17/4/13

El último desafío de Kobe

La estrella de los Lakers se enfrenta al reto de volver a las canchas tras sufrir una rotura del tendón de Aquiles / A sus casi 35 años, muchos piensan que jamás podrá a ser el mismo, pero su genética de competidor lo empuja a reducir plazos para volver a la carga



Lo había hecho cientos de veces antes. Miles. Marca de la casa. Encara a su defensor, dribla hacia un lado y carga con fuerza todo el peso hacia la pierna contraria. Normalmente, deja al rival sentado. También en esta ocasión habría superado a Harrison Barnes. Buscó el contacto con el defensor, apoyó su hombro en el pecho del rival, encontró el espacio y trazó la salida hacia la izquierda. Un movimiento casi automático que suele concluir en canasta, pero esta vez se escuchó un chasquido, un sonido seco, funesto, y Kobe se desplomó.

El tiempo se detuvo en el Staples Center. El hombre que se había atado a los Lakers a la cintura y los ha conseguido arrastrar a unos playoffs que tenían ya casi asegurados se retiraba con gesto de dolor. El cielo se nubló. Un manto de negros nubarrones se cernió sobre el cielo de Los Ángeles. Y las pruebas médicas a las que fue sometido confirmaron los peores augurios. Tenía el tendón de Aquiles roto. Pronóstico claro: entre seis y nueve meses de baja.

Aún tuvo tiempo de prestar un último servicio a una causa para la que ha luchado casi en solitario. Lanzó dos tiros libres y se marchó al vestuario. A Kobe se le acababa de romper el tendón de Aquiles; a los Lakers, el alma. Buena parte de las esperanzas de la franquicia angelina -si no todas- se marcharon por el retrete cuando se confirmaron los presagios más pesimistas. Sin su gran estrella, la franquicia angelina tendrá muy pocas opciones en las eliminatorias por el título. No tardaron mucho en aparecer los agoreros. En cuestión de horas ya había quien se atrevía a hablar de retirada anticipada. Sin duda, gente que pasa por alto el genotipo competitivo de un hombre que se ha mostrado capaz de superar todos los retos y que, tras la rabia inicial, se ha fijado el objetivo de superar uno más, uno mayúsculo.

“Cuando sucede algo como esto, todo el mundo quiere saber por qué, pero no siempre hay una razón o un porqué. Algunas veces es sólo mala suerte”, manifestó a las pocas horas de conocerse la lesión Gary Vitti, el preparador físico del equipo de Mike D’Antoni. Sin embargo, a veces la mala suerte se busca. En ocasiones se flirtea con la desgracia. Un organismo puede llevarse al límite. Kobe, y los técnicos de los Lakers que se aferraban a su fe como un clavo ardiendo, lo han hecho estas últimas semanas.

El tendón de Aquiles saltó por los aires ante los Warriors. Pudo haberlo hecho mucho antes. The Black Mamba, en su afán por evitar el escarnio que habría supuesto quedar fuera de las eliminatorias por el título, estaba asumiendo un esfuerzo sobrehumano. Estaba a punto de completar su octavo cuarto consecutivo sin descanso. Los siete anteriores había interpretado su papel de salvador. Dos días antes, frente a los Blazers, superó su mejor marca anotadora del curso (47 puntos). Antes de caer lesionado, en los primeros 45 minutos del choque ante los Warriors, añadió otros 34 para completar una trayectoria que le ha valido un título póstumo de mejor jugador de la semana en la Conferencia Oeste. Pero todo tiene un precio. Y aunque su lesión pueda achacarse a la fatalidad, quizá también haya podido influir el hecho de que en los siete últimos partidos promedió casi 46 minutos sobre el parqué.

Un drama en púrpura y oro

El fatal desenlace de esta cruzada en la que el escolta de Philadelphia se había embarcado no hace más que rematar la trágica travesía por el desierto que han soportado los Lakers desde que arrancó la temporada. Lo que en verano se apreciaba como un plantel diseñado para ganarlo todo, con cuatro grandes estrellas reunidas en un mismo vestuario y el mayor presupuesto en salarios de la competición, ha terminado por convertirse en un drama. Lo que de inicio se antojaba un gran equipo sin ensamblar, percepción que le costó la cabeza a Mike Brown, ha acabado por transformarse en una fatalidad palpable. Los Lakers, más allá del infortunio de las lesiones, no han acabado en ningún momento de funcionar como equipo. Y la llegada de D'Antoni, el tercer técnico del curso tras la aseada labor como interino de Bernie Bickerstaff, no sirvió de antídoto a los males. Más bien al contrario.

Ni el más malicioso de los guionistas de Hollywood habría sido capaz de diseñar una temporada tan aciaga. El mismo equipo que generó debates en verano en torno a la conveniencia de reunir a tantas figuras en una misma plantilla por el desequilibrio que podía generar en una liga que tiende siempre a evitar este tipo de desniveles, confeccionado para plantar cara a los Heat de Lebron, Wade y Bosh, se convirtió en una caricatura, en una fuente inagotable de desgracias, casi todas en forma de lesiones.

