Aunque estaba ultimando un artículo con el que pretendía analizar las semifinales de la ACB que arrancan este viernes, mis dedos se han escurrido por el teclado y se han conjurado para ordenar mis ideas en torno a un asunto que puede resultar mucho más capital para el baloncesto español de lo que deparen los cruces entre los cuatro últimos supervivientes de la presente temporada. La ACB está sufriendo una crisis institucional sin parangón en los últimos tiempos. Los clubes -que a la postre son la ACB o al menos la forman- se han rebelado contra la cúpula directiva de esta competición ante el evidente agotamiento de un modelo que ha conducido al baloncesto a un punto terriblemente peligroso. Una docena de equipos, a los que a la postre se han sumado a regañadientes los otros seis que componen la máxima categoría, se han plantado y han tomado un camino que ya no tiene vuelta atrás. Su objetivo resulta tan comprensible como complejo: pretenden devolver el interés por un deporte que, nos duela o no, ha sido relegado a un papel residual. Y para ello han fijado un plan de ruta que incluye la destitución de Eduardo Portela, el hombre que ha sido cabeza visible de este organismo desde 1990, cuando accedió al cargo de presidente (desde 1982 ostentaba ya la gerencia), la renegociación del contrato de cesión de los derechos televisivos y la búsqueda de fórmulas alternativas de financiación, entre las que entra la posibilidad de ceder el nombre del propio torneo, como sucede en el caso de la Liga BBVA en el fútbol.
Mucho se ha escrito sobre y contra los cabecillas de esta revolución necesaria, en parte por el hecho de que hace apenas un año, en marzo de 2010, los propios clubes reeligieron por una amplia mayoría a Portela como presidente hasta el año 2014. Sólo en un país como éste, donde muchas veces las relaciones profesionales derivan en amiguismos y proteccionismos injustificados, puede llegar a entenderse la defensa a ultranza que algunos han hecho del actual presidente de la ACB. Pero el mero hecho de que hace catorce meses se cometiera un error al apostar por una continuidad que conduce aún más al foso a este deporte no debería resultar óbice para que los dirigentes de los clubes pueden cambiar de idea y, en vista de la deprimente realidad, salvar un barco que se dirige directo contra los acantilados. Portela ha hecho mucho por el baloncesto. Ha hecho mucho por la ACB y ha hecho mucho por los clubes que la conforman. Pero la realidad se revela tozuda y exige un cambio radical.
Uno de los asuntos que se ha blandido como argumento, y que se ha constituido prácticamente en núcleo del debate, ha sido la gestión que Televisión Española ha efectuado de los derechos televisivos del torneo. Los números son claros, y no deberían sorprendernos porque no son nuevos. Hace ya algunos años, creo recordar que siete, me quedé helado cuando leí que la retransmisión de un encuentro de play off entre el Real Madrid y el Estudiantes había registrado menos espectadores que un episodio del programa de pesca Jara y sedal, emitido el mismo día y en la misma cadena, por entonces La2. Tan triste como cierto. En realidad, la situación no ha cambiado demasiado. En todo caso ha tendido a empeorar. La fragmentación de las audiencias con la irrupción de decenas de canales (la mayoría pésimos) de la Televisión Digital Terrestre ha supuesto una nueva dentellada a los ya de por sí escuálidos registros de la ACB en televisión.
No puede negarse que Televisión Española tiene buena culpa del fracaso que reflejan estas estadísticas. La promoción del producto brilla por su ausencia. El hecho de que el baloncesto haya sido relegado al canal temático del ente público, Teledeporte (cuyos registros globales invitan a replantearse su continuidad), tampoco ha ayudado en exceso. Los abogados del diablo justificarán en este sentido la lógica de que los partidos de ACB se ofrezcan en Teledeporte, un espacio engendrado específicamente para acoger emisiones deportivas, y no lo niego. Pero, por curiosidad, ¿en qué canal transmite la televisión pública las finales de Rafa Nadal en Roland Garros? Lo dicho: ni TVE apuesta por el basket, ni el basket resulta un producto lo suficientemente atractivo como para que lo haga. Según datos de la propia ACB, el primer encuentro de cuartos de final entre el Barcelona y el Unicaja tuvo una audiencia media de 353.000 espectadores, lo que supone un 2,4% del share. Y las cifras resultan aún más patéticas cuando hablamos de partidos de temporada regular, sobre todo si los implicados no pertenecen a la aristocracia de la competición. ¿Saben cuánta gente siguió el sábado en La Sexta el partido de fútbol entre Real Sociedad y Getafe, dos equipos que se jugaban el descenso? La respuesta invita al llanto: 2.477.000 personas.
