El baloncesto español busca solución a la grave crisis de identidad y atractivo que padece mientras algunos centran el debate en la conservación de aranceles para evitar lo que ven como el primer paso hacia la extinción del jugador autóctono
La ACB se encuentra inmersa en un proceso de refundación que puede resultar crucial para el futuro del baloncesto, y no sólo en España, sino en toda Europa. El golpe de estado impulsado hace unas semanas por los clubes más poderosos con el fin de derrocar a los dirigentes del organismo que gestiona la competición ha abierto un sinfín de interrogantes cuyas respuestas definirán el camino a seguir en unos tiempos verdaderamente oscuros para este deporte. Los amantes del baloncesto aguardan con impaciencia la fórmula mágica que resuelva los padecimientos de un deporte despreciado por las televisiones, relegado por las audiencias e incapaz de concitar el interés de los patrocinadores. En un contexto desalentador, en el que muchos equipos se encuentran amenazados por las deudas que arrastran, el debate en torno al nuevo rumbo que debe seguir la ACB para recobrar su atractivo se ha centrado en exceso en la definición del nuevo marco de contratación, en la conveniencia de mantener o suprimir normativas proteccionistas para con los jugadores españoles. Sin embargo, hay otras muchas aristas en este poliédrico escenario que deberían estudiarse con mayor detenimiento, puesto que de ellas depende en mayor medida lo que nos espera a todos los que amamos este deporte.
Se puede estar más o menos de acuerdo con la necesidad de proteger el producto autóctono respecto de las apocalípticas invasiones que algunos predicen que podrían producirse en el caso de que se abrieran por completo las fronteras. Pero éste no va a ser el asunto que rescate al baloncesto español de las fauces del ostracismo que comienza a engullirlo. Los más escépticos recurren al ejemplo del fútbol, donde en un entorno globalizado al máximo la selección española ha cosechado los mayores éxitos de su historia. Otros se aferran al modelo de la NBA, patrón idóneo para muchas de las cuestiones a tratar. La competición estadounidense no examina los documentos de identidad de los jugadores que contratan los clubes que la componen. El que es bueno, tiene sitio, haya nacido en Oregon, California, Beijing o Guadalajara. Así de sencillo.
En el otro bando se posicionan todos aquellos que defienden el producto nacional como reclamo, como gran solución. No son pocos. En las últimas semanas he coleccionado opiniones que abogaban por mantener algún tipo de medida que garantice la presencia de jugadores "españoles" en las plantillas de la ACB. Es la misión que se han marcado los portavoces negociadores del sindicato de jugadores, que en nuestro país pasa por ser una organización que defiende los derechos de los profesionales nacidos aquí, no a todos los que están empleados por los clubes del torneo doméstico. Lo cual, por cierto, no carece de cierta ironía. ¿Qué se diría o escribiría si alguna de las centrales sindicales protegiera y velara exclusivamente por los derechos de los trabajadores españoles buscando medidas que dificultasen la igualdad de acceso a los puestos de trabajo de los inmigrantes? Mejor no responder a esta cuestión porque igual salía escaldado o demasiado sorprendido.
La bravuconada del señor Soler
El caso es que, al margen de la ABP (Asociación de Baloncestistas Profesionales), se han situado en este frente, cómo no, los dirigentes de la Federación Española de Baloncesto -con su presidente José Luis Sáez a la cabeza- y el nuevo secretario de Estado para el Deporte, Albert Soler, que pocos días después de que los clubes presentaran su propuesta para el nuevo marco de contratación llego a amenazar con la posibilidad de que se orquestaran medidas desde las instituciones para que la ACB se disputara sin extracomunitarios. La bravuconada del mes, y una evidencia palpable de escasa oportunidad política. Desde luego, posturas como ésta ayudan bien poco en la persecución de de soluciones para la desesperada búsqueda de identidad en la que se encuentra atrapado ahora mismo el baloncesto español.
