El anuncio de los rectores de la máxima competición continental de pasar algunos partidos a los viernes y aumentar en ocho jornadas el Top 16 a partir de la próxima campaña pone en jaque a la ya arrinconada Liga Endesa
La pasada semana la Euroliga dio a conocer ciertas modificaciones en su sistema de competición que han quedado en un sorprendente segundo plano pese a la trascendencia que pueden llegar a tener. A partir de la próxima temporada, en apenas unos meses, los partidos de la máxima competición continental abandonarán su actual nicho semanal de los miércoles y los jueves para apoderarse también de los viernes, jornada libre en el calendario deportivo que Jordi Bertomeu y su equipo consideran óptima para que el torneo gane en protagonismo mediático y, entre otras cosas, esquive la feroz y desesperante competencia televisiva con la Liga de Campeones de fútbol. Hasta ahí, pueden entenderse las razones que han movido a los rectores de la Euroliga a dar este paso, pero se abren muchas incógnitas y ante todo surgen preguntas en torno a cómo puede afectar a las ligas nacionales, y entre ellas a una ACB que no acaba de salir de una para meterse en otra.
A Albert Agustí, el nuevo máximo dirigente de la ahora llamada Liga Endesa, le ha aparecido sobre el tapete el primer órdago importante de su mandato. La tradicional falta de sintonía entre Euroliga y liga doméstica, que ha ofrecido numerosos episodios de discordia -sobre todo relativos al número y al proceso de clasificación de la competición española para el torneo continental-, se aproxima hacia su batalla definitiva. No en vano, esta maniobra, a primera vista la antesala de lo que parece una evidente intención de programar los partidos europeos los fines de semana, apunta hacia la supervivencia de una ACB que sigue sin resolver su reto de convertirse en un producto atractivo para las audiencias televisivas y los anunciantes. Los datos de las últimas semanas reflejan una realidad aterradora: ningún partido en el que no estuviera implicado Barcelona o Real Madrid ha ofrecido registros de share dignos. Es más, incluso se ha dado el sonrojante caso de que los partidos de la NBA, muchas veces en horario de madrugada, registren mejores datos que los de la competición doméstica.
El viejo anhelo de una NBA a la europea
Peliagudo panorama se le presenta a la Liga Endesa, un torneo que padece las consecuencias de un deterioro innegable, que flirtea con la amenaza de su extinción. Sin apenas tiempo para reaccionar, ahora que había aparecido un patrocinador aparentemente sólido, que se negocia el cambio de operador de televisión y se comienzan a dar pasos hacia la salvación, se vuelven a cernir oscuros nubarrones sobre su panorama futuro. La Euroliga, en defensa de sus intereses, no se ha detenido a reflexionar sobre el efecto pernicioso que sus estrategias pueden arrojar a las competiciones nacionales del continente, la mayoría ya condenadas a la subsistencia más anodina, y a la larga al baloncesto en general. Y si lo ha hecho, desde luego, poco parecen importarle estas consecuencias. Al fin y al cabo, los rectores de los clubes con peso en esta competición jamás han ocultado su anhelo de crear una estructura similar a la de la NBA pero a la europea. El problema es que se practica una política de pan para hoy y hambre para mañana en la que nadie, ninguno de los responsables de velar por la salud de este deporte, parece reparar.
No pretendo realizar un ejercicio maniqueo en torno a este asunto. Aquí no hay ni buenos ni malos. Cada uno vela por sus intereses. El problema es que el pastel es muy pequeño y en lugar de buscar un concilio para darle más cuerpo, todos se han abalanzado sobre él para repartirse las migajas. Y en mitad de esta pelea, más desguarnecida que en posición de hacer valer su peso histórico, se encuentra una ACB que echa en falta mucho mayor apoyo por parte de los responsables federativos y en muchos casos de los medios de comunicación. Al fin y al cabo, todo esto no viene sino a ser un reflejo lógico de la división histórica que ha marcado la trayectoria en la gestión del baloncesto en este país.
La decisión de comenzar a disputar partidos los viernes (los responsables de algunos clubes españoles sostienen que la mayoría seguirán jugándose en jueves) no es la única modificación presentada y adoptada motu proprio, sin contar con el consenso de otras competiciones que pudieran solaparse, por los dirigentes de la máxima competición continental. Además se va a producir otro cambio muy importante: la segunda fase del torneo (tras la calificación y la fase regular) cambiará de formato. En lugar de cuatro grupos con cuatro equipos cada uno, el Top 16 pasará a disputarse con dos grupos de ocho equipos, de los que saldrán los cuartofinalistas. ¿Qué supone esto? Básicamente que la Euroliga ganará ocho jornadas de competición. O sea que se aumenta el número de semanas del torneo hasta el punto de que podrían disputarse partidos incluso en fechas protegidas por el convenio laboral de los jugadores (aunque sólo en competición doméstica) como Navidad o Año Nuevo.
