Análisis de la temporada del Caja Laboral (II)
Me resulta imposible valorar la temporada del Caja Laboral sin estudiar el rendimiento individual de sus componentes en un ejercicio en el que la elección de piezas ha resultado especialmente complicada y -me atrevo a añadir- determinante. Un club como el Baskonia, que ha redescubierto tantas veces la fórmula de la Coca-Cola, no podía permitirse errores en la confección de la plantilla justo en el mismo momento en el que abandonaba la entidad el que ha sido su buque insignia durante los últimos siete años. Y lo que siempre han resultado apuestas asombrosamente acertadas, en esta ocasión se han revelado como soluciones arriesgadas, cuya cuestionable aportación ha quedado más al descubierto a causa de la marcha de Tiago Splitter. A pesar del profundo lavado de cara que experimentó el plantel vitoriano el pasado verano, todo el peso y la responsabilidad ha recaído sobre las espaldas de los clásicos. A la hora de la verdad, y en términos generales, el nivel ofrecido por los refuerzos ha resultado un tanto decepcionante.
La cosa se torció desde antes de que arrancara la competición. El frustrado fichaje de Pops Mensah-Bonsu, el perfil de jugador físico y rocoso que tanto se ha echado en falta durante buena parte del curso, trastocó los planes de la directiva baskonista, que tampoco tuvo demasiada suerte con Marcus Haislip, cuya espantada a mitades de temporada alteró todavía más una planificación que se ha tenido que ir corrigiendo sobre la marcha. Un año más, el Baskonia ha tirado de temporeros para paliar las carencias, pero cuando la estructura principal siembra dudas, cuando todo el entramado se sostiene sobre las espaldas de cuatro o cinco jugadores, resulta casi imposible reeditar gestas recientes. Pietrus, Rancik, Sow, Dragicevic y Milt Palacio han protagonizado pasos irrelevantes por un equipo que ha acusado ante todo la escasa aportación de algunas de las apuestas más ambiciosas del conjunto azulgrana y, más aún, la escasez de elementos válidos para la batalla. El Baskonia ha acudido a la guerra muy corto de efectivos y ha acabado pagándolo cuando se ha presentado en las citas de postín.
Si Dusko Ivanovic -al que muchos acusan de castigar en exceso el físico de los principales puntales del equipo- hubiera dispuesto de una plantilla más profunda, no me atrevo a decir si la gestión del banquillo habría sido diferente. Lo único claro es que el Baskonia de la temporada que está a punto de echar el cierre se ha apoyado en la aportación de tres jugadores (Marcelinho, Teletovic y San Emeterio) que han acumulado una media de más de media hora de juego en los 57 encuentros oficiales que ha disputado. Y eso acaba pasando factura, como se ha visto en los play off, donde el MVP de la ACB llegó con muy poca gasolina, el francotirador bosnio adoleció de falta de frescura y el director de juego paulista alcanzó sin oxígeno los instantes en los que se deciden los partidos. Si a esto se le suma que Barac ha exhibido tanta calidad ofensiva como motivos para la desesperación y que la segunda fila ha respondido con cuentagotas, el resultado no puede ser otro que el ya comentado en la primera parte de este balance de final de curso: un aprobado incuestionable en cuanto a resultados, pero un sabor demasiado amargo para el baskonismo en lo que se refiere a las sensaciones arrojadas por el equipo en su trayecto.
Sin alternativas en la dirección de juego
El Caja Laboral ha apostado por segundo año consecutivo por afrontar la temporada con sólo un base puro en la plantilla. Aunque Pau Ribas y David Logan volvieron a partir como posibles alternativas para ofrecer minutos de oxígeno en el puesto de uno, Marcelinho Huertas ha asumido todo el peso del equipo hasta que la dirección deportiva volvió a recurrir al parche de Milt Palacio de cara a los play off.
La aportación del brasileño, en el plano numérico, ha resultado excepcional. Incluido en el mejor quinteto de la competición liguera, ha mejorado sus números con respecto al ejercicio precedente. Pero ha exhibido problemas a la hora de dirigir e imponer cordura en un equipo que ofensivamente se entregado a menudo al caos y que, además, ha incurrido en un sinfín de pérdidas de balón a lo largo de todos y cada uno de los duelos. En este sentido, aunque su calidad resulta incuestionable (probablemente sea el mejor base de la competición doméstica), cabría exigirle un paso adelante a la hora de poner orden en un colectivo que, en cualquier caso, para lo bueno y para lo malo, con la inesperada e incomprensible aquiescencia de su técnico, se ha manejado en la anarquía. Sin duda, ha echado mucho en falta a su amigo y compatriota Tiago Splitter. Las continuaciones en los pick and roll con Barac no funcionan igual que las del pívot de los Spurs.
