14/7/11
Baloncesto de dos velocidades
He asistido en los últimos días, en un inicio de vacaciones en el que he desconectado menos de lo debido, a un de nuevo enardecido debate en torno a la transformación que va a sufrir -o debería- la ACB tras el golpe de estado impulsado por los clubes para dar un giro de timón que rescate al baloncesto español de lo que parece una muerte segura. Y me duele reiterar que pocos son participantes de este foro abierto, en redes sociales y prensa, que se centran en los numerosos aspectos que deben cambiar para que este deporte recobre el interés que por unos u otros aspectos ha perdido con los años. Insisto en que el tema de los cupos, el marco de contratación, debe entenderse como un aspecto residual dentro del amplio catálogo de reformas pendientes. Se trata, ante todo, de dotar de atractivo a una competición que ha caído en el olvido para el gran público, de apostar de una vez por todas por el torneo, algo que, me temo, queda en un segundo plano para algunos de los padres de la rebelión. La noticia de que la Supercopa puede volver a celebrarse en Vitoria por segundo año consecutivo, una decisión que parece encaminada a garantizar la participación de un Caja Laboral que perdió sobre las canchas esta posibilidad, me ha llenado de perplejidad y, de algún modo, también de cierta preocupación.
Es evidente que como vitoriano y baskonista, aún más como periodista que cubre la información del conjunto alavés, acojo la noticia con un complacido egoísmo, pero al mismo tiempo como una triste confirmación de que algo falla en el sistema de competición y en la manera de aplicarlo para que al final siempre sean los mismos los que gozan de todas las opciones de título. Recuerdo el post que escribí cuando el cuadro azulgrana (que el próximo año volverá a lucir sus colores en la nueva camiseta) cayó eliminado en las semifinales de la ACB (Maneras de morir). Le he echado un ojo y he constatado dos cosas: que no me equivocaba al señalar que el Baskonia se desprendería de algunas piezas importantes durante el presente verano y que todos dábamos por hecho que se quedaría sin disputar la Supercopa por primera vez desde que se creó el torneo. Así se escribió en prensa, se dijo en radios y teles y se asumió en la calle. Sin embargo, ahora todo apunta a que Vitoria, a pesar de las obras de remodelación que mantendrán al equipo de Dusko Ivanovic en el exilio del multiusos de la plaza de toros hasta enero, será la sede por segundo año consecutivo. Algo inédito e inaudito, porque jamás se ha repetido sede y por el hecho de que, aunque vaya contra mis propios intereses, arroja la sospecha de que los grandes acaban siempre hallando resquicios legales a sus propias normas para acabar repartiéndose los trofeos.
La Supercopa nunca ha repetido sede
¿Por qué dimos todos por hecho que el monarca de la Supercopa se iba a quedar fuera del torneo? Porque con la normativa de la competición en la mano no existía más que una opción para que lo disputara. La única que quedaba al margen de los estrictos parámetros derivados de los resultados deportivos pasaba por que Vitoria acogiese el torneo y el Baskonia entrara en el mismo como anfitrión. Pero convergían dos circunstancias que invitaban a dar por descartada esta opción. Por un lado, la habitual rotación de los escenarios en los que se celebra el torneo, que como he dicho antes jamás ha tenido lugar dos veces seguidas en una misma ciudad. Desde que se estrenó la Supercopa, en 2004, seis ciudades han servido como sede. el Martín Carpena, primer escenario, acogió también la edición de 2006. Al margen de Málaga, también Granada (2005), Bilbao (2007), Zaragoza (2008), Las Palmas (2009) y Vitoria, el pasado año, han albergado una competición que sólo ha conocido dos campeones, Barça y Baskonia, y en la que el conjunto vitoriano se ha revelado como el gran dominador, puesto que fue capaz de adjudicársela en cuatro ocasiones consecutivas. Ha sido, además, el único equipo que jamás ha faltado a la cita. Y por lo que parece, mantendrá esta condición, a pesar de que todos los factores apuntaban todo lo contrario.
Y es que no es sólo el hecho de que la ACB parecía dispuesta a evitar la repetición de escenario el único motivo que invitaba a preconizar que la competición oficial comenzaría para los pupilos de Dusko Ivanovic más tarde de lo acostumbrado. Existe otro factor de peso. El Buesa Arena se encuentra ahora mismo patas arriba. El pabellón de Zurbano está en pleno proceso de ampliación, en una faraónica intervención que transformará sus 9.800 localidades en 15.000, y son muchas las dudas que ha generado en la capital alavesa el recinto escogido para cobijar al cuadro azulgrana durante los todavía seis meses de exilio que le quedan por delante. El Baskonia disputará sus partidos en la moderna plaza de toros que, bajo el mandato del popular Alfonso Alonso y en el marco de una operación urbanística bastante cuestionada, se erigió como multiusos (el único uso que se le da es acoger las corridas que celebran durante las fiestas de La Blanca, en agosto) en una céntrica zona de la ciudad. Se trata de un recinto provisional, parcheado, en el que las instituciones están invirtiendo contrarreloj para que cumpla las mínimas condiciones exigidas para la celebración de partidos de baloncesto. Un proyecto que, por cierto, se ha tardado más de la cuenta en acometer y ahora, valga la paradoja, algunos piensan que les puede pillar el toro.
