15/6/11

15 de junio, San Emeterio


Hace ahora un año, el 15 de junio de 2010, las calles del Casco Viejo de Vitoria, desde donde escribo estas líneas, bullían tras la consecución de lo que puede considerarse como una de las mayores gestas en la historia del Baskonia, un club empeñado en convertir la persecución de imposibles en rutina vital. Fue una jornada larga en la redacción del periódico, una de esas que no se olvidan. Pero también de las que uno se arrepiente de no vivir. El Caja Laboral acababa de conquistar su tercer título liguero. Había tumbado por la vía rápida al mejor equipo del continente. Y acababa de consumarse el nacimiento de un nuevo mito para el baskonismo: Fernando San Emeterio. La canasta más adicional del alero cántabro, plena de fuerza y confianza, sobrada de fe, ha pasado ya a la historia, tiene asegurado un resquicio en la memoria colectiva del baskonismo, que desde aquel día no ha vuelto a ver a su equipo en una final ni, por supuesto, ha podido catar título. Pero que cuenta asimismo con una nueva fecha en su santoral: el 15 de junio, día de San Emeterio.

Pocas veces he asistido a una celebración tan espontánea, tan desenfrenada como aquella. Vitoria entera invadió las calles aquella noche de martes para gozar de una gesta que, por inesperada, supo como pocas de las firmadas anteriormente por el conjunto azulgrana. Ese sentimiento se detecta en las caras, en los abrazos, en los cánticos. Y ese espíritu, a pesar de la asepsia con la que han transcurrido los últimos 365 días, permanece vivo. Recuerdo que abandoné la redacción más allá de la una de la madrugada. Para entonces algunos ya llevaban muchas horas tratando de hacerse a la idea de lo que había sucedido. Y no sólo en el último partido, con esa acción que cambió el destino en apenas unos segundos, sino también en aquella eliminatoria. Pero resultaba muy complicado controlar las emociones, que sudaban, chocaban, gritaban y se perdían para romper la quietud de un barrio que aquella noche concilió el sueño al compás de las charangas.

Permanece fresca en mi memoria la pila de páginas que publicamos aquel mágico día. Fue un trabajo agotador, con el añadido de que había que realizar muchos cambios en el planillo del periódico en función del resultado, de si se trataba definitivamente de la conquista del tercer entorchado liguero o simplemente de una derrota que prolongaba la serie, como mínimo, un partido más. Una incertidumbre que, como es de sobra conocido, se mantuvo hasta el último instante de un encuentro que sirvió para incrementar la leyenda del embrujo del Buesa Arena. La carga de adrenalina que se derrocha en esas jornadas de cierres al límite le deja a uno reventado, como anestesiado cuando se apagan los ordenadores y todo el esfuerzo se traslada a las rotativas. Así abandoné el periódico aquella célebre noche, hace ahora justo un año: destrozado pero satisfecho. Agotado pero con la plácida quietud de quien busca la cama después de haber asistido a un acontecimiento histórico, uno de esos momentos por los que merece la pena ganarse el pan ejerciendo una profesión tan vilipendiada como el periodismo.

Cuando llegué a la zona de bares, que es también la de mi casa, me vi envuelto en una vorágine de entusiasmo difícil de describir con palabras. Me sentí embebido por el orgullo de una afición que ha hecho de un club de ciudad pequeña como el Baskonia uno de los ocho mejores equipos de Europa. Y, por supuesto, me dejé llevar por la corriente baskonista y por esa euforia tan distante de la que detecté en la celebración del Barça cuando cerró la presente final ACB este martes en Miribilla. Cuando ganar el título es una obligación, quedarse a las puertas supone un trago amargo. Lo triste es que conseguirlo, como ha hecho este año el equipo de Xavi Pascual, se traduce más en liberación, en alivio, que en otra cosa. El Caja Laboral experimentó la pasada campaña el camino opuesto. Cuando nadie daba un duro por el equipo vitoriano, dinamitó todos los pronósticos con una demostración de espíritu incomparable. Y como tal se acogió aquella victoria, que no fue alivio, sino éxtasis, que no supuso liberación, sino un ejercicio mayúsculo de reivindicación.

Echando la vista atrás, y para enlazar este flashback con la actualidad baskonista, me vienen a la cabeza los detalles que hicieron posible que se produjera aquel milagroso desenlace en una eliminatoria para la que nadie contaba con el cuadro gasteiztarra. El 15 de junio se convirtió en el día de San Emeterio por aquella demostración de pasión con la que el cántabro buscó la victoria cuando el partido parecía acabado, pero aquel equipo ganó el título por otros muchos factores. Ganó porque contaba en sus filas con el mejor jugador de aquella ACB, Tiago Splitter, porque apareció en el momento preciso la mejor versión de Marcelinho Huertas y porque el plantel había ido mostrando signos evidentes de crecimiento durante todo el play off. Pero sobre todo obró el milagro por la capacidad de un técnico como Dusko Ivanovic, el hombre sobre el que Josean Querejeta ha vuelto a depositar su confianza para los dos próximos años, para darle una última lección a su discípulo, Xavi Pascual, y hacer creer a sus hombres y a los rivales que el Baskonia podía llevarse el título.