Sobre Milton Palacio, que llegó a última hora para ejercer el papel de tipo cerebral y neutro que asumió la temporada pasada, poco se puede decir. A pesar de que acababa de caer eliminado en las eliminatorias de la Liga helena con el Kavala cuando aterrizó en Vitoria, dio la impresión de estar fuera de forma, superado por la situación y sus minutos casi nunca fueron de calidad. En su defensa sólo cabe argumentar que el equipo con el que se ha encontrado esta vez no es el mismo, sobre todo en espíritu y confianza, que protagonizó el milagro del tercer título liguero hace poco menos de un año.
Escoltas sin jerarquía y dos guerreros
En el perímetro la indefinición de roles ha marcado la temporada. No en el puesto de tres, donde San Emeterio ha vuelto a ofrecer un rendimiento escalofriante mientras el físico le ha respondido, sino entre los escoltas. Ribas, Logan y Brad Oleson han compartido minutos y protagonismo sin que a día de hoy haya quedado del todo claro quién era el titular y quiénes sus relevos. Ni siquiera en los cruces por el título ha sabido Ivanovic definir las jerarquías. Basta con estudiar la cuota de protagonismo que el técnico concedió a Ribas en la eliminatoria contra el Barça. El escolta badalonés pasó de jugar 24 minutos en el primer choque a actuar tan sólo seis en el segundo, mientras Logan, a quien muchos daban por desahuciado, ha acumulado mucho más tiempo sobre el parqué del que quizá ha merecido. A todo esto, Oleson, que ya liberado de las lesiones que lo lastraron el año pasado, se ha visto superado por su extrema timidez y ha cuajado otro año que, con generosidad, puede tildarse de discreto.
La de David Logan ha sido una de las apuestas fallidas del club vitoriano para la presente temporada. Prolífico anotador en un equipo de perfil bajo como el Asseco Prokom, se ha diluido sin remedio en Vitoria, sin veinte balones que jugarse cada partido. Su caso se asemeja dolorosamente al de Carl English, brillante en Canarias, superado en el Caja Laboral y de nuevo destacado en el Joventut. La eterna cantinela de las cabezas de ratón y las colas de león. En el Buesa Arena, si hay que elegir, lo que se busca son cabezas de león. De lo contrario, cabezas de ratón con capacidad para ajustarse a un rol más modesto. Pero Logan no ha demostrado estar a la altura de ninguna de estas dos alternativas. Si a esto se suma la cuestionable implicación defensiva del norteamericano con pasaporte polaco, las respuestas vienen solas. En estos momentos tanto el club como el jugador buscan fórmulas para rescindir su contrato y buscarle otro destino.
Las mejores noticias desde la cuerda exterior del Baskonia las han aportado dos jugadores que, más allá de cupos, tienen sitio en cualquier equipo importante del continente. Me refiero a Fernando San Emeterio y Pau Ribas. El alero cántabro, que parecía haber alcanzado la cima de su gloria con el dos más uno de la última final, anda sobrado de hambre, se supera día a día. Su galardón como mejor jugador de la ACB supone un premio más que merecido para un jugador al que Scariolo debería desagraviar con una citación y mayor relevancia en el próximo Europeo de Lituania. Pau Ribas, aún muy joven, sigue una línea similar. Su actitud y el excelente rendimiento que ha ofrecido cuando ha entrado para aportar piernas frescas desde el banquillo (sobre todo como escolta) deberían garantizarle también una mayor consideración por parte del técnico el año próximo. Su rol de especialista defensivo también lo convierte en una pieza más que válida para siguientes proyectos. Le ha hecho daño la falta de continuidad y el overbooking de efectivos en su posición.
Lo de Nemanja Bjelica, para cerrar la nómina de aleros, puede considerarse como el mayor fiasco que ha padecido la hinchada baskonista. Cuando llegó a Vitoria, su simple irrupción en cancha generaba un murmullo en las gradas del Buesa Arena. Venía precedido por las elevadas expectativas que el club había depositado en él y por su prometedora actuación en el Mundial. Pero ha evidenciado que es más un proyecto de futuro que una propuesta de presente. Ha disputado sólo 22 partidos de ACB, en los que ha promediado menos de cuatro puntos y apenas dos rebotes, y trece de Euroliga, en los que su aportación ha resultado aún más reducida. En cualquier caso, por condiciones, está llamado a hacer grandes cosas. Habrá que ver hasta qué punto la paciencia del club y su nivel de adaptación permiten que pueda disfrutarlas la grada del Buesa Arena.
