1/6/13

Fracaso en el retrogusto


Aseguran los enólogos que uno de los factores más relevantes a la hora de valorar la calidad de un vino aparece a los pocos segundos de haber realizado la cata. Los sabores que perduran en el paladar, el poso que deja en las papilas gustativas el caldo, se conoce como retrogusto, y en muchos casos sirve para determinar si las esencias del vino se han estabilizado de forma adecuada. Un retrogusto prolongado y placentero suele ser signo de calidad, mientras que uno desagradable o desviado en matices puede arruinar por completo la degustación, por mucho que el caldo haya resultado de inicio delicioso en vista, olfato y boca.

La última temporada del Laboral Kutxa ha dejado un poso de amargura entre sus aficionados. A pesar de los altibajos que ha experimentado el equipo en uno de los cursos más decepcionantes y convulsos que se recuerdan, el bochornoso final que se escenificó el pasado martes en el Buesa Arena ha bastado para retratar la verdadera y escasa calidad del caldo de las viñas azulgranas. Son tres años ya sin títulos. Tres temporadas completas sin finales. Aunque lo peor es, de largo, la impresión de que el históricamente bravo equipo alavés se encuentra cada vez más distante de las gestas que lo hicieron grande.

Hubo más resignación que ira en las gradas del Buesa Arena cuando concluyó el tercer asalto de la serie ante el Gran Canaria. La reacción de los fieles resulta un indicador muy claro para establecer la nota que merece el equipo baskonista este curso. Ni la primera inspección ocular, una fase regular más solvente en cuanto a resultados que en imagen, ni su carácter sutil en nariz durante la Copa de Vitoria, donde como empieza a ser tradición quedó apeado en semifinales, han podido ocultar la realidad. Tampoco lo hicieron las sensaciones en boca, planas de inicio, potentes en evolución y agrias al final, que acumuló en la Euroliga. El retrogusto delató la cruda realidad de un equipo, o más bien de un puñado de jugadores, que jamás llegó a recuperar la capacidad de pelear por los títulos que buscaba la directiva.

De nuevo lejos de los títulos

El Baskonia ha vuelto a suspender. Y no tanto por los resultados (semifinalista copero, cuartofinalista en Euroliga y ACB), que no han sido tampoco pésimos, como por esa patente impotencia que remarca la brecha que lo separa de los equipos que se reparten los trofeos. Lo duro, y eso ha quedado reflejado en la actitud que ha adoptado el baskonismo tras el duro golpe ante el Herbalife, es que ese triste final representa con mayor fidelidad lo que ha sido este irregular Laboral Kutxa que los puntos álgidos que, por unos motivos más o menos accidentales, ha alcanzado durante el ejercicio.

Es muy probable, casi seguro, que las valoraciones se habrían suavizado notablemente de haber rematado el domingo su serie ante el conjunto insular. Si el equipo gasteiztarra hubiera logrado colarse en semifinales, independientemente del resultado que cosechara después ante el Barça, se habría dado por buena (siquiera sólo por clasificación) la campaña. Por eso es probable que este crudo desenlace haya resultado más beneficioso y menos engañoso.

Sin restar relevancia al atenuante que suponen la desventaja presupuestaria con la que Josean Querejeta y sus acólitos deben hacer frente a la confección de la plantilla, resulta difícil ocultar que el grado de acierto en los fichajes y en las tomas de decisiones en general ha descendido en estos últimos años. Y todo ello ha guiado al baskonismo hasta un punto en el que el nivel de exigencia también se ha rebajado, hasta el punto de que esa resignación que se apreció en el Buesa Arena, consecuencia no de una sino de tres campañas lejos de los títulos ha generado un clima de desánimo que la directiva, según ha prometido su máximo dirigente, combatirá el próximo ejercicio con una plantilla mucho más potente.
La presente ha sido una temporada marcada por la inestabilidad. En apenas ocho meses se han cambiado varios jugadores, el entrenador, el nombre del equipo y la indumentaria, pero se ha seguido sin encontrar la identidad perdida. El equipo se ha movido a ramalazos. Pero no se ha apreciado una dinámica que aportara cierta seguridad en sus posibilidades más allá de la que adoptó en las primeras semanas de Zan Tabak.

El estímulo de Tabak

La llegada del croata sirvió ante todo para resucitar a un equipo que vivía una situación dramática en la Euroliga. La afición habría acusado muy mal que el equipo cayera por segunda vez a las primeras de cambio en la máxima competición continental. Tabak rescató al equipo in extremis, con mucha fe y una pizca de suerte. El Baskonia se coló en la segunda fase continental pese a sumar 4 victorias en 10 partidos. En el Top 16, tras un buen inicio, hizo falta otro milagro. Y el cuadro azulgrana respondió, con 4 triunfos en los últimos 5 partidos. Sea como fuere, accedió a los cuartos de final, donde dio la cara ante el CSKA. Dar el máximo cuando todo parecía ya perdido no ha sido el principal problema de este plantel.

En la Copa del Rey el Laboral Kutxa se ajustó al guión. Teniendo en cuenta los precedentes de las competiciones domésticas de los últimos años, hizo lo que se esperaba. Nada menos, aunque tampoco nada más. Donde pinchó fue en la ACB, y al final. Tras una fase regular notable en resultados (25 victorias y 9 derrotas), aseguró la segunda plaza y la ventaja de campo en una hipotética semifinal ante el Barça. Pero entonces llegó el Gran Canaria y el equipo azulgrana caía por primera vez en una década a las primeras de cambio. La duda estriba en saber si el duelo ante el cuadro insular arruinó la nota final del curso o retrató la realidad. En cualquier caso, el retrogusto ha sembrado el descontento en los paladares de una afición que confía en que su presente cumpla la palabra dada.

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