Un equipo forjado a hierro por Ivanovic

Comprendo a muchos de los que han acogido con cierta desilusión la noticia de que el montenegrino continuará al frente de la nave azulgrana las dos próximas temporadas, porque alegan que la temporada recién concluida ha resultado un tanto decepcionante y aguardaban con ilusión vientos de cambio. Pero sería injusto olvidar que Ivanovic aparece, de largo, como el entrenador con mejor historial en la historia de un equipo que, salvando estos últimos doce meses, se ajusta como anillo al dedo a su filosofía baloncestística. Fue Ivanovic quien comenzó a ganar aquella final, quien le comió la moral al técnico del Barça con un planteamiento que abrió un parcial demoledor (0-12) en el primer encuentro de la serie y provocó un cortocircuito en la máquina culé. Fue él quien acabó con el cuento de la competición bipolar al evitar que el lustroso Madrid de Ettore Messina pudiera acceder a la final. Y, sobre todo, fue el preparador balcánico quien inoculó la fe con la que se desenvolvieron sus pupilos en esos tres partidos de glorioso recuerdo para la afición vitoriana. El alma con la que Ivanovic dotó a aquella plantilla, y no ha podido hacer con la actual, guió a San Emeterio mientras atravesaba la cancha, encaraba a Terence Morris y se lanzaba en busca del milagro.

El otro día tuve la oportunidad de compartir una cerveza con San Emeterio, uno de los pocos jugadores del cuadro vitoriano que aún conservan la esencia de aquella mágica noche. Charlando con él sobre la selección, su premio de MVP de la ACB, la personalidad del equipo y otros muchos asuntos, me asaltaron los recuerdos de aquella noche, que sinceramente ahora me parece mucho más lejana en el tiempo. Irrumpe en mi retina el rebote que capturó tras el fallo en el tiro libre de Basile, la imagen de Teletovic pidiendo con ansiedad el balón, cómo dudo por un segundo pero encaró a Basile y se marchó por la izquierda, la tibieza de Morris y ese aro pasado inverosímil. San Emeterio acababa de empatar el duelo, el tercer encuentro de la final, con apenas medio segundo por disputarse en el marcador. Recuerdo el rugido de la grada del Buesa Arena y, con más nitidez que cualquier otro detalle, los ojos inyectados en sangre del alero formado en la cantera del Valladolid mientras pedía calma con los brazos a sus compañeros, que se lanzaban a su cuello. Aún le quedaba una bala en el cargador para rematar a la bestia. El tiro libre con el que consumaría definitivamente el milagro. A partir de ahí, la fiesta, los cánticos por las angostas calles del Casco Medieval, la música y el sudor de aquella calurosa noche de junio. Me acuerdo que un camarero me sirvió una primera caña; luego la acompañarían otras muchas. Y ya no recuerdo nada más. Bueno, sí, la resaca del día siguiente cuando volví a la redacción.

Os dejo el vídeo de aquel irrepetible último minuto, unas imágenes que son pasado pero que pueden inspirar el futuro. ¡Feliz día de San Emeterio!


3 comentarios:

nekane dijo...

A dia de hoy, se me siguen poniendo los pelos como escarpias...!!! Hoy para hacer honor a su día creo que voy a volver a ver el partido...jajaja!! Por cierto, todos nos acordamos de ese 2+1, pero...¿nadie se acuerda del tapón que le puso Morris a Lior y que el balón bajaba? Vendrán tiempos mejores!!
Saludos desde Bilbo!

Zuriñe dijo...

en aquel periodico del 16, metisteis de central, a doble pagina, la foto de la celebración (creo recordar que una foto de alex). yo trabajaba aquel día, y en la "pared de los recuerdos" de la redacción de deportes, les "planté" esa foto. todavía está allí...

@babalore dijo...

A mi hoy, con todos los comentarios y vídeos que se han publicado por las redes sobre el día de SanM, me parece que fue ayer cuando el baloncesto nos devolvió la liga que nos debía.

Es más, por la poca repercusión que ha tenido el baloncesto este año, la final en especial, y lo flojo que ha sido para Baskonia en particular, será fácil poner de nuevo el reloj en el 15 de Junio de 2010, volver a emocionarnos con esos segundos mágicos del 2+1, con toda la celebración y levantarnos mañana con resaca dispuestos a "revalidar" el título que ganamos "ayer".

Volveremos en 2012 (aunque nos hayamos olvidado de un año por la borrachera).

Aupa Baskonia!!