La NBA atraviesa un cambio neurálgico y mientras las estrellas que recuperaron el brillo de la liga comienzan a echarse a un lado, una nueva estirpe de jugadores descarados y ambiciosos amenaza con saltarse a una generación que, pese a su incuestionable talento, todavía no ha sabido reclamar su cuota de gloria
El concepto lo acuñó el maestro Montes, quizá en unos años de cierta oscuridad en la NBA, en un periodo en el que la competición estadounidense buscaba referentes, nuevos ídolos para abandonar el agujero en el que cayó tras la marcha definitiva de los últimos grandes genios del siglo XX. El baloncesto parecía algo menos poético cuando desaparecieron Magic Johnson, Michael Jordan, Larry Bird, Charles Barkley, Hakeem Olajuwon o Clyde Drexler. Hacía frío y se extendía la oscuridad. Hasta que apareció una nueva generación de estrellas que se resiste a ceder el cetro de la liga y que ahora sí definitivamente parece preparada para echarse a un lado.
"¡Bienvenidos al siglo XXI!", vociferaba en aquellas ya lejanas madrugadas Montes, en las que junto a Antoni Daimiel ayudó a que la NBA recuperara brilló a este lado del charco. Eran tiempos en los que comenzaba a despuntar Kevin Garnett, donde los Celtics estaban gobernados por Paul Pierce y el ahora caído en el olvido y la ruina Soldado Universal Antoine Walker. Se respiraba el comienzo de una nueva era, el advenimiento del reinado de jugadores como Dirk Nowitzki, Kobe Bryant o Tim Siglo XXI Duncan. Una era que se ha prolongado casi tres lustros y que, tras saltarse una generación de estrellas sin premio, parece por fin abocada a su final.
Puede resultar chocante que se hable de un cambio de ciclo en la NBA apenas unos meses después de que los Mavericks recogiesen el premio a los muchos méritos acumulados a lo largo de esta última etapa. El propio Nowitzki, Shawn Marion, Jason Terry o Jason Kidd, héroes sin gloria, recibieron una recompensa que otros célebres representantes de esta generación, como el otrora líder de este equipo Steve Nash, echarán en falta cuando tomen el camino de la jubilación. Cada vez quedan menos resquicios de esperanza para los estandartes de la estirpe que devolvió la grandeza a una NBA deprimida. Una nueva raza de jugadores ha llegado. Una nueva hornada de estrellas descaradas y hambrientas llama a la puerta. No piden permiso, si acaso perdón, mientras elevan la espada de Damocles sobre los pescuezos de otro grupo de jugadores que parecían llamados a colmarse de anillos pero que por ahora siguen esperando su turno, atrapados entre dos torbellinos de ambición. Los irreverentes representantes de la nueva estirpe han aterrizado en la competición con la idea clara de saltarse una generación. No hacen prisioneros. Se han conjurado para desafiar al tiempo, a la lógica, para arrebatar cualquier resquicio de esperanza a los estandartes de una generación que parecía llamada a marcar una época pero que casi una década después ha seguido instalada en la sombra de los clásicos.
La maldición del draft de 2003
Lebron James representa el rostro más reconocible de esa generación que no ha podido todavía desterrar a los viejos y corre el riesgo de verse fagocitada por los jóvenes. Los Nowitzki, Bryant, Pierce, Garnett, Kidd, Ginobili y Duncan morirán en la cama, abdicaran sin golpes de estado traumáticos. Lebron y sus coetáneos fueron incapaces de tumbarles mientras las fuerzas físicas y mentales ofrecían cierta impresión de equilibrio. Y ahora todo ha cambiado. Se abre una lucha por el poder en la que nadie atiende a conceptos como relevo natural o transición pacífica. Los nuevos tienen mucho hambre. Demasiado.
The Chosen One, gobernante sin reino por el momento, encabezó la que muchos han señalado como la mejor hornada de la década, la que parió el draft de 2003. Pero algo olía a podrido, y no fue el hecho de que Darko Milicic fuera escogido por los Pistons con el número dos en una de las decisiones más insostenibles que se recuerdan, pues Carmelo Anthony, tercero, Chris Bosh, cuarto, o Dwyane Wade, quinto, quedaron relegados por el serbio. Aquel ramillete de estrellas y sus contemporáneos, muchos de ellos de enorme talento, se exponían a una maldición que todavía pervive. Han quedado condenados a vagar por el desierto. Aunque es cierto que aún tienen tiempo para saldar su cuenta con los anillos, con su destino, no será fácil. Y la sensación que queda es que han perdido mucho tiempo.