Los proteccionistas consideran que la supresión de los famosos cupos, que establecen un mínimo de jugadores con pasaporte español (¡Ojo!, que no españoles) en los equipos, podría suponer la extinción definitiva del jugador nacional. Por un lado, lo dudo. Si la selección española ha alcanzado las cotas de éxito de los últimos años, desde luego no creo que haya sido por los aranceles fijados para que se dosifique la entrada de foráneos a la competición estatal. Así que esos miedos, al margen de aparentemente infundados, reflejan una completa falta de confianza en el trabajo de base que las distintas federaciones territoriales, los grandes clubes y los equipos modestos desempeñan desde hace mucho tiempo. Son miles los jóvenes que juegan, que hemos jugado, siempre con el sueño de llegar a debutar en la máxima categoría, dar el salto a la NBA o jugar en la selección, y la mayoría se queda (nos quedamos) por el camino. Pero unos pocos llegan. Los que lo merecen. Los mejores.
Un pequeño fleco del embrollo del basket español
El sistema de cupos o su eliminación es sólo, como digo, un pequeño fleco del tremendo embrollo que los dirigentes de los clubes, que han tomado el mando a través de una rebelión necesaria pero groseramente ejecutada, tienen ahora mismo entre manos. Sin embargo, este martes los directivos de los equipos, con Josean Querejeta como voz cantante, se sentarán en la mesa de negociación con los responsables de los jugadores. Y estoy convencido de que el tema en cuestión volverá a capitalizar la reunión. El baloncesto español, como el de la NBA, como otros muchos deportes, incluido el fútbol en realidad, se ha metido en un callejón sin salida. Los clubes garantizan a sus estrellas unos contratos que a la larga se antojan irreales, primero porque el impacto económico que generan los jugadores rara vez alcanza esas cifras y después, por supuesto, porque muchas veces se muestran incapaces de pagarlos. De eso va el lockout, de tratar que los clubes puedan ajustar los números, equilibrar las cuentas en un momento en el que ya se percibe con claridad que los gastos superan con creces a los ingresos, y en esa dirección deberían dirigirse los esfuerzos de los responsables de velar por la salud del baloncesto español, depreciado, deprimido, deficitario. No se puede plantear siquiera mantener un sistema en el que las instituciones públicas aparecen como el principal patrocinador de un elevadísimo porcentaje de los equipos.
Puede que estas reflexiones duelan, sobre todo a los jugadores. Pero es lo que hay. No se está hablando de poderosas multinacionales que pretenden ganar un poco más a costa de exprimir a sus trabajadores. Hablamos de entidades que, hoy por hoy, se encuentran muy lejos de resultar rentables en la mayoría de los casos. Y los cupos, aunque pueda resultar impopular, se han revelado más como una circunstancia que encarece el coste de la mano de obra de los equipos que como una garantía de supervivencia para los jugadores españoles o la selección, que como el resto de combinados nacionales seguiría manteniendo el nivel gracias a las grandes promesas que en los últimos años están pariendo las canteras de los clubes. Curiosamente en la mayor parte de los casos esas joyas salen de las categorías inferiores de escuadras que siguen considerando a los hombres de la casa como un sustento básico para su primera plantilla, no de los que tratan de sortear los cupos. Porque ésa es otra: no son pocos los que asumen la norma como una obligación, como una ley que invita a buscar la trampa con la que sortearla, y casi nunca como una oportunidad de potenciar a los jugadores nacionales. Esto nos brinda situaciones surrealistas e incomprensibles. Con todos los movimientos que ha habido estos dos últimos años en la casa blanca, ¿como sigue Sergi Vidal conservando una ficha en la plantilla del Madrid? ¿Qué pinta Ander García en el banquillo de uno de los mejores equipos del continente? ¿Dónde nacieron Fede Van Lacke, Rafa Hettsheimeir, Eulis Báez, Sitapha Savané, Caio Torres, Nikola Mirotic, Josh Fisher, Esteban Batista, Mamadou Samb, Paulo Prestes, Dmitry Flis o Brad Oleson, que juegan con pasaporte español?