En este contexto, con la confluencia de dos factores a priori con tanto peso, resulta cuanto menos extraño que el Baskonia vaya a disputar la Supercopa. Pero si tuviera que poner dinero, y aunque aún no hay nada oficial, apostaría a que lo hará. Y eso me deja un extraño sabor de boca. Agridulce, como digo, porque me satisfaría que pudiera tener opciones de hacerse con el primer título de la temporada venidera pero también porque me arroja la sensación de que la concentración de poder que rige los designios del baloncesto español, y que debe definir el futuro próximo de este deporte, puede ser al mismo tiempo uno de sus principales puntos de desequilibrio.
Un baloncesto de dos (o tres) velocidades
El baloncesto español se ha convertido en un baloncesto de dos velocidades, o como mucho tres, donde los ricos son más ricos y los pobres cada vez más pobres. Y eso no es bueno. Sigo escuchando a muchos decir eso de que la ACB es la mejor liga del mundo por detrás de la NBA, y seguramente lo será, porque las demás tampoco hacen demasiado por evitarlo, pero ha perdido mucho atractivo, demasiado, en los últimos años. Echo mucho de menos la frescura de otras épocas, no tan lejanas, en las que había seis o siete equipos capaces de pelear por los trofeos. En aquellos años en los que un Taugrés con aires de grandeza peleaba por hacerse con un hueco en la élite, Madrid y Barça tenían más rivales. Hace no tanto, y en Vitoria se sufrió en primera persona, un modesto como el TDK fue capaz de hacerse con el título. La Penya y el Estu, dos históricos caídos en desgracia, aparecían como alternativas de poder y los burgueses de la clase media-alta, como en Unicaja y el Pamesa, merodeaban los títulos y las finales, los andaluces siempre con más suerte que los levantinos. Cada vez más todo eso parece un espejismo, un sueño distante, a pesar de que hay quien esgrime la clasificación del Bilbao Basket para la pasada final como una evidencia de que sucede todo lo contrario.
El éxito del conjunto vizcaíno, a mis ojos, fue más una casualidad -basada en un excelente rendimiento y en la culminación de un proyecto cocinado a fuego lento- que una muestra de la competitividad real de un torneo que, como el resto de las ligas nacionales europeas, comienza a verse tiranizada por las oligarquías. Por eso, aun celebrándolo, choca que cuando uno de los grandes puede perderse un torneo, milagrosamente los astros decidan conjugarse para hacerle un hueco, para brindarle una ocasión de ser aún mayor. Porque es ahí donde radican gran parte de los problemas de la ACB que ahora todo el mundo se empeña en resucitar, y que desde luego no revivirá porque jueguen tres o trece españoles en cada equipo.
Con invenciones como las licencias A de la Euroliga, los trienios u otros elementos que a algunos equipos les garantizan disputar cada año la Euroliga, lo que equivale a asegurarles notables ingresos por taquillas y publicidad, la brecha se hace cada vez mayor. Las dos velocidades quedan más a la luz. No podemos engañarnos al respecto. Hay unas normas para unos y otras para el resto. Y ya digo que en esta distribución de la tarta, cómo no, el club que preside Josean Querejeta queda siempre beneficiado, porque ya se sabe que el que parte y reparte rara vez sale perdiendo. El gran anhelo del máximo mandatario del Baskonia ha sido siempre la creación de una competición cerrada, un modelo similar al de la NBA, pero a la europea. A muchos quizá no les guste, y habrá quien ponga el grito en el cielo por el mero hecho de que se plantee, porque acabaría con la ACB, pero es posible que este malherido deporte, con torneos que registran sonrojantes datos de audiencias, tenga que buscar esa salida para subsistir. Si no es así, lo que no se entienden son las fórmulas mixtas, que haya equipos que sudan sangre para encontrar patrocinadores y otros que aunque quedasen fuera de los play off por el título saben que el año siguiente volverán a disputar la Euroliga y tendrán los ingresos asegurados. Es el momento de replantearse muchas cosas. Ahora mismo no todos juegan con las mismas reglas.
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