De todos los jugadores llegados a la NBA con vitola de poder marcar una época que ahora mismo están entre los 27 y los 31 años, tan sólo Dwyane Wade ha probado las mieles del éxito, aunque su caso tiene que cogerse con todos los alfileres que aconseja el hecho de que para lograrlo tuvo que contar a su lado a uno de los grandes exponentes de la generación precedente, un Shaquille O’Neal todavía dominador en aquella gloriosa temporada de 2006 en la que Miami tocó el cielo de la mano del genial Pat Riley. El resto sigue esperando.
La nómina de estos nobles sin tierras resulta llamativa, pues se nutre de muchos de los jugadores que, siquiera desde un punto de vista individual, han gobernado la competición en los últimos años. Empezando por el propio Lebron (1984 / 1ª elección del draft de 2003), la sucesión resulta dolorosamente brillante. Carmelo Anthony (1984 / 3ª 2003), Chris Bosh (1984 / 4ª 2003), Deron Williams (1984 / 3ª 2005), Dwight Howard (1985 / 1ª 2004), Rudy Gay (1986 / 8ª 2006), Yao Ming (1980 / 1ª 2002), Amar’e Stoudamire (1982 / 9ª 2002), David West (1980 / 18ª 2003), Josh Smith (1985 / 17ª 2004), Joe Johnson (1981 / 10ª 2001), Devin Harris (1983 / 5ª 2004), Andre Iguodala (1984 / 9ª 2004), Andrew Bogut (1984 / 1ª 2005), Chris Paul (1985 / 4ª 2005), Lamarcus Aldridge (1985 / 2ª 2006), Andrea Bargnani (1985 / 1ª 2006) o Brandon Roy (1984 / 6ª 2006) han pasado por o siguen en la liga sin haber tenido la ocasión de reivindicar el descomunal talento para el baloncesto que se les atribuye con la consecución de un título. De no ser por Wade, habría motivos para hablar de una generación perdida. Pero el presente y el futuro inmediato les ofrecen todavía una oportunidad para la redención. Y en esa batalla se encuentran inmersos, en una temporada atípicamente corta e intensa, donde parece poco probable que los viejos rockeros de la liga puedan protagonizar una sorpresa como la del pasado curso y, salvo hecatombe, los Heat de James, Wade y Bosh tendrán como grandes rivales a dos equipos marcados a fuego por el descaro juvenil de algunos de los principales exponentes de la nueva estirpe de jugadores, los Bulls de Derrick Rose y los Thunder de Kevin Durant.
Durantula interpreta en esta película el papel del héroe, la némesis de un Lebron que como medida desesperada optó por reunirse con otras dos grandes estrellas en los Heat y abandonar el equipo de su tierra, los Cavaliers, ante la dolorosa confirmación de que por sí solo no sería capaz de cambiar el orden natural de la competición. Muchos pensaron que El Elegido podría conducir a Cleveland al título. Seguramente él mismo estaba convencido. Pero al final dio su brazo a torcer y se embarcó en una aventura que, al margen de resultar un fracaso en su primer intento de asaltar el campeonato, le granjeó mayores cotas de impopularidad y el desprecio público de grandes iconos del baloncesto estadounidense como Larry Bird, Magic Johnson y Michael Jordan, que censuraron su decisión de reunirse con Wade y Bosh, sus compañeros de promoción, en la franquicia de Florida. Durant, menos egocéntrico, más hermético, menos dado a la teatralidad, encarna los valores de una nueva hornada donde el baloncesto puro y duro tiene mucho más peso que la notoriedad. Derrick Rose va en la misma línea. El All Star de Orlando ofreció una imagen tan fugaz como ilustrativa que refleja la diferente concepción del negocio que tienen los referentes de cada una de las generaciones que pelean ahora por ocupar el poder: cuando el speaker presentó el quinteto del Este y las figuras irrumpieron con música en el escenario que ocupaba la cancha del Amway, James, Howard y Carmelo Anthony ejecutaron entre risas un baile ridículo ante la respetuosa indiferencia de Wade y el rostro de reprobación manifiesta del base de los Bulls, quien por cierto ya el pasado año se apropió del MVP de la competición.
