Análisis de la temporada del Caja Laboral (I)
Ha pasado casi una semana desde que el dubitativo Caja Laboral cayó eliminado en las semifinales de la ACB y las ideas se me han ordenado para ofrecerme una visión global de lo que ha sido la temporada recién finalizada. En términos generales, el sabor de boca que arroja el curso que ha concluido resulta un tanto amargo para el baskonismo. Por primera vez desde 2005, el conjunto vitoriano ha cerrado un ejercicio en blanco, sin un título que echarse a la boca. Es más, desde la temporada 2001/2002 (la del doblete de Ivanovic) no se recuerda un año que se haya consumido para el equipo azulgrana sin disputar final alguna. Ha sido ésta, la primera temporada sin Tiago Splitter, la que arrancaba con la dulce resaca del milagro de la última final, la que se ha manifestado como esa campaña que todo el mundo llevaba años anunciando pero nunca acababa de llegar. Hemos asistido a la primera temporada del cambio de ciclo en el seno de un equipo que llevaba demasiado tiempo instalado en la excelencia.
Si hubiera que otorgarle una calificación al rendimiento colectivo del Baskonia durante los últimos ocho meses de competición, considero que convendría discernir entre los resultados obtenidos y las sensaciones que ha arrojado a lo largo del trayecto. Si nos atenemos a los logros del equipo en las cuatro competiciones en las que ha tomado parte, sólo desde un punto de vista resultadista, sería injusto concederle un suspenso. Salvando el hecho de que el combinado azulgrana naufragó en la Supercopa celebrada en el Buesa Arena, un torneo apetecible pero menor tanto por relevancia como por punto de cocción de los aspirantes, su posición final en el resto de competiciones entra dentro de los parámetros de la lógica. Aunque sufrió para deshacerse en cuartos de final del Bilbao Basket, su participación en la Copa acabó en el cruce de semifinales ante el Barça, que ha sido también su verdugo, en idéntica ronda, en la pelea por el título de la ACB. En la Euroliga, por segundo año consecutivo, sucumbió en cuartos de final, a un paso de la Final Four. O lo que es lo mismo, de nuevo instalado entre los ocho mejores equipos del continente. A mi modo de ver, el equipo de Dusko Ivanovic ha cumplido. Ni se le puede tolerar menos, ni se le puede exigir más. Todo lo que sea superar estos registros puede considerarse como un ejercicio para subir nota. Por lo tanto, en cuanto a resultados, se ha ganado el aprobado.
Derrotas dolorosas en la ACB
Otra cosa bien distinta es el comportamiento que el equipo ha mostrado durante el camino hacia esos objetivos, la discontinuidad manifiesta e irritante con la que ha convivido y martirizado a sus aficionados durante demasiados partidos. En la ACB, donde quizá un tercer puesto en la fase regular habría cambiado, y mucho, el actual panorama, ha acumulado tantas derrotas que hay que remontarse casi una década para hallar otro ejercicio tan discreto de un equipo que, ante todo, ha sabido hacer gala de la regularidad. En esta ocasión no ha sido así. La escasa fortaleza mental ha delatado a este equipo en encuentros que otros años no habría perdido.
Lejos del Buesa Arena en absoluto se ha revelado como un rival temible. Más bien al contrario. Ha acumulado derrotas muy dolorosas en pistas de oponentes de un nivel a priori mucho menor. Sin contar las de Gran Canaria o Bilbao, dos canchas complicadas, este equipo de Ivanovic que se ha parecido tan poco a los equipos de Ivanovic cayó en la pista del Estudiantes y resultó ridiculizado en las de Fuenlabrada, Blancos de Rueda, Cajasol y Meridiano Alicante. En las dos últimas, la desventaja final alcanzó la veintena. Algo a todas luces inusual para un plantel habituado a dar la cara en cada batalla. Un síntoma inequívoco de que algo no ha funcionado.
Varias han sido las taras técnicas y tácticas que han retratado inequívocamente al Baskonia en buena parte de los duelos de la presente campaña. Pero por encima de todos los males que han rebajado su rendimiento hay que lamentar la escasez de espíritu que ha mostrado en muchas ocasiones. El carácter que se asocia a los jugadores que visten esta camiseta, a las plantillas adiestradas por Ivanovic, ha brillado por su ausencia. Era este Caja Laboral un equipo sin alma, sin rumbo, sin vísceras. El corazón del baskonismo se marchó hace poco menos de un año a Texas. Fue el mismo destino que escogió su predecesor, amigo y maestro. Sin Luis Scola y Tiago Splitter el equipo vitoriano ha añorado algo mucho más importante que un tipo que dominaba el juego cerca de los aros. Ha muerto la temporada sin que quedaran realmente claros los roles de cada una de las figuras del equipo.
