Escribo estas líneas con el corazón encogido y los ojos vidriosos. He emprendido un viaje al pasado para buscar los argumentos con los que condimentar lo que pretende ser un homenaje al tipo que más me ha permitido disfrutar del baloncesto y, tras bucear en los recuerdos, desempolvar revistas viejas y zambullirme en vídeos históricos, he concluido que nada de lo que diga va a poder siquiera expresar una mínima porción del sentimiento que me gustaría imprimirle a este post. Podría contaros quién o quiénes fueron las personas que despertaron mi vocación periodística. Algún día puede que lo haga. Muchos de ellos han acabado por decepcionarme. Magic fue quien me enamoró para el baloncesto. Él alimentó mis sueños, me regaló el amor por este maravilloso deporte. Y aún hoy sigo pensando, le duela a quien le duela, que ha sido el mejor jugador de todos los tiempos. Se cumplen veinte años desde aquella fatídica rueda de prensa en la que anunció su enfermedad, desde el momento en el que hizo pública su infección por VIH y proclamó su retirada. Recuerdo la sensación que me embargó aquel día, la conmoción que sacudió al universo del baloncesto ante lo que parecía ya no sólo el adiós definitivo del eterno 32 de los Lakers, sino también su inminente desaparición. Entonces VIH equivalía a sida. La enfermedad, por cuya normalización tanto han hecho Magic y su fundación, se asociaba a drogadictos, prostitutas, habitantes de los países más pobres del continente africano y homosexuales. Significaba muerte y pánico al contagio. Había mucho desconocimiento. Magic, sonrisa eterna, pase inverosímil, dinamitó los muros del prejuicio y peleó por rescatar del olvido a los marginados.
Fue un 7 de noviembre cuando compareció ante el mundo para desvelar su condición de seropositivo. Ha llovido mucho. Aunque años más tarde volvería a pisar durante unos meses las canchas de la NBA, la enfermedad puso fin a la carrera de un jugador irrepetible. Podrán seguir surgiendo genios de la canasta, réplicas más o menos fieles de Jordan capaces de enchufarlas de todos los colores, pívots dominadores que siembren terror bajo los tableros, jugadores letales en el lanzamiento exterior y bases capaces de leer el juego con maestría. Pero nunca habrá otro Magic. Fue un funambulista, un bailarín, un base embutido en el corpachón de un pívot que convertía en fantasía cada jugada. Y lo hacía para ganar. Se retiró con cinco anillos, tres premios de MVP de la temporada regular, otros tres de las Finales y dos más del All Star Game. Y es precisamente en un partido de las estrellas donde se sitúa la historia que hoy quiero contar, el recuerdo de una madrugada en la que el mago desempolvó su barita, se reunió con algunos de los mejores jugadores que el baloncesto ha regalado a la historia y se despidió como merecía, sobre el parqué.
El rookie que hizo olvidar a Jabbar
Quiso el destino que tres meses después del doloroso momento de su adiós la NBA organizara el All Star en Orlando, capital de Florida y sede curiosamente de los Magic, una franquicia recién nacida que aún tendría que esperar hasta el draft de junio para escoger en el número uno a un Shaquille O'Neal que cambiaría su historia para siempre. Pero no nos desviemos del tema. Earvin Effay Johnson Junior (Lansing, Michigan, 14 de agosto de 1959) fue invitado a participar en un duelo con el que la NBA pretendía honrar su maravillosa carrera. El partido debía servir como broche de oro a la trayectoria de un jugador que comenzó a escribir su leyenda sin apenas tiempo para asimilar su aterrizaje en la NBA. Con Kareem Abdul-Jabar fuera de combate por una lesión en el tobillo, los Lakers encaraban el sexto partido de las Finales de 1980 muy mermados ante unos Sixers brutales. El conjunto de Philadelphia, que jugaba como local, contaba con un plantel temible, con Julius Erving a la cabeza, pero también con Darryl Gorila Dawkins o Bobby Jones y con tres bases, que se turnaron para frenar a Magic durante la serie, que los aficionados de la NBA reconocerán ahora vestidos de traje: Lionel Hollins, uno de los técnicos que coincidieron con Pau Gasol en los Grizzlies, Henry Bibby, padre del base de los Heat Mike, y Maurice Cheeks, actual segundo entrenador de los Oklahoma Thunder de Kevin Durant y Serge Ibaka. Aquella célebre noche en The Spectrum, se produjo uno de esos acontecimientos mágicos que jalonaron la carrera de Johnson. La ausencia de Kareem dejaba al conjunto californiano muy tocado en el juego interior. Así que Magic sacó la chistera, convenció a su entrenador, Paul Westhead, de que podía actuar de pívot y se echó al equipo a las espaldas para sumar una victoria que valía un anillo y que muchos consideran como el mejor partido de su carrera. Los números que firmó en aquella final en la que el mismísimo Doctor J se rindió a sus pies hablan por sí solos: 42 puntos, 15 rebotes y 7 asistencias. Nunca antes un rookie se había hecho con el MVP de unas Finales de la NBA. Nadie lo ha logrado después. Sólo Magic, que te mataba con una sonrisa, que también en Orlando, doce años después, sembró magia y alegría en su despedida.
