Celtics, estos Celtics, perdieron en Miami su última ocasión de continuar alimentando la leyenda. Vivieron orgullosamente y murieron igual. Y ahora se marchan sin que este o cualquier otro homenaje mitigue su vanidad herida. Los que los sufrimos, y en parte disfrutamos, jamás olvidaremos su capacidad para creer y hacer creer. Pierce, Garnett y Allen se echan un lado, pero la esencia eterna de los Celtics permanece ahí, latente. En manos de Rondo y de los que vengan por detrás queda ahora que el orgullo verde no deba quedar otros veintidós años encerrado en el armario.

Un resumen en tres minutos. Estos son los que se nos van.

¡¡¡Larga vida al enemigo!!!





10/6/12

El dilema Ivanovic

Querejeta medita la continuidad del técnico montenegrino tras cerrar el primer bienio del presente siglo sin conquistar títulos


Todo está sujeto a cambios este verano en el Caja Laboral. Y todo significa absolutamente todo. A pesar de que una docena de jugadores disponen de contrato en vigor, y de que al menos uno de los dos que no lo tienen parece llamado a seguir en Vitoria, resulta casi imposible poner la mano en el fuego por la continuidad de cualquiera de los componentes de un plantel que ha ofrecido una temporada tan decepcionante. Ni siquiera por el comandante en jefe de la tropa azulgrana, un Dusko Ivanovic que firmó por dos temporadas pero cuya figura se encuentra ahora mismo sometida a un debate interno en el seno del club vitoriano que podría incluso resolverse con un relevo en el banquillo que sorprendería lo justo a una afición que también se encuentra dividida en torno a este asunto.

Josean Querejeta, el principal valedor del técnico montenegrino, sopesa el incremento de las opiniones críticas -incluidas las que llegan desde dentro de la entidad de Zurbano- en un momento en el que no sólo se habla en clave de baloncesto, sino también de venta de entradas y de generación de ilusiones en una hinchada que ha padecido dos de las peores temporadas de la era reciente del baskonismo. Un equipo que había convertido en una rutina, cuando no ganarlos, al menos sí pelear por los títulos, ha cerrado un bienio desalentador en el que sólo ha disputado una final, la de la última edición de la Supercopa, y durante el cual parece haberse quedado algo rezagado con respecto a sus dos grandes y económicamente poderosos enemigos habituales, enzarzados ahora mismo en la lucha por el entorchado liguero.

Un escalón por debajo

Existen muchos argumentos para justificar el paso atrás que ha dado el combinado vitoriano en estas dos últimas campañas. Quizá el de mayor peso tiene que ver, lógicamente, con ese desequilibrio económico que siempre ha obligado al cuadro baskonista a rozar la perfección para poder tutear a rivales que en algunos casos hasta duplican su presupuesto. Pero a nadie se le escapa, y tampoco a Josean Querejeta, que el modelo de gestión de Ivanovic, el entrenador más importante y laureado en la historia del club, ha comenzado a generar cierto desencanto en un importante sector de la afición que pide un cambio, sin tener muy claro en qué sentido, para virar la dirección de la nave. La película, en todo caso, podría haber sido distinta -difícil saber hasta qué punto- de haberse logrado el pase a la final tras un play offen el que la grada logró por momentos reconciliarse con un equipo que había perdido el alma.

Es una cuestión de sensaciones. Querejeta ha confiado siempre, y lo sigue haciendo, en Ivanovic más que en cualquier otro técnico. Al montenegrino le ha tolerado actitudes y errores que a otros les han costado despedidas prematuras. Al dirigente lazkaotarra no le tembló el pulso cuando tuvo la ocasión de recuperar al sargento de hierro, que había salido trasquilado de su aventura en Barcelona. De nada valieron los méritos acumulados durante la temporada precedente por Neven Spahija. El técnico de Sibenik había sumado dos títulos -entre ellos la segunda ACB- y había cumplido con el objetivo de meter al equipo en la Final Four. Pero contra todo pronóstico, amparado en la presunta mano blanda del croata en la gestión de banquillo, Querejeta optó por hacer uso de la cláusula que permitía romper el contrato de dos temporadas que habían firmado al término de la primera. El máximo mandatario de la entidad de Zurbano quería recuperar a Dusko Ivanovic. Echaba en falta la jerarquía de un entrenador al que siempre ha concedido mando en plaza y le ha descargado de presión y preocupaciones. Por eso ahora, en un momento en el que muchos abogan por el cambio, se le plantea un dilema.

¿Existe el sustituto adecuado?