Más taquillas para los grandes
Esta decisión responde al interés obvio de los grandes clubes de obtener mayores réditos por su participación en un torneo que aspira a convertirse en el referente (¿único?) del baloncesto continental. Salvo hecatombes como la que este año padece el Caja Laboral o el pasado sufrió el CSKA, la mayor parte de los principales equipos europeos se asegurarán con este cambio cuatro taquillas más, al margen de la posibilidad de que se den mayor número de duelos atractivos, entre los gallitos, en el transcurso de la segunda fase del torneo. Es la dirección que sigue el deporte en busca de una estabilidad económica que cada vez parece más utópica. La fórmula viene a copiar lo que se hizo en fútbol al instaurar la Liga de Campeones sobre una Copa de Europa que apenas permitía dirigir los cruces y corría el riesgo de quedarse por el camino hacia la final con varios de los equipos más atractivos, y una ampliación más lucrativa del actual sistema de la Euroliga, donde desde hace años el sistema de licencias ha garantizado unos ingresos mínimos muy importantes a un determinado y selecto ramillete de clubes que han podido permitirse inversiones que sujetos a la incertidumbre de una clasificación en función de los resultados en sus respectivas ligas habría resultado excesivamente arriesgada.
El drama puede apreciarse ante la tesitura que se le presenta a la ACB con este nuevo panorama. Justo en el momento en el que se atisbaban vientos de cambio, con el relevo en la cúpula y las ideas que empezaban a brotar, llega este órdago para una competición que se encuentra atrapada entre varios frentes. Ya digo que no es cuestión de establecer valoraciones morales, más allá de preguntarse qué repercusión podría llegar a tener para el baloncesto el nacimiento de una NBA a la europea y la gangrena progresiva de una Liga Endesa en la que muchos de sus clubes ya sufren en estos tiempos de supuesto primer plano las angustias propias de un deporte que no resulta suficientemente atractivo para anunciantes y televisiones. Intuyo que a la larga no resultará en absoluto beneficioso. Dejando a un lado a las ciudades que podrían mantener su representación en la competición continental, y que ahora mismo serían Vitoria, Málaga, Barcelona y Madrid, para el resto de plazas, algunas de tradición histórica, podría resultar un palo definitivo. Y no ya sólo en el hipotético caso de que se consolidara este viejo anhelo de la Euroliga de conformarse como una competición cerrada, sino incluso desde el punto de vista de que sus partidos pasen a los viernes y los clubes de la ACB implicados en el torneo opten por trasladar sus choques ligueros a los lunes. ¿Qué consecuencias podría tener desde la perspectiva de las audiencias televisivas? ¿No acabaría por completo con los desplazamientos de las aficiones para seguir en vivo a sus equipos?
La postura de la FEB
No he escuchado ni leído todavía qué postura adopta con respecto a este asunto la Federación Española de Baloncesto. Pero me gustaría. El histórico distanciamiento entre el ente federativo y los responsables de la ACB a veces ofrece la ridícula sensación de que cada cual está haciendo la guerra por su cuenta, cuando lo que se está debatiendo desde hace unos años es precisamente la supervivencia del baloncesto, un interés común. La FEB celebra ufana los resultados de las selecciones nacionales, tanto de los combinados de formación como de los absolutos. Y no es para menos. De un tiempo a esta parte son espectaculares. Pero uno empieza a estar ya cansado de que unos y otros traten de sacar pecho por unos méritos que deberían ser compartidos. Nadie duda del excelente trabajo que desde la dirección deportiva de la federación se lleva a cabo para que los jugadores se integren, formen equipo y acaben peleando por medalla en casi cada torneo al que acuden. Pero los buenos jugadores no brotan de las piedras ni se clonan en el despacho de José Luis Sáez. Resulta fundamental la labor de cantera de los clubes (casi todos de la ACB) y sin ellos todo se esfumaría en el aire.
El paso adelante que ha dado la Euroliga, como digo defendiendo de manera lícita sus intereses, presenta esa amenaza. Una debilitación de la Liga Endesa seguramente llevaría aparejadas consecuencias calamitosas en el baloncesto de formación, cuyo nivel decrecería de manera proporcional. Y a la larga, si no se gestiona de manera adecuada, volveríamos a encontrarnos con una situación de alto riesgo para un deporte que de por sí ya atraviesa una época complicada. Por eso me resulta curioso que haya pasado tan de puntillas por la mayor parte de los medios esta decisión de la Euroliga, una competición que por otro lado muchos gozamos casi por encima de cualquier otra. La ACB tiene un órdago sobre la mesa. Teniendo en cuenta que es una de las pocas competiciones nacionales que conserva cierto pedigrí, su respuesta puede determinar la del resto. El futuro del baloncesto se decide en los despachos. Habrá que ver si todas las mentes pensantes reman en una misma dirección o si al final, como en el chiste, se acaba tirando la puta al río.
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