Refuerzos extranjeros para la selección
Me da la impresión de que algunos quieren dejarse engañar. Y engañan al mismo tiempo. Leí el otro día en el twitter una frase que me dejó helado, pero que al mismo tiempo me inspiró para darle vueltas en la cabeza a este asunto. La firmaba José Luis Sáez, máximo responsable federativo, y por tanto, se supone que cabeza visible del baloncesto de este país. "Si te saludan en Oklahoma con un qué pasa tío es que es español", publicaba el andaluz en su cuenta de twitter. Paradigmático que uno de los mayores adalides de la defensa del jugador nacional quiera convencernos de que Serge Ibaka (si no se refería a él, que alguien me explique esta frase con otro significado) debe ser considerado como un jugador español. ¿De qué estamos hablando? ¿Se puede defender que la selección se potencia con refuerzos nacidos fuera de nuestras fronteras y que han recibido el pasaporte tras una escueta estancia en el país pero debe criminalizarse que los clubes, los que pagan los contratos, los que soportan el coste real de la competición, reclamen su derecho a reclutar jugadores sin detenerse a mirar su lugar de nacimiento?
No tengo nada contra el señor Sáez, más bien al contrario, creo que bajo su mando se han logrado cosas muy importantes desde un punto de vista de selecciones, pero considero que debería mantener unos criterios más coherentes a la hora de trasladar su mensaje. Activo usuario de las redes sociales, esta misma semana nos dejó otro mensaje que se refería a este asunto: "¿Cómo alguien pretende defender una liga de basket sin españoles?", lanzaba al aire la pregunta el presidente de la FEB. Yo le respondo con otra, a la gallega: ¿Quién defiende tal cosa? Todo esto va de conceder a los clubes una mayor libertad, amparada incluso por la normativa europea, para confeccionar sus plantillas y hacerlas más atractivas de cara al público. Si los hay de calidad, incluso una docena de jugadores españoles pueden componer el roster de cualquier equipo. El problema actualmente es que no hay tantos buenos como para soportar el nivel de los principales equipos de la ACB, incrustados en la aristocracia europea. Y los pocos que hay, sacan tajada de la situación a la hora de negociarse el contrato.
Imbroda habla claro
Lo decía Javier Imbroda en una entrevista que publicamos en Diario de Noticias de Álava este fin de semana: "No podemos seguir pagando sueldos disparatados a auténticas medianías sólo porque sean españoles". Directo, duro, realista. El jugador español de nivel medio ha vivido en muchos casos por encima de sus posibilidades, de sus méritos, y los clubes se han hartado de esta situación. La supresión de los cupos no acabará con ellos, pero en muchos casos los reubicará donde deberían estar. La ACB, tras la NBA, parece ahora mismo la mejor competición nacional del planeta. Quizá no hay sitio para tantos jugadores nacionales, pero el nivel medio es superior al de muchos otros países. ¿Sería una desgracia que algunos de ellos tuvieran que emigrar a ganarse el pan, incluso muchos como estrellas, en otros países con torneos menos potentes? A mi juicio, no.
En cualquier caso, reitero que debería dejar de tratarse este tema para empezar a considerar otros de los que de verdad depende el futuro de nuestro baloncesto. El principal eje del galimatías reside en hallar fórmulas para incentivar las inversiones de los patrocinadores en este deporte y volver a presentar el baloncesto como un producto atractivo para el gran público. Y eso pasa por contar con los mejores jugadores posibles, nacidos en Jaén o en Mostar. El jugador español, como cualquier otro profesional, deberá demostrar que está cualificado para competir en igualdad de condiciones. A nivel de selección lo ha conseguido. Y me niego a creer que sea exclusivamente por la sobreprotección que se le ha concedido en la ACB.