En realidad, la pregunta que se hace todo el mundo el Vitoria gira en torno a quién puede ser digno de asumir ya no el banquillo del Caja Laboral, sino la confianza plena de un Querejeta que el pasado año ya realizó un primer escrutinio del mercado en busca de un posible sustituto. Pero no acabó de dar el paso y realizó una apuesta que muchos consideraron entonces arriesgada y a la postre valoran como errónea: a falta de uno, conceder dos años más de contrato al montenegrino. Más allá de los muchos problemas que ha podido encontrarse en su camino por culpa de las lesiones, la inadaptación de piezas importantes u otros menesteres, lo cierto es que el Caja Laboral ha firmado dos temporadas decepcionantes, muy alejadas de lo que venía siendo costumbre desde que se instaló, por méritos propios y seguramente con gran parte de culpa del propio Ivanovic, en la aristocracia del baloncesto continental.

Tras la marcha a la NBA de Tiago Splitter, uno de los grandes iconos del club que cerró su excepcional periplo como baskonista con la consecución del tercer título liguero de la historia, el equipo de Ivanovic ha quedado sumido en un foso de mediocridad competitiva. No ha vuelto a ofrecer la sensación de poder competir de igual a igual con los grandes. El año pasado el cuadro azulgrana completó su primera temporada sin disputar una final del presente siglo. Este, la cosa no ha ido a mejor: al margen de lograr colarse en la final de la Supercopa y de la meritoria resurrección en el play off cuando Ivanovic pudo disponer por fin de una plantilla compensada, el curso 2011-2012 será recordado por representar el primero en el que el conjunto vitoriano no logra acceder al Top 16 y cae a las primeras de cambio en una Euroliga en la que había logrado erigirse en un equipo respetado y respetable. En conjunto, habría que echar la vista muy atrás para dar con un bienio tan pobre. Tanto como retornar a finales de la década de los noventa (1999-2000 y 2000-2001) para encontrar dos temporadas tan discretas.

Pero lo peor no son los resultados o la ausencia de títulos. El dilema de Querejeta con respecto a Ivanovic está más ligado a las sensaciones de la grada, al creciente desencanto de la afición. A la necesidad de volver a conectar al equipo con su parroquia para recuperar ese binomio que tantas noches mágicas ha reportado bajo el embrujado cobijo del Buesa Arena. En el club existe división. También la hay en la calle. Pero esta decisión no se llevará a referéndum. La tomará una sola persona. Todo está sujeto a cambios este verano en el Baskonia. Incluso esto. Cuando se resuelva este dilema se irán despejando el resto de las incógnitas.


El Baskonia en el Siglo XXI


2000-2001
Subcampeón de la ULEB ante el Kinder de Bolonia
2001-2002
Campeón de la ACB tras imponerse (0-3) al Unicaja en la final
Campeón de la Copa del Rey. Venció en la final (85- 83) al Barcelona
2002-2003
Subcampeón de la Copa del Rey tras caer en la final (84-78) ante el Barça
2003-2004
Campeón de la Copa del Rey tras imponerse en Sevilla en la final al DKV Joventut (81-77)
2004-2005
Subcampeón de la Euroliga ante el Maccabi.
Subcampeón de la ACB tras caer en la final ante el Real Madrid (2-3)
2005-2006
Final Four. Tercer puesto tras caer ante el Maccabi en semifinales y vencer al Barça en el tercer y cuarto puesto
Subcampeón de la ACB tras caer en la final (3-0) ante el Unicaja
Campeón de la Copa del Rey tras superar en la final al Pamesa Valencia (85-80)
Campeón de la Supercopa. Se impuso en la final al Granada (61-55)
2006-2007
Final Four. Cuarto puesto tras caer ante Panathinaikos en semifinales y Unicaja en tercer y cuarto puesto
Segundo título de Supercopa. Triunfo en la final ante el Unicaja (83-78)
2007-2008
Final Four. Cuarto puesto. Derrotas ante el CSKA en semifinales y el Montepaschi en tercer y cuarto puesto
Campeón de la ACB tras imponerse con brillantez (0-3) al Barcelona en la final
Subcampeón de la Copa del Rey tras caer en la final del Buesa Arena ante el DKV Joventut (82-80)
Campeón de la Supercopa ACB tras imponerse en el derbi que supuso la final ante el Iurbentia Bilbao Basket (85-73)
2008-2009
Subcampeón de la ACB tras perder en la final ante el Barcelona (1-3)
Campeón de la Copa del Rey tras vencer en una vibrante final al Unicaja (100-98)
Cuarto título consecutivo de Supercopa tras superar al CAI en una apretada final (86-85)
2009-2010
Campeón de la ACB tras imponerse en una brillantísima final y contra todo pronóstico (0-3) al Barça de Xavi Pascual, que había ganado la Euroliga
2010-2011
El Caja Laboral se quedó la pasada campaña sin disputar una sola final por primera vez en el presente siglo. Hacía un lustro que el equipo no cerraba un curso sin un título que echarse a la boca.
2011-2012
Subcampeón de la Supercopa. Cae en la final de Bilbao ante el Barça (73-82)
Cae por primera vez eliminado a las primeras de cambio en la Euroliga


Os dejo el link de la noticia, tal y como aparece publicada en la web de Diario de Noticias de Álava del domingo 10 de junio de 2012.