Bryant es en realidad el último que ha caído. Antes que él han ido desfilando por la enfermería el resto de puntales del equipo. Pau Gasol, que ha padecido varios problemas físicos, se ha perdido un total de 33 partidos. Nash, que sigue en la lista de bajas, 30. Dwight Howard, que empezó la temporada a medio gas tras su intervención quirúrgica en la espalda, también faltó de manera intermitente a raíz de unos problemas en un hombro. Y Metta World Peace, a pesar de su biónica velocidad de recuperación, tampoco se ha librado del descanso forzado. Además, un par de problemas musculares han mantenido a Steve Blake fuera de las canchas durante 37 encuentros y Jordan Hill continúa de baja desde hace casi tres meses

Con el traje de superhéroe

Kobe se enfundó el traje de superhéroe para combatir todas estas penurias. Quiso ser padre y madre. Se impuso la obligación de cubrir las ausencias y pensó que su talento y ambición bastarían para ocultar los evidentes problemas de adaptación y juego que ha mostrado el plantel angelino. Quería guiar a los Lakers a los playoffs. The Black Mamba aceptó el reto de enfrentarse al destino, a la fatalidad, a los golpes que habían convertido lo que parecía un proyecto ganador, una plantilla confeccionada para ganar el anillo, en una dramática broma de mal gusto. Eternamente comparado, muchas veces despreciado injustamente, el jugador más competitivo que ha conocido el baloncesto en la última década, se conjuró para evitar el ridículo que habría supuesto quedar fuera de los ocho mejores equipos de la Conferencia Oeste.

Camino de los 35, edad que alcanzará en agosto, Kobe deberá permanecer al menos hasta el arranque del próximo curso en el dique seco. Su edad ha propiciado que los agoreros, los haters a los que él mismo desafió a través de su cuenta de twitter, salieran a la palestra para preconizar su retirada, para aventurar que jamás volverá a ser el que fue, el que ha sido, el que es y el que será. Sin embargo, la edad no resulta un argumento de peso para un tipo que hace gala como muy pocos deportistas en este planeta de una capacidad inhumana para competir, para superar los retos, para mantenerse en la brecha. Los números de esta campaña, la decimoséptima para él en la élite, así lo refrendan. Ha mejorado casi todas sus estadísticas con respecto a los anteriores cursos. Tan sólo en puntos (27,3 por los 27,9 de la 2011/2012) está por debajo. Ha crecido en asistencias (6 por partido), robos (1,4) y rebotes (5,6), y lo ha hecho además con mejores porcentajes tanto de dos (46,3%) como de tres (32,4%).

Todo por evitar el ridículo de quedar fuera de los playoffs. Todo por ahorrarse esa sensación de mediocridad que tan poco encaja con él y que ya experimentó en una ocasión. Fue en la campaña 2004-2005. Shaquille se había marchado de Los Ángeles y Kobe se quedó solo ante el peligro. La franquicia californiana contaba con una plantilla de medio pelo, con Chuky Atkins, Caron Butler, Lamar Odom y un Vlade Divac de 37 años rumbo a la retirada. Eran los Lakers de Medvedenko. Entonces Kobe, que jugó más de 40 minutos por cita para evitar lo inevitable, se conjuró para que no volviera a suceder.

Quizá por eso le resultó imposible contener las lágrimas cuando entró al vestuario. Sabía que, pasara lo que pasara en los últimos partidos, él se quedaría fuera. Se volvería a perder los playoffs. Lloraba la rabia, la impotencia, el agotamiento de varios meses de pelea casi en solitario contra el mundo.

"En general, este tipo de atletas de primer nivel atraviesan un periodo inicial de rabia", exponía Vitti en declaraciones a Los Angeles Times. "Pero no dura mucho. En seguida, cuando lo superan, comienzan a preguntar cuál es el camino más rápido para poder estar de vuelta". A Kobe no le costó demasiado alcanzar este segundo estadio. No quiso perder tiempo. Pasó por quirófano tan pronto como fue posible. Cuanto antes iniciara el proceso de recuperación, antes volvería a las canchas. Su mente funciona así. En ningún momento pasó por su cabeza la idea de la retirada. No van con él lo de arrojar la toalla. "Hablamos de un espíritu competitivo único. Es un jugador excepcional", manifestaba Jeff Van Gundy, antes entrenador y ahora comentarista de la CNN.

Kobe Bryant, el chico que dio el salto desde el instituto a la NBA cuando casi nadie lo hacía, el tipo que anotó 81 puntos -segunda mejor marca de la historia tras los 100 de Wilt Chamberlein- ante los Raptors, el primero en cargar la pesada losa del heredero, afronta ahora un nuevo reto. Y eso le pone. Aunque sólo sea por cerrar algunas bocas, volverá. Se enfrenta a su último desafío.

1 comentario:

diraculis dijo...

Que razón tienes hablamos del tipo más competitivo que he visto en mucho tiempo. De un tío con una clase excelsa, de alguien por quien no dormir y ver NBA merece la pena.
Pero la lesión yo creo que ha venido forzada por la incapacidad de un entrenador como Mike D' Antoni que no ha sabido comprender al equipo y que hasta que por ejemplo se ha dado cuenta donde hace daño Pau ha pasado más de la mitad de la temporada. Y entretanto Kobe ha tenido que jugar minutadas.
Ahora yo también te digo que este a principio de la próxima temporada ya esta jugando y metiendo 30 puntos como si nada