En estos tiempos se está tratando la supervivencia del baloncesto como deporte de élite, más allá de los éxitos internacionales de la selección. Aun así, los ha habido, muchos, y no resultan garantía de nada. Mientras España sumaba un Mundial (2006), una plata olímpica en Pekín (2008) y dos metales más en los Eurobasket de 2007 (plata) y 2009 (oro), las audiencias de la ACB se desplomaban sin remisión. Mientras muchos medios ensalzaban y elevaban a los altares a determinados jugadores, el deporte en sí iba perdiendo presencia en periódicos, radios y televisiones, sobre todo de ámbito nacional. Los éxitos de la selección endulzan los veranos, pero el baloncesto se sostiene sobre la base de las competiciones que se disputan cada año durante meses. Y ahora mismo, aunque nos duela, sufren una crisis aguda que no se solucionará por mantener el sistema de cupos.
En el otro bando se posicionan todos aquellos que defienden el producto nacional como reclamo, como gran solución. No son pocos. En las últimas semanas he coleccionado opiniones que abogaban por mantener algún tipo de medida que garantice la presencia de jugadores "españoles" en las plantillas de la ACB. Es la misión que se han marcado los portavoces negociadores del sindicato de jugadores, que en nuestro país pasa por ser una organización que defiende los derechos de los profesionales nacidos aquí, no a todos los que están empleados por los clubes del torneo doméstico. Lo cual, por cierto, no carece de cierta ironía. ¿Qué se diría o escribiría si alguna de las centrales sindicales protegiera y velara exclusivamente por los derechos de los trabajadores españoles buscando medidas que dificultasen la igualdad de acceso a los puestos de trabajo de los inmigrantes? Mejor no responder a esta cuestión porque igual salía escaldado o demasiado sorprendido.
La bravuconada del señor Soler
El caso es que, al margen de la ABP (Asociación de Baloncestistas Profesionales), se han situado en este frente, cómo no, los dirigentes de la Federación Española de Baloncesto -con su presidente José Luis Sáez a la cabeza- y el nuevo secretario de Estado para el Deporte, Albert Soler, que pocos días después de que los clubes presentaran su propuesta para el nuevo marco de contratación llego a amenazar con la posibilidad de que se orquestaran medidas desde las instituciones para que la ACB se disputara sin extracomunitarios. La bravuconada del mes, y una evidencia palpable de escasa oportunidad política. Desde luego, posturas como ésta ayudan bien poco en la persecución de de soluciones para la desesperada búsqueda de identidad en la que se encuentra atrapado ahora mismo el baloncesto español.
Los proteccionistas consideran que la supresión de los famosos cupos, que establecen un mínimo de jugadores con pasaporte español (¡Ojo!, que no españoles) en los equipos, podría suponer la extinción definitiva del jugador nacional. Por un lado, lo dudo. Si la selección española ha alcanzado las cotas de éxito de los últimos años, desde luego no creo que haya sido por los aranceles fijados para que se dosifique la entrada de foráneos a la competición estatal. Así que esos miedos, al margen de aparentemente infundados, reflejan una completa falta de confianza en el trabajo de base que las distintas federaciones territoriales, los grandes clubes y los equipos modestos desempeñan desde hace mucho tiempo. Son miles los jóvenes que juegan, que hemos jugado, siempre con el sueño de llegar a debutar en la máxima categoría, dar el salto a la NBA o jugar en la selección, y la mayoría se queda (nos quedamos) por el camino. Pero unos pocos llegan. Los que lo merecen. Los mejores.