Un vacío insondable
En lo que se refiere al juego interior -o a su ausencia-, todo análisis debe partir más por los que ya no están que por los que se han quedado. Y no me refiero sólo a la marcha de Splitter, que ha causado un socavón muy difícil de cubrir, sino también a los problemas derivados de las frustradas contrataciones de Pops Mensah-Bonsu y Marcus Haislip. El africano con pasaporte británico, que suspendió los exámenes físicos previos a su contratación, no llegó a debutar. Haislip, entre lesiones y problemas para hacerse a la ciudad y a la disciplina del club, como si no lo hubiera hecho. A partir de ahí arrancó el carrusel de temporeros: Florent Pietrus, muy del gusto de Ivanovic, Martin Rancik, Pape Sow y Vladimir Dragicevic llegaron para completar el roster interior. Pero el papel de todos ellos, en mayor o menor medida, resultó residual.
Fueron precisamente todos estos problemas para cerrar una batería de pívots de garantías los que motivaron un movimiento de mercado que ha podido determinar de manera definitiva el resto de pasos adoptados hasta el final del curso. El fichaje de Esteban Batista a comienzos de año supuso la entrada de un tercer interior de peso, pero conllevó asimismo el empleo de un espacio salarial de consideración para atar a un jugador que había sonado varias veces para el Baskonia y que, como en el caso de Bjelica, se contemplaba como una opción para cimentar proyectos futuros. El charrúa, capitán general en Fuenlabrada, ha ofrecido actuaciones de toda índole, aunque la valoración global tiende al suspenso, sobre todo por su manera de menguar en las citas ante equipos de cierta entidad. Merece el beneficio de la duda y crecerá.
Los dos principales puntales del juego interior del conjunto gasteiztarra, Stanko Barac y Mirza Teletovic, como Marcelinho, han brillado más por sus logros individuales que por su aportación al rendimiento colectivo. A Barac, siempre cobijado bajo la sombra de Splitter, le llegaba este año un examen definitivo, la ocasión para reivindicarse como el pívot dominante y sobrado de calidad que se supone que es. Y ha tenido etapas, aunque tras la llegada de Batista también sufrió las fases en las que Ivanovic realizaba probaturas para definir cuál de los dos iba a ser el center titular. Por primera vez desde que regresó de Valencia, ha podido disputar los play off por el título, en los que se desmoronó junto al equipo cuando se topó de frente con el todopoderoso Barcelona. Teletovic ha pagado en exceso la ansiedad y la responsabilidad autoimpuesta con los que arrancó la temporada. Como capitán, quiso asumir los galones que quedaron vacantes tras la marcha de Splitter. Pero no es su papel. Infalible y genial hasta el extremo cuando tiene el día, fiar a su albedrio los designios del equipo supone poco menos que un suicidio.
Es el poso que deja esta temporada tan grisácea, tan desconcertante para la hinchada del Caja Laboral, un equipo que ha sido poco equipo, un ejército diezmado en cuanto a número, que ha llegado muy justo de gasolina al tramo final de las competiciones y que ha evidenciado que un puñado de jugadores rebosantes de calidad no conforman un bloque sólido si no se encuentra la fórmula para ensamblarlos. No son pocas las piezas útiles que conviven en el vestuario del plantel gasteiztarra, que aun y todo ha alcanzado los niveles exigibles, pero queda mucho trabajo por hacer para que el Baskonia, tan infiel este año a su idiosincrasia, vuelva a convertirse en ese plantel sobrado de alma y cordura que tan célebre lo ha hecho. Como todos los equipos grandes, y el vitoriano hace tiempo que lo es, está atravesando un cambio de ciclo. De las decisiones de las próximas semanas dependerá en gran medida el tiempo que necesitará (unos meses o algún otro año) para reencontrarse.
1 comentario:
Peje, sigo el blog con un lector de RSS. Utilizas mucho la fuente en amarillo. Los que te siguen con GoogleReader, por ejemplo, tienen un problema pq el texto va sobre fondo blanco y el amarillo no se ve. Como escrito con tinta invisible :-)
Buen artículo!
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