Considero que estos números evidencian dos realidades: por muy mal que lo haga TVE no puede ser el ente público el único responsable del desinterés generalizado que despierta el baloncesto en España y, obviamente, que el levantamiento de los clubes golpistas, como algunos comenzaron a denominarlos con cierta mala baba, resultaba más que necesario. El baloncesto ACB está en peligro de extinción, sí, pero no es por culpa de Arsenio Cañada, Manel Comas o Alberto Oliart. El problema no es el envoltorio, que se me antoja a todas luces caduco, poco imaginativo e incapaz de adaptarse a la nueva realidad social de un país en el que el fútbol (con algo de margen para la Fórmula Uno) se está apoderando de todo el mercado, tanto de audiencias como de ingresos publicitarios, que van de la mano. El problema está en la calidad del producto que se pretende vender.
Tenemos una liga de dos velocidades, donde los grandes cada vez son más grandes y están más distanciados del resto. La concesión de licencias fijas para la Euroliga ha supuesto un mazazo definitivo al equilibrio de fuerzas de los equipos. Garantizan unos ingresos mínimos que permiten configurar plantillas muy superiores a las de la media. Barcelona, Real Madrid y Caja Laboral -el Unicaja se descarta por sus incomprensibles bandazos- diseñan las temporadas con la mente fijada en sus duelos directos y en el nivel de los oponentes a los que tendrán que medirse en la Euroliga.
En la ACB hace mucho tiempo que se cerró la puerta a las sorpresas. Barça y Baskonia se reparten los últimos nueve títulos domésticos (Supercopas, Copas del Rey y trofeos ligueros) y al menos uno de los dos ha estado presente en la final desde 1994. Este año, ya que se cruzan en la ronda previa, volverá a haber un equipo azulgrana en la eliminatoria decisiva por el título. Está claro que son sólo datos. Desde luego no suponen el único argumento para tratar de entender las circunstancias que han derivado en esta situación desesperada. Aunque ayudan a sustentar la teoría de que el basket ACB ha perdido gran parte del romanticismo que lo condujo a su esplendor hace ya algunos años.
¿Qué soluciones pueden diseñarse para recuperar cierto atractivo? Está claro que en el horizonte se yergue como gran referente el modelo de la NBA, con un patrón mucho más rentable gracias a su sistema de competición blindada, sin ascensos ni descensos, y con mecanismos (tope salarial, draft...) para intentar equilibrar las fuerzas de las diferentes franquicias participantes. Es un tema que ha estado sobre la mesa. Josean Querejeta, presidente del Baskonia y principal líder del movimiento golpista, hace mucho tiempo que sueña con la creación de una NBA continental, a nivel europeo, y en las reuniones de las últimas semanas se ha tratado el asunto. De hecho, el temor a que se condujera el debate hacia un cierre de la competición, que incluso podría conllevar la reducción de clubes en la máxima categoría, ha motivado ciertas reticencias en los delegados de los equipos más modestos.
Como los indignados acampados en la Puerta del Sol, los dirigentes de los equipos de la ACB siguen sin estar del todo de acuerdo en qué hacer para enmendar una situación alarmante, pero sí coinciden en su idea sobre qué es lo que no quieren. Por el momento, la primera medida pasa por regenerar la cúpula directiva del organismo (ya han empezado a sonar muchos nombres) e iniciar el estudio de las diferentes y plausibles vías de negocio a dos años vista, ya que todo el proyecto depende del cambio de operador televisivo y TVE dispondrá aún el próximo año de los derechos. Poco a poco los que tanto censuraban a los rebeldes reculan. Si el único argumento en el que se escudaban los defensores del régimen actual es la votación de marzo del pasado año, considero que ese discurso se cae por su propio peso. Además, Querejeta, el comandante en jefe del movimiento, no tendrá que rendir cuentas ante eso. La asamblea que se resolvió con la reelección de Portela registró quince votos a favor, dos abstenciones y un voto en contra. El Power Electronics Valencia fe el club que se opuso. El Bilbao Basket y el Baskonia de Querejeta firmaron las abstenciones.
1 comentario:
Si se crea una Euroliga cerrada, donde los equipos que uegan han quedado desvinculados de las correspondientes ligas nacionales, como quiere el señor Quere-Jeta..., sera el fin de la ACB, el fin señores.
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