Aún recuerdo aquella fría madrugada de All Star como si no hubiera pasado el tiempo. Fue un 9 de febrero y, si no me falla la memoria, fue el fin de semana de los carnavales. Aún puedo revivir aquellas noches de adolescente ilusión. Yo tenía doce años. Cedric Ceballos se hizo con el concurso de mates y Craig Hodges se impuso por tercer año consecutivo en el de triples, en el que por cierto participó un tipo llamado Drazen Petrovic. Pero el plato fuerte de aquel fin de semana era otro. Me quedé despierto para esperar aquel partido. Lo vi en directo, pero luego lo revisé una y mil veces. Me acuerdo que lo tenía grabado en una de esas cintas de VHS que acababan rayadas por el uso. En el Orlando Arena se dieron cita algunos de los mejores jugadores de la historia del baloncesto. Aquella edición del All Star de 1992 representaba un cruce de caminos entre dos generaciones gloriosas. Junto a Magic, en el equipo de la Conferencia Oeste que gestionaba desde el banquillo Don Nelson estaban Karl Malone, Chris Mullin, David Robinson, Clyde Drexler, Hakeem Olajuwon, Jeff Hornacek, Otis Thorpe, James Worthy, John Stockton, Dan Majerle y Dikembe Mutombo. El base que los aficionados designaron como titular a través de sus votos fue el eléctrico Tim Hardaway, que se sumó a la fiesta y cedió su puesto al que sería protagonista indiscutible de aquella maravillosa madrugada.
Podría decirse que aquel equipo debía considerarse imbatible de no ser por lo que tenía enfrente. Phil Jackson, el señor de los anillos, todavía sin canas, también tenía un arsenal a su disposición. Vestidos de blanco, en el equipo de la Conferencia Este formaron Scottie Pippen, Charles Barkley, Pat Ewing, Michael Jordan, Mark Price, Brad Daugherty, Joe Dummars, Dennis Rodman, el malogrado Reggie Lewis (el prometedor exterior de los Celtics falleció un año más tarde por un ataque al corazón mientras se entrenaba), Kevin Willis, Michael Adams y faltaron, por lesión, otros dos mitos como Larry Bird y Dominique Wilkins. Pero al frente de todos ellos, incluso de su divinidad del aire, aquella noche estaba la némesis de Magic, su gran rival e íntimo amigo Isaiah Thomas, el líder de los Bad Boys ante los que Magic y sus Lakers vivieron algunos de los duelos más épicos que se recuerdan.
Magia contra los Bad Boys
Apenas tengo vagos recuerdos de los enfrentamientos en las Finales entre Celtics y Lakers. Todo lo que he visto ha sido a posteriori. Y no puede negarse que aquellos partidos ante los Bird, McHale, Parish, Dennis Johnson, Ainge y compañía deben ocupar un lugar de honor en la crónica de las grandes rivalidades de la competición estadounidense. Sin embargo, en este pequeño rincón de reflexiones muchas veces -si no todas- me dejo guiar por el sentimiento, y no puedo por más que reconocer que aprendí a amar el baloncesto con las encarnizadas batallas que libraron Lakers y Pistons en el tramo final de la década de los ochenta. Fue ahí donde Magic comenzó a conquistarme con un baloncesto democrático que no todas las estrellas han sabido -o podido- interpretar y que hacía de él un tipo especial.