Un pequeño fleco del embrollo del basket español
El sistema de cupos o su eliminación es sólo, como digo, un pequeño fleco del tremendo embrollo que los dirigentes de los clubes, que han tomado el mando a través de una rebelión necesaria pero groseramente ejecutada, tienen ahora mismo entre manos. Sin embargo, este martes los directivos de los equipos, con Josean Querejeta como voz cantante, se sentarán en la mesa de negociación con los responsables de los jugadores. Y estoy convencido de que el tema en cuestión volverá a capitalizar la reunión. El baloncesto español, como el de la NBA, como otros muchos deportes, incluido el fútbol en realidad, se ha metido en un callejón sin salida. Los clubes garantizan a sus estrellas unos contratos que a la larga se antojan irreales, primero porque el impacto económico que generan los jugadores rara vez alcanza esas cifras y después, por supuesto, porque muchas veces se muestran incapaces de pagarlos. De eso va el lockout, de tratar que los clubes puedan ajustar los números, equilibrar las cuentas en un momento en el que ya se percibe con claridad que los gastos superan con creces a los ingresos, y en esa dirección deberían dirigirse los esfuerzos de los responsables de velar por la salud del baloncesto español, depreciado, deprimido, deficitario. No se puede plantear siquiera mantener un sistema en el que las instituciones públicas aparecen como el principal patrocinador de un elevadísimo porcentaje de los equipos.
Puede que estas reflexiones duelan, sobre todo a los jugadores. Pero es lo que hay. No se está hablando de poderosas multinacionales que pretenden ganar un poco más a costa de exprimir a sus trabajadores. Hablamos de entidades que, hoy por hoy, se encuentran muy lejos de resultar rentables en la mayoría de los casos. Y los cupos, aunque pueda resultar impopular, se han revelado más como una circunstancia que encarece el coste de la mano de obra de los equipos que como una garantía de supervivencia para los jugadores españoles o la selección, que como el resto de combinados nacionales seguiría manteniendo el nivel gracias a las grandes promesas que en los últimos años están pariendo las canteras de los clubes. Curiosamente en la mayor parte de los casos esas joyas salen de las categorías inferiores de escuadras que siguen considerando a los hombres de la casa como un sustento básico para su primera plantilla, no de los que tratan de sortear los cupos. Porque ésa es otra: no son pocos los que asumen la norma como una obligación, como una ley que invita a buscar la trampa con la que sortearla, y casi nunca como una oportunidad de potenciar a los jugadores nacionales. Esto nos brinda situaciones surrealistas e incomprensibles. Con todos los movimientos que ha habido estos dos últimos años en la casa blanca, ¿como sigue Sergi Vidal conservando una ficha en la plantilla del Madrid? ¿Qué pinta Ander García en el banquillo de uno de los mejores equipos del continente? ¿Dónde nacieron Fede Van Lacke, Rafa Hettsheimeir, Eulis Báez, Sitapha Savané, Caio Torres, Nikola Mirotic, Josh Fisher, Esteban Batista, Mamadou Samb, Paulo Prestes, Dmitry Flis o Brad Oleson, que juegan con pasaporte español?
Refuerzos extranjeros para la selección
Me da la impresión de que algunos quieren dejarse engañar. Y engañan al mismo tiempo. Leí el otro día en el twitter una frase que me dejó helado, pero que al mismo tiempo me inspiró para darle vueltas en la cabeza a este asunto. La firmaba José Luis Sáez, máximo responsable federativo, y por tanto, se supone que cabeza visible del baloncesto de este país. "Si te saludan en Oklahoma con un qué pasa tío es que es español", publicaba el andaluz en su cuenta de twitter. Paradigmático que uno de los mayores adalides de la defensa del jugador nacional quiera convencernos de que Serge Ibaka (si no se refería a él, que alguien me explique esta frase con otro significado) debe ser considerado como un jugador español. ¿De qué estamos hablando? ¿Se puede defender que la selección se potencia con refuerzos nacidos fuera de nuestras fronteras y que han recibido el pasaporte tras una escueta estancia en el país pero debe criminalizarse que los clubes, los que pagan los contratos, los que soportan el coste real de la competición, reclamen su derecho a reclutar jugadores sin detenerse a mirar su lugar de nacimiento?
