27/6/11

Metta World Peace


Hace unos días Ron Artest, el polémico alero de Los Ángeles Lakers, volvió a ser noticia fuera de las canchas. Ahora le ha dado por cambiarse el nombre. Emulando a otras figuras de la NBA, pretende que se le conozca como Metta World Peace, una denominación con la que trata de confirmar el radical giro que ha adoptado su carrera en los últimos años. Artest, uno de los mejores defensores de la competición estadounidense, premiado en 2004 como el mejor, ha optado por un nombre tan rimbombante como cabría esperar en un personaje tan capacitado para la controversia.

Metta significa bondad para los budistas, mientras que World Peace, en inglés, quiere decir Paz Mundial. Dos términos que chocan frontalmente con algunos de los pasajes más célebres en la carrera del neoyorquino, uno de los principales protagonistas de aquella increíble batalla campal que vivió el Palace de Auburn Hills en 2004 durante un partido entre los Pistons y los Pacers.

Artest ha cambiado. O al menos quiere hacer ver que ha cambiado. El personaje que llegó a confesar que bebía alcohol en los descansos de los partidos durante su etapa en los Bulls, el equipo con el que inició su carrera profesional, ha dejado paso al filántropo que subasta por internet uno de sus anillos de campeón y después dona el dinero obtenido para que los adolescentes puedan contar con un psicólogo en cada uno de los colegios de Estados Unidos. Así es Artest, puro extremismo. Para lo bueno o para lo malo, Metta World Peace se ha abierto un hueco en el almanaque de especímenes que salpimentan el baloncesto americano. Un alivio para una competición necesitada de iconos, de figuras extravagantes, tanto o más importantes que las estrellas para vender camisetas y mantener el magnetismo.

No quiero entrar a debatir en exceso el cambio de nombre que pretende asumir el alero de los Lakers. Ya ha presentado la documentación pertinente y en unas semanas puede hacerse efectivo. Bueno, no lo voy a debatir porque, básicamente, me parece una astracanada, un nuevo giro de tuerca en la carrera de un jugador que, lo quiera o no, será más recordado por sus salidas de tono que por haber sacado partido al excelente físico que posee y que le ha permitido, cuando ha estado centrado o sobrio, firmar soberanas exhibiciones defensivas ante algunas de las principales figuras que han pasado por la NBA en los últimos años.

Un soberbio defensor

Su llegada al Staples Center vino avalada por la labor de desgaste que le aplicó a Kobe Bryant durante la semifinal de Conferencia Oeste de 2009. A pesar de que los Lakers conquistaron el anillo, y de la más que aceptable aportación a la causa de Trevor Ariza, la directiva del combinado angelino reaccionó para reclutar al tipo que peor se lo había hecho pasar a su principal estrella. El verano siguiente, el pasado, repetirían operación: Matt Barnes, otro exterior que había sacado chispas a sus duelos con Kobe, acabaría cambiando las playas de Florida por las de California. Barnes es un Artest en potencia, pero le queda mucho camino por recorrer. Para empezar, le queda haber vivido una juventud plagada de alcohol y drogas, que ni siquiera la paternidad que llega demasiado pronto, con apenas 19 años, pudo frenar.

"Cuando era joven salía mucho de fiesta. Y lo de ser padre tan joven... ¡Wow! En aquel entonces todo era marihuana y alcohol, vivía al límite. Ahora también salgo, aunque no con tanta frecuencia", le reconocía el futuro Metta World Peace a la revista Sporting News en una entrevista. "Solía salir de fiesta todas las noches", remachaba sin pelos en la lengua.

Hennessy, un caro cognac francés, es lo que bebía en los descansos durante su etapa en Chicago. Con otros hábitos, quizá su carrera podría haber podido seguir otra trayectoria. Aun así, entró en el segundo mejor quinteto de rookies y firmó una temporada más que aceptable en su estreno (12 puntos y 4,3 rebotes por duelo). A pesar del mimo con el que lo trataron los rectores de los Bulls, ya por aquel entonces comenzaron a aparecer en la prensa sus primeros actos de indisciplina: escapadas nocturnas que poco a poco fueron abriéndole la puerta de salida de un equipo que, en cualquier caso, atravesaba una crisis de identidad, se encontraba en plena reconstrucción tras la segunda retirada de un Jordan que aún impartiría sus últimas lecciones de baloncesto en Washington.

Después de dos irregulares temporadas en los Bulls, acabaría siendo traspasado a Indiana mediado el curso 2001-2002. En los Pacers, franquicia sin mácula, tradición beata durante tantas décadas, terminó por formar parte de un vestuario muy complicado, plagado de jugadores rebotados, y mucha anarquía. Pero mejoraron sus números. Al menos hasta que llegó la batalla campal de Detroit, que le costaría una sanción ejemplar y cortaría una temporada en la que había arrancado como una moto, con casi 25 puntos de media. Artest, pese a sus esfuerzos, y la evidente mejoría que ha experimentado en cuanto a disciplina, jamás logró sacudirse ese estigma.