Barac, cuando no comete tres faltas estúpidas en el primer cuarto y tiene el día inspirado, se muestra como un pívot sin igual en toda Europa. Teletovic es el único jugador al que el técnico montenegrino concede licencia ilimitada para matar. Marcelinho es pura magia, pero carece de galones para poner orden; acaba haciendo más daño como anotador que como director de juego. Y Fernando San Emeterio, beatificado tras aquella antológica canasta ante Terence Morris, se antoja más un maestro de primera con exceso de trabajo que un líder natural. Todavía hoy, con el equipo ya eliminado, me costaría decir sin dudarlo quién ha tomado el cetro de mando que Splitter abandonó cuando tomó rumbo a los USA.
La carencia de un líder espiritual
Dejando a un lado a San Emeterio, quien ya digo que es o debería ser un secundario de lujo para cualquier equipo de la aristocracia y sin embargo ha rendido tan por encima de lo exigible que se ha convertido en MVP, me da la impresión de que ninguno de los otros posee la personalidad incuestionable de líder que exhibían Scola y Splitter, dos tipos que han propiciado plácidas transiciones de plantilla durante su dilatada estancia en la capital alavesa. Ante esta ausencia, el equipo se ha derrumbado, pero más por falta de carácter, de alma, que por cuestiones de talento, que lo hay y en grandes dosis. Y todo esto ha quedado reflejado en el juego. Aspectos tan relacionados con la intensidad como el rebote, una cruz durante todo el año, o la intensidad defensiva se han convertido en los males endémicos de un equipo que ha mostrado asimismo una desesperante incapacidad para cerrar partidos que tenía resueltos mucho antes de alcanzar los minutos decisivos. Sin el instinto asesino de anteriores campañas, incluso el otrora feudo inexpugnable del Buesa Arena ha perdido ciertas dosis de su mística y se ha transformado en un escenario del que han escapado con una sonrisa demasiados forasteros. Y esto, pese al resultado final, ha ensuciado notablemente el paso del conjunto gasteiztarra por la Euroliga.
De Vitoria se marcharon con la victoria el Zalgiris, el Asseco Prokom y el Lietuvos en las dos primeras fases de la competición. La cuarta derrota continental en el pabellón de Zurbano llegó ante el Maccabi. Los hebreos se apropiaron del factor cancha en el segundo partido de los cuartos de final y remataron la serie en Tel Aviv. El Barça la encarriló en el Palau y la finiquitó en el Buesa Arena, en un partido que ante todo evidenció la patente impotencia con la que ha compartido viaje este Caja Laboral durante el tortuoso ejercicio que acabó hace poco menos de una semana.
Aunque espero publicar en los próximos días otros dos artículos para analizar la temporada desde un punto de vista más pormenorizado, no puede entenderse el relativo amargor que siente el baskonismo sin preguntarse las razones por las que este equipo ha seguido una filosofía de juego tan alejada de la que siempre ha predicado su entrenador. Y la respuesta la encuentro en el título del post: estamos asistiendo a un cambio de ciclo traumático en el seno del conjunto azulgrana. Sin el paracaídas que han supuesto siempre las joyas descubiertas por la dirección deportiva y convertidas a la militancia desde su adolescencia, el Baskonia experimenta la misma sensación de vértigo que padecen todos los equipos cuando llega el momento de replantearse la propia identidad. En Madrid ahora mismo saben de lo que hablo.
¿Un equipo de Ivanovic?
La directiva de Josean Querejeta se ve obligada a construir desde cero. Hace muchísimos años que no se veían en una de éstas. Sin entrar a enjuiciar individualmente la labor de los miembros de la plantilla, desde fuera da la impresión de que las apuestas más ambiciosas han brillado muy por debajo de las expectativas marcadas. Y así es difícil. Sobre todo si las características de la plantilla que se ha acabado por configurar coinciden tan poco con los gustos del técnico encargado de hacer sonar la orquesta. Este Caja Laboral irreconocible y ciclotímico ha jugado a algo que nunca ha sabido, o que al menos su entrenador nunca ha querido jugar. Sobrado de calidad, ha fiado sus opciones de éxito al incuestionable talento de sus figuras, pero ha defendido poco y ha andado un poco corto tanto de efectivos como de compromiso. Los días que ha sobrado inspiración, podía derribar a cualquier oponente. Pero la tónica general, por desagracia, no ha sido ésta. Mi primer entrenador me dijo bien claro que "los partidos se ganan en defensa", y jamás lo he olvidado. Por lo que conozco a Ivanovic, estoy convencido de que alguna vez hablaron, aunque por lo que ha mostrado este año su equipo a uno le cueste creerlo.
Ahora se abre un tiempo de interrogantes en clave de futuro. Sigue abierta la incógnita del entrenador. Mientras suenan decenas de nombres, las posibilidades de que Dusko permanezca en Vitoria crecen por momentos. Se avecina un verano de mucho movimiento en las oficinas del Buesa Arena. La mayoría de los que no cuentan o han decepcionado se irán, como también algunos de los que gustan y cuentan, en función del mercado. Pero como hay más post que longanizas, ya hablaremos de esto en el futuro. En el siguiente artículo analizaré el rendimiento de los jugadores.
1 comentario:
Para mi la clave ha estado ahi David,en que este año hemos tenido el equipo menos Duskiano que nunca.
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