No tengo nada contra el señor Sáez, más bien al contrario, creo que bajo su mando se han logrado cosas muy importantes desde un punto de vista de selecciones, pero considero que debería mantener unos criterios más coherentes a la hora de trasladar su mensaje. Activo usuario de las redes sociales, esta misma semana nos dejó otro mensaje que se refería a este asunto: "¿Cómo alguien pretende defender una liga de basket sin españoles?", lanzaba al aire la pregunta el presidente de la FEB. Yo le respondo con otra, a la gallega: ¿Quién defiende tal cosa? Todo esto va de conceder a los clubes una mayor libertad, amparada incluso por la normativa europea, para confeccionar sus plantillas y hacerlas más atractivas de cara al público. Si los hay de calidad, incluso una docena de jugadores españoles pueden componer el roster de cualquier equipo. El problema actualmente es que no hay tantos buenos como para soportar el nivel de los principales equipos de la ACB, incrustados en la aristocracia europea. Y los pocos que hay, sacan tajada de la situación a la hora de negociarse el contrato.
Imbroda habla claro
Lo decía Javier Imbroda en una entrevista que publicamos en Diario de Noticias de Álava este fin de semana: "No podemos seguir pagando sueldos disparatados a auténticas medianías sólo porque sean españoles". Directo, duro, realista. El jugador español de nivel medio ha vivido en muchos casos por encima de sus posibilidades, de sus méritos, y los clubes se han hartado de esta situación. La supresión de los cupos no acabará con ellos, pero en muchos casos los reubicará donde deberían estar. La ACB, tras la NBA, parece ahora mismo la mejor competición nacional del planeta. Quizá no hay sitio para tantos jugadores nacionales, pero el nivel medio es superior al de muchos otros países. ¿Sería una desgracia que algunos de ellos tuvieran que emigrar a ganarse el pan, incluso muchos como estrellas, en otros países con torneos menos potentes? A mi juicio, no.
En cualquier caso, reitero que debería dejar de tratarse este tema para empezar a considerar otros de los que de verdad depende el futuro de nuestro baloncesto. El principal eje del galimatías reside en hallar fórmulas para incentivar las inversiones de los patrocinadores en este deporte y volver a presentar el baloncesto como un producto atractivo para el gran público. Y eso pasa por contar con los mejores jugadores posibles, nacidos en Jaén o en Mostar. El jugador español, como cualquier otro profesional, deberá demostrar que está cualificado para competir en igualdad de condiciones. A nivel de selección lo ha conseguido. Y me niego a creer que sea exclusivamente por la sobreprotección que se le ha concedido en la ACB.
En estos tiempos se está tratando la supervivencia del baloncesto como deporte de élite, más allá de los éxitos internacionales de la selección. Aun así, los ha habido, muchos, y no resultan garantía de nada. Mientras España sumaba un Mundial (2006), una plata olímpica en Pekín (2008) y dos metales más en los Eurobasket de 2007 (plata) y 2009 (oro), las audiencias de la ACB se desplomaban sin remisión. Mientras muchos medios ensalzaban y elevaban a los altares a determinados jugadores, el deporte en sí iba perdiendo presencia en periódicos, radios y televisiones, sobre todo de ámbito nacional. Los éxitos de la selección endulzan los veranos, pero el baloncesto se sostiene sobre la base de las competiciones que se disputan cada año durante meses. Y ahora mismo, aunque nos duela, sufren una crisis aguda que no se solucionará por mantener el sistema de cupos.
Os dejo el link a la entrevista de Javier Imbroda que publicábamos el lunes en Diario de Noticias de Álava. Habla bastante claro del tema.
3 comentarios:
ovacion cerrada
yo no soy partidario de ningun tipo de cupo o similar, si un club quiere tener 12 tios de fuera, que los tenga, la gente si juegan bien y ganan los iran a ver, i si no no iran, pero no puede ser que haya equipos que por tener cupos que rellenar corten progresiones a jugadores que A LO MEJOR podrian llegar, pero claro como estan de relleno tienen 4 min por mes..este sistema diria que quema mas jugadores que no los protege
Madre mia! Se puede decir mas alto, pero no mas claro! Estupendo articulo sobre la crisis ACB! Enhorabuena!!
me se de un compi periodista y brasileño, que le va a encantar! Jejeje
un saludo!
Publicar un comentario