Lo de menos es quizá el ascenso, la confirmación de la trayectoria seguida por un plantel que ha cerrado el curso sin ceder una sola derrota en casa y que durante muchos meses llevó el cartel de Invictus con el que llegó a hacerse un hueco en la prensa nacional. Me quedo sobre todo con las sensaciones, las emociones que un puñado de jugadores sobrados de ilusión -aunque sólo dos de ellos se aseguran el sustento gracias al baloncesto- lograron transmitir y contagiar a un público que se marchó a casa con la impresión de haber asistido a un espectáculo que de verdad merecía la pena. ¿No es éste el mayor problema al que se enfrentan las mentes pensantes que pretenden resucitar el deporte de la canasta? ¿No se trata quizá más de poner en valor el producto por encima del envoltorio y los artificios? En el pabellón de Mendizorroza, donde el jefe de prensa del club ejerce de speaker y los directivos se ocupan de la venta de entradas, hallé la esencia del baloncesto en estado puro. Caí en la cuenta de que, por encima de patrocinadores, contratos de televisión y discusiones acerca de los cupos, lo único que puede salvar al baloncesto de la peliaguda situación en la que se encuentra es el propio baloncesto.
El producto, si además viene aliñado con enormes dosis de intriga, ciertos momentos de zozobra de los héroes y pasajes en los que la fe se desvanece, sabe aún mejor. Y en estas lides el Araberri se ha convertido en un experto. Ya demostró en la anterior eliminatoria, frente al Torrejón, su extrema capacidad para llevar las situaciones al extremo y salir airoso. Pero lo del sábado superó todas las expectativas. El equipo vitoriano diseñó un guión tan truculento que resulta casi increíble. La desventaja de seis puntos que debía recuperar en el partido de vuelta contra el Festival de Cine L'Alfas llegó a superar en algunos momentos los quince. El equipo levantino ejerció su papel a la perfección. Con tres jugadores veteranos y de gran calidad (Ausina, Lledó y Cruza) sembró el pánico en la grada y, por momentos, el desánimo en el inexperto equipo del Araberri. Hasta que surgió el baloncesto de verdad, sin artificios, rebosante de fe, y la ansiedad cedió espacio a la convicción para ofrecer un espectáculo maravilloso.
Foto: Mikel Barazón |
Es probable que la aventura del Araberri en la LEB Plata acabe dentro de doce meses. Hay factores económicos que determinarán sus posibilidades de supervivencia en una categoría en la que la gran mayoría de los jugadores son profesionales. Sin embargo, estoy convencido de que los componentes de la plantilla gasteiztarra recordarán por siempre lo que sucedió ese 4 de junio en un pabellón donde otrora el que ahora es grande también fue pequeño.
Le prometí a un amigo, implicado de lleno en este proyecto, que algún día cedería algo de espacio en este rincón de reflexiones al Araberri. Me lo pidió como un favor. Y no cumplo la promesa que le hice. Le debo una. Ésta, desde luego, corre de mi cuenta. Porque si de algo estoy del todo convencido es de que todos aquellos que estuvimos en las gradas guardaremos un excelente recuerdo del partido. Porque lo que se vio este sábado, aun con todas los peros que se le quieran poner por el carácter modesto de la competición, fue un partido de baloncesto. Así de crudo, así de real, así desnudo. Y el baloncesto mola mucho.
(Os dejo el enlace de la crónica que escribí para el periódico de este partido)
2 comentarios:
esto es baloncesto
I love this game
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