4/6/11

El adiós del más grande


Aunque la NBA ha visto arrancar esta semana una de las finales más interesantes de los últimos tiempos, un duelo con tintes maniqueos (el bien de Robin Hood Nowitzki y sus Mavericks contra el mal del diabólico Lebron y sus Beach Boys), he sentido la necesidad de dedicar un pequeño espacio de este rincón de reflexiones a un hombre que me ha hecho disfrutar mucho del baloncesto en las dos últimas décadas. El miércoles se hizo oficial la retirada de Shaquille O'Neal, que a sus 39 años y decepcionado tras una temporada casi en blanco ha decidido dejarlo. Supongo que cada uno tendremos nuestra historia, nuestro puñado de recuerdos en el zurrón. Yo de Shaquille tengo muchos.

Me conquistó desde el mismo momento en el que Orlando lo escogió como primera elección del draft de 1992. Pasé aquel verano, con apenas trece años, en Estados Unidos. Y la suya fue la primera camiseta de la NBA que tuve. Fue el inicio de una historia de frikismo que perdura hasta hoy y en la que sus cambios de equipo han tenido reflejo. En cualquier caso, gracias a él, me hice un poco de los Magic, como con Pau Gasol aprendí a coger cariño a los Grizzlies. Por suerte, ambos acabaron donde debían.

Se marcha el más grande. Literalmente. No existe ni ha existido otro físico así en la NBA. Sus 216 centímetros y cerca de 150 kilos han marcado época. Sin duda, Shaq es el pívot más determinante que yo he visto. Seguramente habrá sido el más determinante de la historia. Porque acepto que ha habido otros jugadores más hábiles, más dotados técnicamente, más talentosos, más rápidos o con mejor conocimiento del juego. Pero Shaquille ha sido siempre imparable. Nadie podía hacerle frente. Su brújula siempre estuvo fija en el aro. Y no había obstáculo que lo detuviese. Obligó a los fabricantes a reforzar los tableros, porque su irrupción en la competición supuso que más de uno volara por los aires

Los que lo criticaban en sus inicios, que son más o menos los mismos que censuran a Lebron James por sacar partido a su físico (sería una estupidez no hacerlo), tuvieron que rendirse a la evidencia cuando abandonó los Magic y fichó por los Lakers. Eran entonces una franquicia tan mítica como decadente. El equipo californiano había perdido todo su glamour. Aunque contaba con la mayor perla del torneo, un Kobe Bryant aún en ciernes, necesitaron de su llegada para recuperar la gloria. Su matrimonio con Kobe, no siempre bien avenido, alumbró tres anillos (2000, 2001, 2002). Hacía una década que el equipo angelino no cataba título. Y Shaq recibió el MVP de esas tres Finales de los Playoffs. Pero aun así siguió habiendo quienes le ponían en duda. Y le puso remedio. Se marchó a los Heat y, asociado con Dwyane Wade, se apoderó de su cuarto anillo.

La carrera de Shaquille en la NBA podría alabarse desde la perspectiva de los números. Rookie del año, MVP en 2000, mejor jugador del All-Star Game en tres ocasiones, oro olímpico en Atlanta, campeón del mundo... Pero se resume con una frase que acuñó tras convertirse en uno de los cinco jugadores que superaba la barrera de los 28.000 puntos. "Si hubiera metido los tiros libres, habría logrado muchos más", bromeó. Fue ésa, su desesperante incapacidad para mejorar desde la línea de personal, una de las grandes condenas para él y sus entrenadores. Los técnicos rivales hicieron del Hack-a-Shaq el mejor (¿quizá único?) recurso para pararle. Pero a él, por lo que decía, le daba un poco igual. "Hago lo que me gusta, tengo la mujer que quiero tener y más dinero del que podré gastar. ¿Crees que me importa fallar los tiros libres?", se sinceró en una entrevista. Razón no le faltaba.

Porque así es Shaq, un tipo genial que se ha tomado a broma estos casi veinte años en la élite. Una figura que trasciende a las estadísticas, a su relevancia sobre el parqué. Con su marcha, la NBA pierde a uno de los jugadores más carismáticos de la última era. Y aunque en la pista han llegado a la competición figuras que permiten relevar con garantías al gigante de New Jersey, existen más dudas sobre quién asumirá ese papel de entrañable enfant terrible que ha interpretado desde que desembarcó en la liga.

Sus célebres salidas de tono, sus bailes, sus declaraciones contra contrincantes, algunas menos hirientes que otras, han ayudado a forjar la leyenda. Hace una semana elaboré un post en torno a aquella vez en la que ridiculizó a Chris Bosh, al que afeó su tibieza defensiva comparándolo con el Drag Queen Rupaul. Pero ha habido otras muchas. Fueros sonadas sus palabras tras recibir el trofeo al mejor jugador de la NBA en 2000, nada más llegar a los Lakers: "A partir de ahora quiero que me llamen El Gran Aristóteles", se descolgó. "Porque Aristóteles dijo una vez que el hacer las cosas bien no es una casualidad, sino un hábito. Eres lo que haces constantemente", zanjó. Big Aristoteles ha sido uno de las decenas de apodos que se ha ganado durante una carrera extremadamente productiva tanto dentro como, sobre todo, fuera de las canchas.

En cualquier caso, lo que parece claro es que la grandeza de Big Cactus, capaz de mofarse de su propia sombra, quedó reflejada en el impacto mediático y en el atractivo que desde que abandonó la Universidad de Louisiana State tuvo para las grandes marcas. De hecho, aún la tiene. Varias cadenas de televisión americanas han anunciado ya su intención de contratarle como comentarista para los partidos de la NBA. Es lógico. Su personaje tiene muchísimo gancho. Shaquille ha sabido explotar su perfil de showman polivalente para convertirse en un icono. Más allá de que pueda considerarse como el jugador más imparable de la historia del baloncesto, ha sido y aún es una marca muy rentable. Ha sacado a la venta cinco álbumes de rap y un recopilatorio de sus grandes éxitos, ha participado como protagonista o secundario en varias películas y ha servido de excusa para una docena de videojuegos.

Su introducción en el mundo del twitter sirvió como espaldarazo definitivo a esta red social. Cuando casi nadie sabía de qué iba eso, el pívot se dedicaba a lanzar mensajes desde el banquillo. Shaquille, que llegó a protagonizar también su propio reality show en la ABC americana (Shaq vs.), dispone de más de cuatro millones de seguidores. No es de extrañar, por tanto, que utilizara ese canal para anunciar su adiós. Con un vídeo ñoño, que combinaba imágenes y una música cursi al límite, confirmó oficialmente su retirada, algo que ya hizo una vez pero no cumplió. Esta vez parece que va en serio. El baloncesto está de luto. La NBA llora la marcha de una figura irrepetible. Se va Shaq, aunque seguro que seguirá haciendo ruido. Una reverencia para el más grande.

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