Habrá quien diga que los exponentes de esta generación del Siglo XXIII, que recién aterrizada en la liga quiere apropiarse del poder, disponen de menos glamour publicitario que sus incapaces predecesores. No lo voy a negar. Hay más de baloncesto y menos de vallas publicitarias entre los jugadores salidos de los drafts que vienen desde 2007, cuando Durant irrumpió como número dos (Oden fue en este caso el que le usurpó un merecidísimo número uno), al presente. Pero la lista incluye a grandísimos jugadores, algunos de los cuales van a poder pelear por el anillo sin haber llegado a cumplir los 24 años. Sin duda, Durant (1988 / 2ª elección del draft de 2007), Rose (1988 / 1ª 2008) y Blake Griffin (1989 / 1ª 2009) resultan las estrellas que más brillan en un firmamento que todavía está en parte por explorar. Pero puede elaborarse una nómina de estos jóvenes rebeldes y obtener una idea de la patente amenaza que se les presenta a sus mayores si no se ponen las pilas. John Wall (1990 / 1ª 2010), Russell Westbrook (1988 / 4ª 2008), Roy Hibbert (1986 / 17ª 2008), Paul George (1990 / 10ª 2010), James Harden (1989 / 3ª 2009), Kevin Love (1988 / 5ª 2008), Stephen Curry (1988 / 7ª 2009), Kyrie Irving (1992 / 1ª 2011) Kemba Walker (1990 / 9ª 2011) y Brandon Knight (1991 / 8ª 2011) están llamados a cargar con el peso del cambio de régimen. Algunos, incluso, parecen capacitados para convertir franquicias con escasa tradición u opciones de título en potenciales campeones, justo lo que se le reclamaba a Lebron y no pudo conseguir.
Desde que arrancó el nuevo milenio, ese siglo XXI del que hablaba Montes y que vio la luz con Tim Ducan como uno de los grandes exponentes de la nueva estirpe de jugadores, sólo seis equipos han tocado la gloria. Han sido, en su mayoría, franquicias con cierta tradición, como Lakers, Celtics, Spurs y Pistons, a las que se han sumado los Heat, en la ya citada temporada 2005/2006 y los Mavericks, que tras mucho buscarlo al fin hallaron el pasado año su recompensa. En cualquier caso, se ha mantenido un cierto status quo que esta nueva hornada de estrellas pretende quebrar.
Los Thunder de Oklahoma City, donde confluyen tres de los grandes exponentes de esta estirpe de futuros campeones (Durant, Westbrook y Harden), van a competir este mismo año por el anillo. Por el momento, gobiernan con puño de hierro la Conferencia Oeste, y no son pocos los periodistas especializados de Estados Unidos que les conceden opciones. Para ello, claro está, deberán librar la batalla definitiva por el poder, al margen de con los Bulls, con el equipo que ahora mismo mejor encarna esa necesidad de redención que se apodera de los grandes iconos de la generación del Siglo XXII, la que debería haber tomado el testigo.
Anillos seniles
Lebron y compañía tienen tiempo todavía para colmar sus dedos de anillos antes de la jubilación. De no haber irrumpido en escena estos irreverentes mocosos, seguramente no deberían tener ningún problema para lograrlo. En realidad, muchos de ellos están todavía en la edad de obtener su primer título de la NBA, una empresa que sólo unos pocos han podido gozar con extrema precocidad. Salvando a Kobe Bryant y Magic Johnson, que lograron el primero de sus cinco anillos con apenas 21 años, a Tim Duncan, que se aprovechó de la presencia del Almirante David Robinson para conquistar el primero de sus cuatro títulos con 23, y a leyendas como Larry Bird, que lo consiguió con 25 (lograría otros dos más), otras grandes figuras recientes del torneo estadounidense tuvieron que aguardar hasta la madurez baloncestísica para colmarse de gloria. Es más, King James puede consolarse con el hecho de que el aclamado mejor jugador de todos los tiempos, Michael Jordan, no pudo conducir a los Bulls al título hasta los 28 años que la estrella de los Heat no cumplirá hasta el próximo 30 de diciembre. Y no es el único caso. Ahí están, sin ir más lejos, Shaquille O'Neal, que se retiró con cuatro títulos pero no ganó el primero hasta que cumplió los 28, y otros grandes jugadores como Paul Pierce, Ray Allen y Kevin Garnett, que en 2008 se impusieron en las Finales a los Lakers con 31, 32 y 33 primaveras.
Lebron y el resto de estrellas de su generación, por tanto, no deben preocuparse todavía, o al menos no en exceso, de lo que han hecho, de lo que queda atrás. Sus desvelos deberían centrarse en lo que les viene por delante, en esa nueva generación que no entiende de ciclos ni de respeto y que desde ya mismo les ha declarado la guerra. El siglo XXI ya es historia. El XXII podría serlo en breve. Y sí, todavía se puede escribir algo sobre la NBA sin hablar de Jeremy Lin.
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