La vista a un lado, el balón a otro. Y canasta. De él vivieron grandes jugadores. Porque Magic, más allá de su capacidad para resolver, tenía algo que sólo tienen los más grandes: hacía mejores a sus compañeros. Siempre fue un líder solidario, más Xavi que Cristiano, más Indurain que Armstrong. Jugaba al basket con la sonrisa incorporada. Se divertía y divertía. Era pura magia, su apodo le hacía justicia. De su capacidad para asistir se alimentaron e hicieron grandes carreras jugadores como Byron Scott, James Worthy, AC Green o Michael Cooper, el tipo de los calcetines hasta las rodillas. Todos ellos han reconocido tras su retirada que sus vidas habrían sido mucho peores, mucho más anodinas y grises, de no haber existido Magic. La mía también. Isaiah, que en ese último All Star le mostró todo el cariño y la cercanía que necesitaba alguien que a los ojos del mundo estaba poco menos que contaminado, comandó un equipo que supo asimilar la derrota y regalar una amarga despedida a Kareem en las Finales de 1989. El menudo timonel de Chicago, escoltado por Joe Dummars, el microondas Vinnie Johnson, Mark Aguirre y una recua de tipos duros entre los que destacaban Bill Laimbeer, John Salley, Ricky Mahorn, Dennis Rodman y James El Chino Edwards, se cruzó en la vereda que seguía el conjunto angelino para conseguir el sexto anillo desde el desembarco de Magic en la liga. En aquellas inolvidables Finales de 1989, los Bad Boys se cobraron la venganza de la temporada anterior y dejaron con la miel en los labios a un Magic que había sumado su segundo MVP de la temporada y que, sin la referencia de Jabbar, tendría que resignarse a colgar las botas, enfermedad mediante, con los cinco anillos de campeón que había recolectado en una década gloriosa para los Lakers.
"Se puede seguir adelante, continuar viviendo"
La presencia de Magic en el All Star de Orlando supuso un gran atractivo para los medios y los aficionados. La enfermedad que lo acompañaba, la etiqueta, lo convertía en el foco de atención de todas las miradas. Fue de los primeros en llegar a la capital de Florida. “Tengo que estar aquí por mí y por toda esa gente que tiene un problema. Hay que mandar el mensaje de que se puede seguir adelante, continuar viviendo” , declaró en una multitudinaria rueda de prensa la víspera del partido. Magic planeaba dar una última asistencia, una más, y en este caso iba dirigida a la intolerancia.
"Se puede seguir adelante, continuar viviendo"
La presencia de Magic en el All Star de Orlando supuso un gran atractivo para los medios y los aficionados. La enfermedad que lo acompañaba, la etiqueta, lo convertía en el foco de atención de todas las miradas. Fue de los primeros en llegar a la capital de Florida. “Tengo que estar aquí por mí y por toda esa gente que tiene un problema. Hay que mandar el mensaje de que se puede seguir adelante, continuar viviendo” , declaró en una multitudinaria rueda de prensa la víspera del partido. Magic planeaba dar una última asistencia, una más, y en este caso iba dirigida a la intolerancia.