Una carrera marcada por el escándalo

A la vuelta de su lesión, los Pacers se aprovecharon del excelente inicio de campaña que estaba firmando y se libraron de él. Lo enviaron a unos decadentes Sacramento Kings. El cambio de aires no truncó su aparente crecimiento. Artest parecía haber enmendado en cierto modo su disoluto modo de vida y se hizo importante en un equipo desnortado. ¿Quiere decir esto que fue en Sacramento donde se gestó este nuevo Metta World Peace? Me permito ponerlo en duda. El escándalo lo siguió hasta la capital de California. Cómo no. Un juez procesó al ahora jugador de los Lakers por agresión a su esposa, a la que las crónicas de la época -hablamos de 2007- aseguran que además privó de libertad en su domicilio conyugal. Fue la gota que colmó el vaso, y quizá el último golpe mortal de necesidad a una carrera que ya jamás volvería a señalarlo como un jugador ofensivamente decisivo. Los Kings, visto lo visto, también se lo quitaron de encima apenas unos meses después.

Existe una conexión con el baskonismo (aunque no lo parezca ni haga falta que la haya) en toda esta historia. El traspaso múltiple que dio con sus huesos en los Rockets, allá por agosto de 2008, implicaba a un jugador que posteriormente se enfundaría la elástica del ya Caja Laboral: el temporero Sean Singletary. En la ciudad texana, por otro lado, se encontró con un Luis Scola que comenzaba a coger galones. Artest, de hecho, sufrió su mutación definitiva en los Rockets. Fue donde comenzó a asimilar un rol mucho más secundario, un papel de especialista defensivo que a la postre lo conduciría a los Lakers y, por ende, a coronar una carrera tan jalonada por la polémica con un anillo que otros muchos jugadores añorarán tras la jubilación. Incluso sus formas (salvando alguna que otra bronca sin demasiada importancia) comenzaron a serenarse.

Vida o muerte en las canchas

A partir de ahí, ya se ha contado. Se mudó a Los Ángeles y comenzó esta campaña de lavado de imagen que convence a una minoría. Porque si algo se puede esperar de Ron Artest es, justamente, lo inesperado. Así es como él aprendió a entender la vida, tan próxima a la muerte, desde que nació. Por eso no sorprende que cuando recogió el trofeo de campeón, mientras todos sus compañeros se acordaban de sus familias en las dedicatorias, a él le viniera a la mente su barrio, la gente con la que se crió en la calle, antes incluso que su mujer y sus hijos.

Su infancia en una de las zonas más conflictivas de Queens, en Nueva York, le enseñó a jugarse el pellejo por cada pelota. Literalmente. En una entrevista concedida a la célebre reportera de la televisión estadounidense Doris Burke, el alero de los Lakers relataba cómo cuando era niño llegó a presenciar el asesinato de uno de sus vecinos en una cancha de baloncesto. "Era todo tan competitivo que un chico rompió una de las patas de una mesa y se la clavó a otro directamente en el corazón", rememoraba con su habitual frialdad. "Murió prácticamente en el acto, allí, en la misma cancha donde jugábamos cada día".

Sólo un tipo que ha crecido en la conciencia absoluta de que hay que ganarse cada segundo de vida puede permitirse el lujo de lucir los peinados más estrambóticos que se recuerdan desde la retirada de Denis Rodman, emprender una carrera musical sin futuro alguno pero que promociona henchido de orgullo o lanzarse a puñetazos contra la hinchada de Detroit en aquella mítica noche de noviembre de 2004. Jamás se ha mostrado realmente arrepentido por aquello. "No veo nada de lo que sucedió que ahora haría de otra manera. No fue mi culpa", aseguró en otra entrevista. Ése es Metta World Peace, un hombre arrepentido que lucha por cambiar. La pregunta es: ¿podrá algún día conseguirlo?

Os dejo el vídeo de la pelea que protagonizó en el Palace de Auburn Hills junto a sus compañeros Jermaine O'Neal y Stephen Jackson y el rocoso Ben Wallace, entre otros muchos. Un clásico básico de las tánganas deportivas.


1 comentario:

jordi perramon dijo...

se cambia el nonbre..pero no es original..ya tuvo la NBA al gran World Be free..un portento ofensivo.

Se trata de un enorme jugador artest...pero no se yo si tiene mucho cerebro, la tangana de detroit lo perseguira toda la vida...i el pique con Pete mckeal en el sant jordi taambien fue espectacular...aun i asi un jugador que todo entrenador querria tener, defiende como un loco y en ataque puede ser resolutivo...eso si...esta como una cabra...pero me gusta