29/6/11

Una tragedia griega

Dos de los clubes más poderosos del continente, Panathinaikos y Olympiacos, salen a la venta y descubren las vergüenzas de un deporte que hoy por hoy genera mucho menos de lo que gasta


Justo en un momento en el que los clubes españoles viven sumidos en la búsqueda de soluciones para rescatar al baloncesto del pozo en el que cae sin remisión, en pleno debate sobre la gestión de los derechos televisivos, los patrocinios y el marco de contratación, hemos asistido a la confirmación de que las inversiones en este deporte resultan de todo menos rentables. No es un problema de la ACB, ni de este país es concreto. La crisis del baloncesto, como la económica, trasciende fronteras. Asistimos a un problema global que se ha revelado con especial crudeza al hacerse públicas las intenciones de venta de los propietarios de los dos clubes más pujantes de los últimos años, los griegos Olympiacos y Panathinaikos. Las dos parejas de hermanos que gobiernan los dos principales equipos del basket heleno, adalides del derroche exacerbado, capaces de situar los salarios de algunos jugadores a la altura de los suelos de nivel medio de la NBA, han tirado la toalla. Corren malos tiempos para el baloncesto. Y si no se reacciona a tiempo, esperan aún peores en un horizonte no tan lejano.

Ni siquiera el estómago atiborrado de títulos ha bastado para convencer a Pavlos y Thanasis Giannakopoulos, brillantes comandantes de un lustroso imperio farmacéutico, para que sigan al frente del club del trébol. El último campeón de la Euroliga, con Zeljko Obradovic, su pléyade de estrellas, el OAKA, sus animadoras, ha salido a la venta. Se lo llevará el mejor postor. Un equipo que dispone del técnico más laureado del continente, que ha ganado seis de los últimos quince títulos europeos y se ha paseado con insultante tiranía por la competición doméstica, no resulta un producto económicamente viable. No es una inversión atractiva para los Giannakopoulos, que lo sacan a la venta y ya se rumorea sobre la existencia de un posible comprador. En cualquier caso, se trata de una compañía especializada en la consultoría financiera, con experiencia en la compraventa de sociedades deportivas a ambos lados del Atlántico y que, de hecho, ya ha participado en el rescate de varias franquicias de la NBA en peligro. Si finalmente se consuma la transacción, lo que parece claro es que el PAO, clásico entre los clásicos, perderá buena parte de su legendaria esencia y, quizá también, osadía económica para seguir reclutando a base de talonario a los mejores jugadores de Europa.



El caso del Olympiacos, aunque similar, puede entenderse desde otra perspectiva: la del eterno perdedor. En las oficinas del Pireo se han hartado de coleccionar desengaños. Los hermanos Angelopoulos, los empresarios navales Panayiotis y Giorgios, disponen al menos de esta coartada para justificar su deseo de desprenderse de sus acciones. En cualquier caso, detrás del hastío propio de quien se confirma incapaz de convertir cualquier proyecto, por millonario que sea, en un producto exitoso, se esconden también los números, fríos, cabales, rojos como el color de la camiseta que han vestido tantas y tantas estrellas durante los últimos años. Los Angelopoulos lo han intentado todo para tratar de devolver al equipo ese espíritu ganador que lo condujo a único título continental, el cosechado en aquella final de 1997, triste recuerdo para el barcelonismo, en la que David Rivers volvió a dejar a Aíto García Reneses con la miel en los labios.

Todas las estrellas del Pireo

Por el Pireo han pasado durante el mandato de los navieros jugadores de la talla de Nikola Vujcic, Tyus Edney, el ex tirador del Basoknia Arvydas Macijauskas, Sofoklis Schortsanitis, Linas Kleiza, Teo Papaloukas o Josh Childress, jugador con el que el club griego dinamitó todos los preceptos establecidos sobre salarios y le firmó un escandaloso (e injustificado) contrato de 20 millones de euros en tres temporadas. Tampoco sirvió de nada. Fue el penúltimo experimento fracasado de los hermanos Angelopoulos, que entre los motivos que esgrimieron para sostener su decisión de vender el club (hecha pública a través de la web oficial) también aludieron a la pésima calidad de los arbitrajes y a la incontenible e histórica violencia que rodea al baloncesto griego. Sin embargo, a nadie se le escapan las razones reales de su hartazgo. En primer lugar, pesa el hecho de que no han catado un título realmente jugoso (Liga o Euroliga) desde que se hicieron con el control total de la entidad, hace más de siete años. Pero resulta evidente que la escasa rentabilidad del negocio ha tenido también su peso.