El partido, como no podía ser de otra manera, se convirtió en una fiesta para el lucimiento de aquel increíble elenco de figuras. Pero sobre todo fue un homenaje a un tipo tan especial que acabó por conquistar a todos con una actuación mágica. Magic, cuyas lágrimas pocas semanas antes habían conmocionado a todo el planeta, rescató su sonrisa eterna y bailó un último baile en el que todos, compañeros y contrincantes, se declararon cómplices. El 32 de los Lakers se apropió de un último MVP. Firmó 25 puntos, 9 asistencias y 5 rebotes con algunas jugadas marca de la casa. No puede decirse que los rivales se dejaran la piel para defenderle. Es cierto. Pero, ¿lo hacen alguna vez en los partidos de las estrellas? ¿Iba a hacerlo Isaiah? Desde luego que no. El jugador de los Pistons, con quien algún tiempo después rompería una amistad que se había prolongado durante sus respectivas carreras, bromeó con Magic, lo retó, lo azuzó e hizo que surgiera una vez más la magia. Las últimas acciones del partido se convirtieron en unos contra uno, siempre con Johnson como protagonista tanto en ataque como en defensa. Primero detuvo a Isaiah. Después a Jordan. Y cerró el partido con tres triples, el último de ellos antológico, para sellar el que sería, ya digo que más allá de su innecesario regreso en 1996, un delicioso broche de oro a su carrera.
Con el final del partido (113-153) Magic recibió el cariño de todos aquellos con los que había compartido sudor y batallas en sus doce temporadas como profesional. Aquella imagen, las estrellas abrazando al apestado, al enfermo, hicieron mucho bien a la lucha por la normalización del sida. Todos se arremolinaron en torno a un hombre que había contribuido a hacer del baloncesto un deporte más divertido. Con muchos de ellos se volvería a encontrar unos meses después en Barcelona, formando parte del equipo que casi con total seguridad puede definirse como el mejor de todos los tiempos, el Dream Team. Porque si Magic se despidió de la NBA aquella gélida madrugada de carnavales en Orlando, fue en los Juegos Olímpicos de 1992 donde ofreció sus últimos respetos al baloncesto. Todavía con las emociones a flor de piel, Johnson fue capaz de reconocer el gesto que habían tenido con él sus compañeros. “Debo agradecer a los jugadores que hayan accedido a jugar conmigo o contra mí”, manifestó cuando el comisionado David Stern le entregó el premio que lo acreditaba como el mejor jugador de aquel All Star. Ni siquiera se olvidó de Hardaway: “Parte de este trofeo tengo que concedérselo a él por dejarme una plaza en el quinteto que merecía”, le reconoció. En cualquier caso, en aquellos tiempos de duda, donde no se tenía ninguna certeza sobre el futuro de su salud, Magic encontró una sonrisa postrera para agradecer el apoyo de su mujer, Cookie, y constatar lo que todos imaginábamos, que siempre disfrutó tanto sobre la cancha como hacía disfrutar al resto. “Quizá nunca me veáis jugar de nuevo, pero me quedo con estos buenos momentos para siempre”, se despidió.
Os dejo dos vídeos. El primero es un pequeño resumen de aquel All Star de Orlando. Merece la pena, sobre todo por ver la complicidad y el cariño con el que muchos de los jugadores allí presentes le regalaron.
El segundo vídeo va dedicado a todos los que son demasiado jóvenes para haber podido gozar de su juego y también para los que quieran discutirme lo que he dicho sobre que es el mejor jugador de la historia. Para mí, y es una opinión personal, hacía cosas que nadie más ha podido o sabido nunca hacer.
3 comentarios:
uffff. en 140 no me cabe!!!! tu los ojos vidriosos, y yo la sonrisa en la cara. siempre disfruto de tus post, pero este... se nota en cada palabra el cariño con que lo has escrito, el respeto, la nostalgia...
lo que alucino, es como un mocoso de 12 años, hace 20, pudo engancharse a la NBA!!!! eso nos lo tienes que contar!!
en serio, ZORIONAK. sigue abriendonos estas ventanitas al pasado, que se nos olvida (o desconocemos) que tiempos pasados, pudieron ser mejores.... ;-)
POR CIERTO yo era otro mocoso que se levantaba..o despertaba en el sofa a las tantas para ver los partidos, las finales y esos All Stars brutales, de cuando la NBA era un baloncesto espectacular, bonito maravilloso y sobretodo infinitamente mejor que lo que aqui teniamos
POR CIERTO yo era otro mocoso que se levantaba..o despertaba en el sofa a las tantas para ver los partidos, las finales y esos All Stars brutales, de cuando la NBA era un baloncesto espectacular, bonito maravilloso y sobretodo infinitamente mejor que lo que aqui teniamos
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