En el deporte de élite no existen recetas mágicas. Y son pocos los que aguantan cuando los gastos superan con holgura los ingresos y encima se conceden tan escasas alegrías a la afición. Los Angelopoulos lo intentaron hasta el final. Tras fenecer ahogados junto a la orilla en la Final Four de París del pasado año, volvieron a levantarse y a realizar una potente apuesta que, a la larga, ha resultado tan baldía como las anteriores. A un equipo que ya disponía del genial Milos Teodosic, el eterno Papaloukas y actores principales tan interesantes como Bourousis o Halperin, le añadieron a un ex NBA como Nesterovic y a una de las promesas que tan excelentes sensaciones arrojó durante el último Mundial con Serbia, Mario Keselj. No son pocos los que en Vitoria creyeron a finales del verano pasado, mientras seguían las evoluciones del torneo celebrado en Turquía, que el Caja Laboral se había equivocado de promesa al fichar a Bjelica. Pero ésa es otra historia. Para rematar el pastel, se fueron en busca de una fruta prohibida, de una guinda que debía suponer algo más que la contratación de un excelente jugador. Los Angelopoulos cruzaron Atenas, se internaron en territorio enemigo y sacaron la chequera para hacer daño al eterno rival con el fichaje de Spanoulis, un golpe de estado en toda regla que tampoco sirvió para abandonar la vereda del fracaso. La Liga helena, es más, volvió a quedarse en el OAKA. Con un añadido hiriente: el Panathinaikos se adjudicó, esta vez contra pronóstico, el título continental.

Los resultados deportivos han supuesto la gota que colma el vaso de la paciencia de los propietarios del conjunto del Pireo. Pero detrás de estos movimientos de escapismo se oculta una realidad tan evidente como amenazadora para el baloncesto. La crisis, en cualquier caso, no es exclusiva del deporte de la canasta. Y menos en Grecia, un país sumido en la desesperación, que sufre ahora mismo los efectos de tres jornadas consecutivas de huelga general. En ese panorama, que como digo en Grecia se exhibe más crudo pero que traspasa fronteras, el baloncesto deberá ofrecer mucho más de lo que ofrece a los valientes inversores que se planteen siquiera la opción de afrontar el reto.

¿Una oportunidad de oro o las barbas del vecino en remojo?

En términos prácticos, la inminente espantada de los dueños de dos de los equipos más pudientes del continente puede interpretarse como una excelente ocasión para sus principales rivales de hacerse con algunas de sus figuras. Se podría entender que el Barça, que navega con criterio deportivo y económico y aspira a poder pescar a Teodosic en estas revueltas aguas, el Madrid, el CSKA o los combinados turcos saldrán beneficiados. Pero sería un tremendo error pensar en esos términos. El baloncesto acaba de padecer un nuevo golpe, que es más síntoma precoz que causa de muerte y como tal debería entenderse.

Si los clubes captan el mensaje, duela a quien duela, es posible que poco a poco el baloncesto ajuste los números. Hoy por hoy no resultan asumibles para casi nadie los sueldos que se firman, sobre todo en un contexto en el que muchos equipos sudan sangre para encontrar patrocinadores y no son pocos los cubes que se ven amenazados por la desaparición. Ahí está el caso del Lucentum, que en los dos próximos días debe salvar la operación financiera a vida o muerte que mantiene desde hace semanas.

Ahora que la ACB asiste a una metamorfosis que debe definir el cuaderno de ruta para los próximos años, para una etapa que marcará de manera definitiva su destino, no estaría de más que se tomase en cuenta el hecho de que ni los más poderosos pueden asumir modelos de negocio tan surrealistas como los que han imperado. En España se ha estandarizado la convivencia con las deudas millonarias. No son pocos los clubes de fútbol que con la ley en la mano deberían desaparecer o, como poco, perder varias categorías. El baloncesto no puede permitirse ese lujo. Sea por la gestión mejor o peor que se ha llevado en los últimos años, porque no interesa tanto al gran público como algunos creemos o por cualquier otro motivo, no genera ni de lejos los mismos ingresos que el fútbol. En todos esos debates de las cabezas pensantes que tratan de reinventar este deporte quizá vaya siendo hora de que se piense en clave realista. En Grecia, aunque sean los mismos que reventaron el tema, se toma un nuevo camino Y no es tan grave. La verdadera tragedia griega está en las calles. La representan el rescate de la Unión Europea, el paro y toda esa gente que sigue confiando en el sistema.

1 comentario:

jordi perramon dijo...

es imposible pagar a los jugadores de europa lo mismo que en la nba, simplemente porque la repercusion mediatica es menor, i porque los ingresos son menores, pero la culpa la tiene quien ha ido rebentando el mercado, los griegos, los grandes de la acb , el cska el kimhki etc etc, firmando unos contratos que quedan fuera de la logica, quizas se deberia aprender de equipos mas pequeños, que hacen continuos equilibrios en la cuerda floja pero que sacan adelante sus temporadas tanto a nivel deportivo como a nivel economico, quizas para el baloncesto europeo sea mejor ahora mismo, mirarse en el espejo de un Assignia Manresa, que no en el de Pao, olympiakos o CSKA (barça i madrid funcionan aparte), quizas seria bueno empezar a pensar en poner limites a los desorbitados salarios ( spanooulis 3.5 millones de euros por ejemplo,i muchos rondando el 1.5 a 2 millones...) no generan suficiente para pagar el salario...tema aparte es la hasta ahora pesima gestion que se ha hecho del "producto" baloncesto, donde ha pasado de deporte de 1er orden, a ser carne de teledeporte ( incluyendo final de liga i de euroliga)